Lecturas Martes 25 de Diciembre

Misa de Medianoche

Isaías 9, 1-3 y 5-6
Salmo 95
Carta a Tito 2, 11-14
Evangelio según San Lucas 2, 1-14

Toda una vida


A veces separamos la Navidad del resto de nuestras vidas. La vemos como un paréntesis en medio del ajetreo del fin de año. A veces separamos el Nacimiento de Jesús del resto de su vida. Lo vemos como un milagro, como algo “hermoso” que poco y nada tiene que ver con su mensaje, muerte y resurrección. Pero en realidad, desde la Encarnación hasta la pasión hay un solo movimiento de Dios, es casi una obsesión por asumir cada vez más lo humano. San Ignacio de Loyola, lo expresa muy bien en el libro de los Ejercicios Espirituales, María y José sufrieron bastante para que Jesús pudiera nacer, y todo este esfuerzo para que finalmente muera en la cruz. La Salvación es un regalo, pero que viene desde abajo. Jesús asume todas nuestras dificultades, todos nuestros dolores, todas nuestras muertes, para entregarnos su vida plena. Una vida que encuentra su sentido en compartirla con los marginados.

Andres

Mezcla

Mis pies no desean flotar:
han elegido el barro.
(La semilla germina y crece sin que el hombre sepa)

Mi espíritu no ha levantado el vuelo:
ansía bajar.
(Yo soy el camino, la verdad y la vida)

Mis manos han renunciado ser alas:
prefieren acariciar.
(Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes)

Ignacio

Nota del Editor
: las citas bíblicas están tomadas de Mc. 4, 27; Jn. 14, 6, y Mt. 26, 28-28.

Díptico 1: Ternura

A mi mamá.


Quiero estar de nuevo en tus brazos, madre,
como cuando me protegías del mundo
y bebía de la vida que brotaba de tus pezones.

Quiero que con cariño me vuelvas a enseñar a caminar
y que me levantes como lo hacías cada vez que tropezaba.

Quiero aprender nuevamente las palabras de tu boca
y repetir las plegarias junto a ti.

Quiero que me acojas, madre,
como lo hacías con los mendigos cuando tocaban nuestra puerta.

Quiero comer como antes de tu pan
que imitándote aprendí a compartir.

Quiero ver desde tus ojos, con paciencia,
la semilla de mostaza crecer y al jornalero podar la vid.

Quiero que me recibas, madre,
cuando baje
muerto
de esta cruz.

Ignacio


Nota del Editor: este poema está escrito inspirado en el cuadro de Guayasamin que tiene ese título.

Díptico 2: La Pietà


De nuevo en mis brazos, hijo mío,
como cuando eras un recién nacido
y mi pecho se estremecía ante tu llanto…

De nuevo en mis brazos,
como cuando eras bebé
y en mi seno germinaba la leche que te hacia crecer…

De nuevo en mis brazos,
como cuando de niño
ante una caída te recogía...

De nuevo en mis brazos,
como cuando eras joven
y pedías mis consejos…

De nuevo en mis brazos,
como cuando grande
sollozaste ante la tumba de tu padre…

De nuevo en mis brazos, hijo mío,
como cuando te bajaron de esa cruz…
¡Pero ahora estás vivo para siempre!

Ignacio

Peligrosa amnesia

Es tan fácil olvidar que naciste en un pesebre.
Es tan fácil olvidar que fuiste un desconocido carpintero.
Es tan fácil olvidar que no convertiste en pan las piedras
(pero sí el agua en vino).
Es tan fácil olvidar que nos enseñaste a no ser los primeros.
Es tan fácil olvidar que no te defendiste cuando te acusaron.
Es tan fácil olvidar que unas sábanas ordenadas en el sepulcro
fueron la esperanza de los que te seguían.
Y que te reconocieron recién cuando mostraste tus heridas.

Ignacio

Nota del Editor: las citas bíblicas están tomadas de Lc. 2, 16; Mt. 13, 54-58; Lc. 4, 3-4; Jn. 2, 7-9; Lc. 14-7-11; Mc. 15, 3-5; Jn. 20, 7-8; y Jn. 20, 19-20.

La Segunda Contemplación es del Nacimiento


El primer preámbulo es la historia: y será aquí, cómo desde Nazaret salieron Nuestra Señora grávida casi de nueve meses, como se puede meditar píamente asentada en una asna, y Jose, levando un buey para ir a Belén, a pagar el tributo que César echó en todas aquellas tierras.

El segundo preámbulo, composición, viendo el lugar: será aquí con la vista imaginativa ver el camino desde Nazaret a Belén, considerando la longura, la anchura, y si llano o si por valles o cuestas sea el tal camino; asimismo mirando el lugar o cueva del nacimiento, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto, y cómo estaba aparejado.

El primer punto es ver las personas, es a saber, ver a Nuestra Señora y a José y al niño Jesús, después de ser nascido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho.

El segundo punto: mirar, advertir y contemplar lo que hablan; y reflictiendo en mí mismo, sacar algún provecho.

El tercer punto: mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nascido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, y de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí; después reflictiendo, sacar algún provecho espiritual.

Ignacio de Loyola

Nota del Editor. Estos puntos para rezar con la imaginación y meditar corresponder a los números de los Ejercicios Espirituales 110-116, de San Ignacio (fundador de la Compañía de Jesús)

Lecturas domingo 23 de Diciembre

Cuarto Domingo de Adviento

Isaías 7, 10-14
Salmo 23
Carta a los Romanos 1, 1-7
Evangelio según San Mateo 1, 18-24

El cachito


(Escribiré breve, porque mis partners esta vez se alargaron). Vivimos constantemente esquivando los cachitos, más todavía en esta época del año, cuando todo va terminando y no tenemos tiempo para nada. Aunque todo y nada sean palabras relativas. Si suena el celular y no reconocemos el número, no contestamos porque puede ser un cachito (“si es importante volverá a llamar”, nos autoconvencemos, para después no contestar porque estamos justo manejando o pagando en la caja los regalos). No pienso levantar la vista del computador durante todo el día en la oficina para evitar que alguien me pida un favor. “Mejor no invito a salir de nuevo a esa mujer que acabo de saber que es separada y con hijos” (eso serían dos cachitos). Ni loco digo que tengo un poco de tiempo libre, no sea que alguien me enchufe un cachito. Ojalá que nada nos saque de la rutina, aunque tampoco nos guste esa rutina.

¿Cómo será despertar de un sueño y tener que hacerse cargo de un cachito mayúsculo? “Pero si ese hijo no es mío”, podría haber dicho –con toda justicia– José. Algo podemos aprender de él, que ha sido siempre olvidado. ¿Y si resulta que ese cachito al final nos cambia la vida, pero para mejor? ¿Y si en la sonrisa de un niño (aunque no sea el nuestro) el Señor salva? ¿No será que al hacernos cargo del otro se hace presente Dios-con-nosotros?

Andrés

Misa de Navidad en la ex-Penitenciaria


Tensa espera. Esta Navidad tiene sabor a ayuno. “Peligro de motín”, nos advierten, y no quieren dejarnos pasar. Pero el capellán tiene más rango. Entramos al patio: Un ovalo vacío cercado de gritos. Las tarimas, el altar y micrófonos los instalamos con gran celeridad. A un costado el Pesebre. Las sillas esperan y se abren las rejas: nuestros corazones se detienen un segundo. Como avalancha arremolinados grupos de reos disputan por cigarrillos. Solo algunos se sientan.

En el nombre del Padre,
y del Hijo
y del Espíritu Santo...

Alcanzo a ver las duchas: ¡y a los presos en ellas!

Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto,
y dio a luz a su hijo primogénito,
y lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre
pues no había sitio para ellos en la posada...

Mientras tanto, los evangélicos, vestidos de traje, observan desde lejos.

Este es el cordero de Dios,
el que quita los pecados del mundo...

Algunos formando parejas caminan tomados de las manos, indiferentes a nosotros. Afuera se escuchan sirenas y trajín de gendarmes. Sin enterarnos la revuelta se inició en otra sección.

Hemos celebrado la Eucaristía...
¿Podemos ir en paz?

Ignacio

Nota del Editor. En la Navidad del 2000 los presos estaban haciendo huelga de hambre por algunas demandas, no dejaban entrar a nadie, pero aceptaron que se celebrara la misa.

Mejor olvídate


¿Vamos de paseo? Sí!! Vamos a ayudar a los pobres!!!!

¡Ay! que pena la viejita, era pobre, pobre, pobre, y los niños, ¡ay! llenos de piojos, con los mocos colgando y las zapatillas rotas. Como que me dio un poquitito de asco, y pena, yo creo que el próximo año voy a ir de nuevo a construir mediaguas, así ayudo a otra familia. Ahhh mierda, pero eso significa que voy a tener que ir todos los años, porque o si no la conciencia “toc, toc” ahí molestando como el bzzz de una mosca que no te deja tranquila, y a mí igual me gustaría ser una buena persona. Pero es que, la firme, no soy taaaan constante, así que tiene que haber otra solución. ¿Por qué no escondemos a los pobres? Mejor opción, mandémoslos a vivir lejos de nuestras casitas bonitas, con alarma y todo. Y hagamos carreteras que nos hagan olvidar que existen, y pasemos bien rápido en nuestros autos echando polvo, y mejor subo los vidrios pa no ver al gentío apretujado en el transantiago, porque me caben fácil cuatro de ellos en el auto.

Chuta, pero hay otro problema a mi nana la tengo que ver todos los días… mejor no le hablo, así que no me cuente la enfermedad de su marido o que al hijo lo echaron del liceo.

Uff, ya me siento un poco más tranquila. Puta madre, tengo todo resuelto, y prendo la tele y aparece la Teletón… igual triste, hasta había un señor que trabajaba sin patitas. Cacha po! Y a mí hasta me da lata estudiar, y éste aperrando. Filo, me cansé de pensar, mejor no veo más tele, chao con los minusválidos.

Sigo carreteando, y paso por el Golf, y ¡sacrilegio! Lleno de putas. Ahh, no, me equivoqué, travestis… peor. Llamemos a los pacos, no los quiero ver, entre la ambigüedad de los travestis y la cochiná del adulterio, y qué decir de la homosexualidad… no, a la cárcel, porque “de algo tienen que comer”, pero yo no los quiero ver, porque me acuerdo que hay niñitas en algún país que termina con zjstán que se prostituyen desde los 12 años. Prefiero que se prostituyan en otro barrio.

Una amiga tiene depresión, y en verdá no sé que hacer y me distancio poco a poco de ella. Y mi tía se separó, así que mejor no la invitamos a la navidad familiar.

Varios problemas solucionados: pobres segregados, travestis exiliados, minusválidos olvidados, locura rechazada, familia ¿cuál familia? (si tampoco eran tan cercanos).

Estoy sola, y he olvidado a todos. Menos a los que se me parecen. A cada una de las personas que me rodea. Me rasco con mis propias uñas. Y vivo con miedo, porque no conozco a nadie, no quiero a nadie, y me escapé de la realidad. ¿Un poco exagerado? Tal vez, pero ¿no tendremos todos algo de esta caricatura?

La sociedad chilena actual, la que nosotros formamos y en la que participamos activamente (y a la cual le echamos la culpa de todos los males), nos presenta un mundo dividido: a modo de ghetos se han ido separando distintas realidades, y el sujeto tiene miedo y no sabe qué hacer con ellas, porque no las conoce, y así, poco a poco, las puede ir evadiendo para no hacerse responsable. Nos enfrentamos a una tragedia de las con mayúscula: un sujeto dividido, una humanidad que se desconoce. Si seguimos alejándonos de cada uno de nuestros hermanos por su diferencia, perdemos el sentido de responsabilidad, si no nos hacemos responsables por cada uno de quienes nos rodea, a nivel directo y también en el trabajo de las estructuras más amplias, no deja de existir el otro, sino que lo negamos.

Nos urge en el Adviento difundir la palabra de Dios y acoger a cada uno de nuestros hermanos, que son TODOS. Pero ¿cómo lo hacemos si no conocemos al otro?, ¿en que lenguaje te hablo si no conozco tu idioma?, ¿cómo te abrazo si no sé dónde encontrarte?, ¿cómo limpio una lágrima que no veo?

Francisca Guarda

Aviso de inutilidad pública


Estimad@s fieles adictos, esta semana Todos los Domingos, aparecerá el martes.

Lecturas domingo 16 de Diciembre

A nuestros fieles adictos pedimos perdón por la demora en publicar esta edición.
Tercer domingo de Adviento

Isaías 35, 1-6 y 10
Salmo 145
Carta de Santiago 5, 7-10
Evangelio según San Mateo 11, 2-11

Palabras más, palabras menos


Gran profeta es Juan, pero el más triste de los hombres. Cuando creyó que todo lo que había anunciado se cumplía –lo que, por definición, nunca le sucede a un profeta–, llegó a pensar que se había equivocado. Encerrado en la cárcel de Herodes, escucha la predicación de Jesús y duda. ¿Habré gastado mi vida en vano? ¿Mi predicación fue inútil? ¿Será este Jesús realmente el cordero de Dios que indiqué (Jn. 1, 29)? ¿Es posible que el Dios al que le dediqué mis energías sea distinto del que imaginé? Por eso envía a sus discípulos a preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

Y la respuesta es clara. Ahí donde Juan dice conviértanse, Jesús explica los ciegos ven. Ahí donde Juan vocifera raza de víboras, Jesús anuncia los leprosos quedan limpios. Ahí donde Juan grita no se hagan ilusiones, Jesús corrige por los sordos oyen. Ahí donde Juan exclama ya toca el hacha la base de los árboles, Jesús muestra que los muertos resucitan. Ahí donde Juan advierte él quemará la paja, Jesús nos dice yo anuncio a los pobres el Evangelio… ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!

La perla del desierto le achuntó al ‘quién’ –Jesús sí era el que había de venir–, por eso fue “el más grande de todos los hombres”. Pero no acertó en el ‘qué’, así “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”. Anunciar el Evangelio no se puede reducir a la conversión personal o creer que basta con ser buenas personas. La palabra profética no se agota en la moral. El que ocupa toda su vida en asustar y condenar empequeñece la Buena Noticia. Ante aquellos que exclaman enderecen los caminos, Cristo nos dice hay que virar izquierda. Es cierto “está cerca el Reino de los Cielos” (Mt. 3, 1), pero no en el más allá. Si queremos imitar a Jesús, que el enfermo sea bien tratado en el hospital, que el habitante de campamento tenga casa, que el separado se sientan acogido en la Iglesia, y que no haya quien no tenga de comer.


Andrés

Nota del Editor
: siguiendo en la línea musical, éste es el título de una canción del grupo “Los Rodriguez” (del cual Andrés Calamaro -que brindó un extraordinario concierto el domingo pasado- fue el líder).

Cinco

Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo...

Vi tu rostro, y en tu rostro ardía el fuego.
Vi tu cabello, y de él fluía el viento.
Vi tus labios, y de tus labios brotaba el agua.
Vi tus ojos, y ellos sostenían la tierra.

Ignacio

Nota del Editor: Jesús no proclama la resignación sino que entregó su vida entera para que todos tengan vida.

Un misterio


En República Dominicana escuchaba a cada rato la expresión ‘Gracias a Dios’ o ‘Si Dios quiere’. Al llegar a Chile para mi recuperación, sin siquiera notarlo, digo muchas veces en el día “Gracias a Dios”, y no es solamente una expresión. Y me pregunto, ¿qué es Dios?... no sé, para mí... es un Misterio.

Cuando era pequeña, en el colegio San Vicente de Paul –donde me crié– las monjas para lograr mi buen comportamiento me decían: “Cristinita, pórtate bien que Dios está en todas partes”. Y así sin querer se formó en mí una imagen de Dios castigador.

Pasó el tiempo y nunca visité una iglesia. Hasta que un día, en Nicaragua, me emocioné al escuchar una especie de misa cantada del padre Ernesto Cardenal. La sencillez y el fervor de la gente me emocionaron y me hizo ver otra forma de Dios. Un Dios humilde, tierno y amable. Le vi forma de campesino nicaragüense.

Ahora en la adultez pienso que Dios es lo que él quiere ser y en cada uno de nosotros existe una idea de Él. Y es por ello que si tenemos una idea, lo complicado carece de sentido. Simplemente es. El estilo del pensamiento actual tiende a la complicación, a lo difícil, nada es sencillo, nada es fácil. Cuando quizás, en realidad, lo complicado es la consecuencia de una falta de vocación, de sinceridad, convicción, decisión, de fe.

En la dificultad, en la complicación se gesta el problema. El mundo es un problema, la cultura es un problema, la educación, el Transantiago es un problema, Dios es un problema, la enfermedad es un problema, la vida es un problema. Todo es un problema. ¡Oh, Dios mío, ¿quién podrá salvarnos?!

Y el problema es que no sabemos con-vivir con nosotros mismos, y lógicamente la con-vivencia con los otros es aún peor. Nos creemos dueños de la verdad absoluta y somos complicados. Y así transcurre la vida, en lo complicado, en la falta de sencillez, en la falta de vivir con la vida, y nos vamos poniendo mediocres, grises, desapasionados.

Con el correr del tiempo estoy aprendiendo a ver lo fácil en lo complicado; ver en lo difícil, moverme en lo complejo; pero sin prepotencia, simplemente con flexibilidad. Esa disposición de actitud distinta me lleva a la experiencia de sentir, de percibir, de darme cuenta... cómo la Fuerza Creadora, lo que llamamos Divino, está ahí, es ahí... es mi energía... es mi idea del Misterio...
Dios es lo que Él quiere ser.

Y así se deja expresar, en la contemplación o en el desespero de cada ser: Misterio.
No es complicado ni es difícil. Es Misterio... pero en Él se está, y en Él, recupero el sentido fácil, sencillo...de la vida.

No entiendo, pero siento. En la oración a mi manera, hablo, cuento, me comunico...con el Misterio. Y me responde el silencio de ese momento...medito y siento. No necesito palabras... simplemente está allí... esta aquí... está en mi corazón... y sigue siendo un Misterio.

Cristina Hurtado

Aviso de inutilidad pública


Estimad@s fieles adictos, esta semana Todos los Domingos, aparecerá el martes.

Lecturas domingo 9 de Diciembre

Segundo domingo de Adviento

Isaías 11,1-10
Salmo 71
Romanos 15, 4-9
Evangelio según San Mateo 3, 1-12

Honestidad brutal


Hay que sacarle todo el romanticismo barato al Evangelio, todo lo que huela a piedad dulzona, almibarada. Jesús no era rubiecito de ojos azules, ni hablaba con voz de falsete predicando que la vida se hace más fácil si uno cree en Dios. Su primo Juan era un loco –casi– de atar, vestido con piel de camello en pleno desierto el hedor se habrá sentido desde lejos, alimentándose de saltamontes tiene que haber estado en los huesos, y se atrevió a gritar a todo pulmón, a aquellos que creían que tenían su puesto asegurado en el pueblo elegido, “raza de víboras”.

Tiene que haber sido un verdadero espectáculo ver a este tipo. Algo así como algunos personajes públicos en que uno está esperando ver ‘con qué van a salir ahora’. Parecido a los políticos populistas que aparecen en portada cada vez que se mandan una frase para el bronce. Pero con una gran gran diferencia. Mientras los primeros buscan votos o rating, y para eso no paran de adular a su público o de hacer promesas de felicidad eterna, Juan es claro en su mensaje, él no se anuncia a sí mismo, y nos exige la conversión. Algo de cordura había en sus palabras, que tanta gente partió hacia el desierto a bautizarse. Y los primeros en llegar tienen que haber sido los que necesitaban confesar sus pecados, los que no se creían buenos, justos y salvos.

Cuando nos aburguesamos espiritualmente, cuando creemos que merecemos la salvación (como fariseos y saduceos) nos hacemos un Dios a nuestra medida, a nuestra propia imagen y semejanza, que no nos exige nada. Cuando perdemos la urgencia dejamos de dar buen fruto, ya no somos buena noticia para nadie. Que bien nos haría mirar nuestra vida con los ojos –y la radicalidad– de Juan.

Andrés

* Nota del Editor: el título corresponde a un disco de Andrés Calamaro (se ve que los autores de este blog están yendo demasiado a recitales).

Kairós

Dame un puñado de palabras
y déjame tallarlas.
¡Gracias a Rubén Morgado, por sus palabras!


Muchas cosas pueden ser hechas en serie.
Instantáneas, fugaces, automáticas.

El ser humano se hace a pulso,
requiere tiempo.
Misteriosa forma, una y otra vez forjada.

Ignacio

Nota del Editor. Kairós (en griego): tiempo propicio. Es diferente que el tiempo meramente cronológico. Preparar el camino al Señor, es decir, que nuestras vidas den fruto, supone este tiempo.

Otra oportunidad

Diciembre, último mes del año, mes agitado, lleno de actividades, ceremonias, actos, graduaciones, evaluaciones o el típico paseo o asado de fin de año... todos estos acontecimientos, de alguna u otra manera, nos hablan de ciclos que terminan, de un año que llega a su fin.

Por lo mismo es tiempo de mirar hacia atrás y recorrer el año vivido; ¿en qué hemos gastado nuestras energías?, ¿con quienes hemos compartido? ¿en qué hemos ocupado nuestro tiempo? ¿en qué cosas o en qué personas hemos puesto nuestro corazón?, ¿a quienes hemos amado? ¿y a quienes no?... y así, un sin fin de preguntas que nos pueden ayudar a mirar con verdad lo vivido.

Acogiendo en nuestras manos la propia realidad, escuchamos la voz potente de Juan el Bautista, con una invitación: “¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!” (Mt. 3, 2). Volverse a Dios, mirarlo de frente, a la cara, con toda nuestra verdad, sabiendo que Él “No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas...”(Is. 11, 3). Sabiendo que es un Dios que no se queda “pegado” en nuestro pecado, sino que nos perdona, nos sana, repara y reconcilia, incluso aquello que nos parece irreconciliable: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito...” (Is. 11, 6 ).

Juan el bautista nos dice: “Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor” (Mt. 3, 8). Al terminar este año y de cara al siguiente, se nos vuelve a abrir la posibilidad y oportunidad de realizar aquello que soñamos, lo que hondamente deseamos y que Dios nos invita a vivir ¿en qué deseamos gastar nuestras energías?, ¿con quienes queremos compartir? ¿en qué anhelamos ocupar nuestro tiempo? ¿en qué cosas o en qué personas queremos poner nuestro corazón?, ¿a quienes queremos amar?...

Desde nuestra verdad tenemos una invitación mayor; vivir un tiempo de espera, de espera vigilante, atenta y llena de esperanza, porque el Señor viene, porque Jesús nace y se hace uno de nosotros y nosotras, comparte y le da sentido a nuestra realidad, la del día a día, la que está llena de gozos, dolores y esperanzas.

En este tiempo de Adviento, que es tiempo de Gracia, pidámosle al Niño que nace en Belén, nos conceda el poder realizar todo aquello que profundamente deseamos y que nos hace volver la mirada a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.

Paula Torres aci

Lecturas domingo 2 de Diciembre

Primer Domingo de Adviento

Isaías 2, 1-5
Salmo 121
Romanos 13, 11-14
Evangelio según San Mateo 24, 37-44

Me verás volver


Recuerdo que cuando era niño para cada cumpleaños, para cada santo, para cada Navidad, el regalo de mi abuela era un sobre con una tarjeta escrita y dinero adentro (era el regalo que más me gustaba, porque significaba que yo podía elegir lo que haría con esa plata). Como para los demás primos el regalo era siempre el mismo, todos lo conocíamos como el “sobrecito de la abueli” y lo esperábamos religiosamente, tanto que al final la apuesta era respecto de cuánto vendría adentro. ¡Qué contradicción! Nos acostumbramos al regalo cuando, precisamente, no hay nada más gratuito, nada menos obligado.

Creo que a todos nos pasa, terminamos exigiendo los regalos, los experimentamos con lo debido, estamos esperando que la gente nos salude para el santo (y nos sentimos si no lo hacen), en el fondo nos duele si la polola no nos ha preparado un regalo que implique dedicación para el cumpleaños. La gratuidad se nos hace lo más común y corriente, nos habituamos al don de la vida, demandamos la salud. En cambio, ciertas cosas obvias, como la muerte, el dolor y la enfermedad sí nos toman por sorpresa. No hay nada más normal que la muerte –¡todos vamos para allá!– y, sin embargo, siempre (aun en los casos de vejez o de largos padecimientos) nos toma como desprevenidos.

Supongo que por esa razón Jesús, cuando nos habla de su vuelta, pone ejemplos negativos. No para asustarnos, sino para recordarnos que todo en Dios es pura gratuidad. Quiere decirnos que Él es la Sorpresa –así con mayúscula–. Cuando comienza el tiempo de Adviento (que es la preparación a la Navidad) uno tiende pensar ‘qué lindo’, ‘qué amoroso’, pero la liturgia nos dice otra cosa: el nacimiento de Jesús no es tierno, nace en una cueva obscura, y probablemente malolientente, destinada a los animales. Los pastores no son pintorescos, en realidad en su tiempo eran mal vistos porque se les acusaba de impuros por su trato con las ovejas: la venida del Hijo de Dios nos viene a remecer. Si ésta no cambia nuestros criterios, nada lo hará. No creamos que se trata de una segunda parte más cuando lo escuchemos decir me verás volver. La salvación viene desde donde no la esperamos.

Andrés

Después de salir del hospital

El dolor nos quita el piso,
pero transforma nuestra mirada.


Todavía en cama.
Hoy dejaron entreabierta la puerta de mi cuarto
y alcancé a ver una esquina del jardín.

Los rayos del sol iluminaban todos los colores imaginables.
Y los pájaros cantaban como si fuera el primer día tras el diluvio.


Ignacio


Y si el test diera positivo


Adviento tiene algo parecido a los tres minutos de incertidumbre frente al test de embarazo. En este tiempo, los cristianos nos volvemos a exponer a la vertiginosa posibilidad de que efectivamente venga un niño, y que con él, cambie nuestra historia para siempre.

Algunos viven esta espera deseosos. Están en condiciones de alegrarse. Otros la viven en contradicción. No es posible, no es cierto, no estamos preparados. Como sea. A la hora que ustedes menos lo piensen viene el Hijo del Hombre (Mt 24,44).

Empezar a creer que diera positivo, que efectivamente viniera un niño es, de hecho, lo que más intranquiliza. Sin saber aún de qué se trata, es claro al menos que exigirá cambios. Un terremoto de medio kilo, puede derrumbarlo todo. ¿Podrá crecer vida entre los escombros? La noche está avanzada, el día se echa encima (Rm 13,12).

Habrá asuntos domésticos que cambiar y convertir. Rutina nueva y nuevos ritos. Tiempo de mirarlo, de descubrirlo. Estar atento a sus necesidades y las tuyas. Ponerse a trabajar o trabajar el doble. Aunque eso cada vez te importará menos. Al imaginarlo te vas enamorando. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni de pendencias (Rm 13,14). Todo en ti se alegrará en ser-para-el-que-amas. Total humanidad.

¿Y qué dirán los otros? No permanecerán indiferentes. Algunos te animarán, serán apoyo, compañía. Otros, no cabe duda, serán condena. El amor está de tu lado. No hay nada que ocultar, caminarás como en pleno día, con dignidad (Rm 13,13). Una nueva vida es siempre buena nueva. Verán tu alegría, notarán la paz contigo (Sal 121,8).

También al mundo lo verás diferente, le desearás la paz (Sal 121,6). Lo que antes quizás ni notabas, ahora te importa. El amor te urge. Es el mundo tuyo, pero también será el mundo de él y lo quieres lo mejor posible para que él viva. Querrás abrigar a los niños de la calle, porque verás en ellos su rostro. Querrás contarles a todos la alegría de tu espera y te sumarás a los que caminan en la misma caravana.

Puede ser también que el test diga negativo. En ese caso, al menos te queda lo soñado. Creer que por amor estarías dispuesto grandes cosas. Nuestra alegría está más cerca ahora, que cuando empezamos a creer (Rom 13,12).

JnDiegosj

...al teatro, al teatro.

Fieles adictos (y adictos fieles), los invito a la obra "Job en Fragmentos" (donde está trabajando de iluminador Ignacio, no de acomodador como han creído algunos). Quedan las funciones del viernes 30 a las 20 hrs y domingo 2 a las 19 hrs (el sábado no habrá presentación para que se pueda llenar el Estadio Nacional en el cierre de la Teletón)...

El Editor


pd: abajo está la invitación del Director




Amig@s :
Les envió la invitación para la obra de teatro que llevamos preparando a lo largo de este año. El nombre de la pieza es "Job en fragmentos".

Básicamente consiste en una puesta en escena de teatro contemporáneo del poético relato bíblico de Job. La propuesta del trabajo ha sido el laboratorio, es decir, en la investigación escénica sobre los lenguajes más apropiados para transmitir las ideas y conflictos involucrados en un tema que siempre presenta aristas puntiagudas y que arriesgan cortarnos, como es el tema del dolor.

El trabajo lo hemos realizado con un grupo de actrices y actores de la Universidad Católica (estudiantes de teatro) y una actriz de la academia de Gustavo Meza. También hemos contado con la colaboración de personas del Instituto de Música, que han compuesto y ejecutarán música en vivo. Y los diseños han estado a cargo de gente de la facultad de arquitectura. El colectivo se llama Compañía Helarte, en alusión a la tierna temperatura del teatro en invierno.

La obra se presentará en el teatro del Colegio San Ignacio AO en una temporada que va desde el 16 de noviembre al 2 de diciembre De jueves a domingo. Las fechas de las presentaciones son:

Viernes 16 de noviembre a las 20 horas
Sábado 17 de noviembre a las 20 horas
Domingo 18 de noviembre a las 19 horas
Viernes 23 de noviembre a las 20 horas
Sábado 24 de noviembre a las 20 horas
Domingo 25 de noviembre a las 19 horas
Viernes 30 de noviembre a las 20 horas
Domingo 2 de diciembre a las 19 horas

Las entradas tienen un valor de $2.500 (público general) y $1.500 (estudiantes). Los recursos serán destinados para la retribución por el trabajo del equipo que ha estado involucrado en el presente trabajo. Somos 12 personas, entre actores, directores, músicos, productores y diseñadores. Además de solventar algunos gastos, que pueden surgir en la itinerancia que tenemos presupuestada en las vísperas de Navidad a la tercera Región. Como un modo de llevar espectáculos culturales a los lugares que no tienen acceso a dichos bienes.

Finalmente, me gustaría agradecer, a la DGE por su apoyo financiero y por la preocupación por el seguimiento del proyecto. A la FEUC por el apoyo financiero. Y a la facultad de Artes de la PUC , porque creyó en nuestro proyecto. También a la Compañía de Jesús, por el apoyo, y al colegio San Ignacio por facilitar el espacio.

Esperando poder brindar un espectáculo de buena calidad, e invitándolos a nuestras presentaciones.
Se despide

Rubén Morgado, sj
Director de la Compañía Helarte.

Lecturas domingo 25 de Noviembre

Celebración de Cristo Rey
2 Samuel 5, 1-3
Salmo 121
Colosenses 1, 12-20
Evangelio según San Lucas 23, 35-43

El capitán de su calle

Porque sabía que la verdad desnuda
guarda oculta detrás de la corteza
el hueso de cereza de la duda
”.

Aunque no nos guste, Jesús, le encuentra la quinta pata al gato, le saca peras al olmo, y nos enseña, una y otra vez, que las gallinas mean. El próximo domingo corresponde al fin del ciclo litúrgico (empezaremos uno nuevo en el Adviento), y la Iglesia cierra el año celebrando la “Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo”. Pero, curioso Rey tenemos para tan pomposo título, pues se muestra como tal en medio del dolor.

Esto es crucial en nuestra fe, ya que el Dios cristiano no está en un Partenón, alejado e indiferente a nuestros sufrimientos. Si Dios no está en medio del dolor... del dolor de la madre cuya hija se suicidó después que su bebé muriera de ‘muerte súbita’; del dolor del delincuente común, encarcelado en ‘Santiago 1’, del dolor de la mujer que ha sufrido una violación; del dolor del sacerdote, que lo busca en medio del dolor ajeno y no lo encuentra –que es un dolor redundante–; del dolor de Manuela, profesional exitosa, y a decir de todos, gran persona, pero que todavía no encuentra alguien que la quiera como se merece. Si Dios no está en medio del dolor, del dolor de la humanidad entera, de cualquier dolor, de nuestro dolor, no es Dios. No al menos no uno que valga la pena. Pero, ¿qué hace frente a tanto padecimiento? A veces pareciera que nada. Está atrapado en su cruz, con los brazos abiertos, pero inmóviles y los pies enraizados al madero. Está atrapado en esa cruz, que no es sólo suya. He ahí nuestra esperanza.

Sin embargo, Cristo, no solamente se hace solidario de aquellos que sufren, sino que –al morir como malhechor– invierte el orden establecido. Él nos obliga a cambiar el foco de la mirada: el Mesías no salva como todos lo esperaban, la vida se revela en la muerte, el delincuente nos está diciendo que es la sociedad la que funciona mal. En tiempos en que pareciera que lo que atrae votos es “la agenda corta anti-delincuencia”, y las voces gritan cada vez más fuerte “mano dura”, “cárcel”, “mayor contingente policial”, tal vez nos deberíamos preguntar en qué nos hemos equivocado como país antes de aumentar las condenas. Bienaventurados sean los que en el delincuente ven al Hijo de Dios, porque ellos compartirán con Jesús ¡hoy! en su Reino.

Andrés

* Nota del Editor: el título (y la cita) corresponden a la canción del mismo nombre de Joaquín Sabina.

Resurrección


Cuerpo de mujer
desnudo.
Tus brazos abiertos
ya no pueden acoger.
Teñida en sangre.
Atravesada.
Pelo revuelto tapa tu rostro.
Tu espalda no soporta el madero
donde te han recostado.
¿Por qué me has abandonado?
Gimen, por última vez, tus labios.


Ignacio

* Nota del Editor: La cita corresponde a palabras de Jesús en la cruz. Aparecen en Mc. 15, 34.

Señor, sálvanos… ¿de qué?


Este domingo, celebración de la fiesta de Cristo-Rey, la Iglesia nos instala de frente a la pregunta sobre el poder de Dios. ¿Cómo entender que un hombre que es el enviado de Dios, el Elegido, el Mesías, el rey de los judíos, heredero en la tierra de todo su poder, esté muriendo en una cruz? ¿Cuál es entonces el poder de Dios si no puede salvar ni a su propio hijo? Estas preguntas parecieron a los personajes del evangelio inexplicables. El hijo de Dios simplemente no puede morir en una cruz. Entonces Cristo no puede ser hijo de Dios: ¿Cómo en el momento de mayor oprobio su supuesto Padre no manifiesta su omnipotencia y lo salva de su dolor?

Los insultos y las burlas de las autoridades, los soldados y el primer malhechor son consecuencia de una incomprensión, de un desconcierto ante la locura de la cruz, que niega todos los parámetros de poder que solemos asignarle a Dios. Imaginar el poder de Dios a escala de los poderes humanos es el error que nos impide encontrar a Dios en el sufrimiento y la humillación. Y es que nos cuesta entender que un ser con tanto poder no huya del dolor, no se salve a sí mismo. Porque lo más seguro es que si cualquiera de nosotros tuviese el poder de escapar de una tortura como la cruz lo haría. Pues el poder, para nosotros, es sinónimo de salvación personal, de alcanzar una cierta seguridad, prestigio y posición que nos impida terminar en una cruz. Y exigimos a Dios, a partir de esta comprensión del poder, que nos salve según estos parámetros. Le pedimos que nos garantice éxito, que ahuyente de nosotros el dolor, que nos aparte de la humillación, que nos asegure la vida de acá.

Pero la cruz, y la respuesta de Jesús a las palabras del segundo malhechor, son manifestación patente de que esa salvación que muchas veces pedimos a Dios no es la que Él nos ha prometido. La salvación de Cristo no se encuentra en bajar de la cruz y escapar de la muerte sino en asumirla con confianza, sabiendo que la última palabra no es el fin de esta vida sino el comienzo de la vida eterna en el reino de Dios. Para el segundo ladrón, y para el mismo Cristo, la vida en plenitud junto al Padre era sólo una promesa. Y aún así ambos fueron capaces de confiar y ponerse en sus manos en el momento de mayor dolor. Hoy, después del tercer día, la Resurrección es una realidad viva. Nosotros, que heredamos el testimonio de la vuelta a la vida de este burlado y humillado, sabemos que la promesa está cumplida. ¿Viviremos a partir de ella o buscaremos salvación en otro lado? ¿Nos aseguraremos la vida o la entregaremos con confianza a nuestro Padre? ¿Qué salvación le pediremos a Dios?

Soledad del Villar

Lecturas domingo 18 de Noviembre

Malaquías 3, 19-20a
Salmo 97
2 Tesalonicenses 3, 7-12
Evangelio según San Lucas 21, 5-19

Lo políticamente incorrecto


Hay que asumirlo. La vida de Jesús, su predicación, y sobre todo su muerte tienen algo de políticamente incorrecto. ¡Dónde se ha visto que un Dios muera desnudo en una cruz! Escándalo para judíos, locura para griegos (1 Cor. 1, 23). Motivo de risa para el Imperio. Incomprensible, en muchos aspectos, para el hombre y la mujer actual. Digo esto porque el Templo era, para los judíos, el centro no sólo de su vida religiosa, sino también sociopolítica, predicar que “no quedará piedra sobre piedra” es como anunciar el fin del modelo neoliberal: ligeramente ridículo, demasiado subversivo (un poquito demás, dirán muchos).

Además, en esto de predecir el futuro, Jesús no era demasiado bueno. Ciertamente que la `polla gol´ no la hubiera ganado. Aquí van algunos ejemplos: cuando llama a los apóstoles (Mc. 3, 17-19), o creía de verdad que Judas podía ser un fiel discípulo suyo o lo eligió por un instinto suicida; Cuando habló de su resurrección (Lc. 18, 33), o no le achuntó o tiene problemas con las matemáticas, porque el domingo no es el tercer día después del viernes; Y la vez que quiere irse a descansar a un lugar despoblado, ¡lo estaba esperando una gran multitud! (Mc. 6, 31-34).

En otras sí le acertó: el Templo de Jerusalén, en efecto, fue destruido el año 70; Repetidas veces avisa que lo van a matar hasta que finalmente lo crucifican; Pero en lo que más razón tiene es cuando anuncia “muchos vendrán usurpando mi nombre”. La historia está llena de hombres que dicen servir a Jesús y no hacen más que manipular a la gente para conseguir dinero, prestigio, autoridad. ¿Cómo saber, entonces, quiénes realmente actúan en su nombre y quiénes no? Jesús mismo es piedra de tope para todo aquel que se autodesigne apóstol suyo. Si la vida de Cristo es la renuncia a todo poder, hay que ser muy cara dura para proclamarse como su servidor cuando lo que se busca es dominación. Cualquiera que condene a otros en nombre de Jesús, usurpa su nombre.

Andrés

Como piedra en el agua

(…seca por dentro)

Si nunca nos persiguen.
Si jamás pisamos callos.
Si los reclamos que hacemos contra el sistema
son funcionales al sistema.
Si nuestra proclamación no incomoda.
Si el trato que tenemos con los poderosos es de tú a tú
–y solo para pedirle favores–.
Si todo el mundo nos felicita por lo “lindo” que hablamos.
Si no somos mirados como bichos raros
por ser consecuentes con nuestras convicciones.
Si ni siquiera una vez nos han tratado de ilusos idealistas.
Si vivimos preparando los discursos
para no ofender a los bienhechores.
Si nuestras utopías no calientan a nadie.
Si no nos sentimos incomprendidos
–y la sociedad nos pone como modelos a seguir–.
Si lamemos botas en vez defender a los excluidos.
Si nuestras palabras no se convierten en piedra de escándalo.
Si los sueños de justicia que teníamos
llegaron solo hasta ingresar al mercado laboral.
Si los reyes del marketing nos miran con buenos ojos.
Si vivimos justificándonos.
Sí, somos infieles.

Ignacio


* Nota del Editor: el título (y la bajada de título) pertenecen a la canción “Ella usó mi cabeza como un revolver” de Soda Stereo que, dicho sea de paso, lamentablemente no tocaron en su último recital.

La fama es emífera


¿Quién no deseará estar del lado del Señor –aún a la fuerza– si como alternativa le ofrecen, entre otras analogías, no merecer el derecho a comer, no participar de las fiestas que celebran su llegada o ser quemado como la paja?

A través de las lecturas de esta semana, se nos hace la difícil invitación de cuestionarnos y afinar la vista. Es, a mi juicio, una propuesta “metodológica”, donde se intenta ayudarnos a discernir y buscar lo auténtico en un mundo donde no es difícil confundirse, aún entre los propios mensajes que Dios nos quiere transmitir.

La respuesta al primer párrafo parece demasiado fácil. ¿Puede ser entonces la creencia y el amor a Dios una cuestión forzada, vale decir, creo y amo porque sino no me conviene, por el miedo a lo desconocido, por temor a salir perdiendo… creo en suma porque es normal o por sencilla cobardía? Supongamos que bajo esos argumentos justifico mis creencias, mis amores, mis adscripciones. Lamentablemente, las lecturas de esta semana no acaban ahí. En el evangelio, Lucas narra las advertencias de Dios de los malos tiempos que deberán padecer sus seguidores, pues “habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso les echarán mano, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía”. En otras palabras, estar del lado de Dios no siempre es de lo más conveniente ni lo más fácil.

Esta semana se nos muestran, una vez más, contradicciones desde el punto de vista lógico, de las cuales sólo es posible abstraerse desde la fe, una fe que nos salva, una fe que es testimonio y palabra de vida, raciocinio y esencia, espíritu vivo al servicio de los dilemas del hombre.

El Señor da advertencia de los padecimientos de sus seguidores en el momento en que ellos se dedicaban a aplaudir la belleza de un templo, por la calidad de su piedra y sus ofrendas. Entonces augura que todo eso, aunque bello, va a desaparecer: hay un día en que todo será destruido.

¿Qué cosas bellas en el mundo realmente no van a desaparecer nunca?
¿Qué es lo perceptible de Dios en el mundo?
¿Dónde está en esta tierra lo justo, lo bello, lo bueno, lo verdadero?
¿Cómo depurar lo bueno de lo malo?
¿Cómo mirar lo trascendente desde lo cotidiano?

Lo bello que admiramos a diario, así como nuestras glorias de las que nos ufanamos, son ante todo triunfos perecederos. Nuestros pergaminos, nuestras materialidades, todo es efímero. En la desesperación que debería producirnos esa constatación, existe aún una posibilidad de asirse: aferrarse a través de la fe; encontrar lo trascendente sólo en aquello en que creo profundamente; conservar las esperanzas sólo a partir del amor profundo que Dios nos tiene y en mis convicciones del alma. El evangelio es precioso y contradictorio nuevamente, en la medida que a esa invitación, que parece desquiciada y sobre todo muy difícil, le superpone la tranquilidad y la facilidad de contar con la ayuda irrestricta de Dios: “Hagan propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario(…)ni un cabello de su cabeza perecerá”.

Volviendo al primer párrafo, desear estar del lado de la fe no es una decisión fácil, está llena de desafíos, pero también es un acto trascendente y de profundo amor. La dificultad de jugársela por la fe tendrá la gracia de contar siempre con la presencia de Dios. Dios estará ahí, cerca de lo difícil, premiando la perseverancia, la entrega desinteresada, los sufrimientos y los malos momentos, las carencias, las amarguras, las injusticias, los despojos y las crueldades. A través de los textos de esta semana, el Señor nos vuelve a recordar que los males cotidianos, al igual que nuestros pergaminos y nuestras glorias, son siempre efímeros. Sólo nos queda entonces la constatación de quienes cerca nuestro sufren, perseveran, padecen injusticias, se les margina, se les excluye de la buena piedra, del templo firme, de la vestidura fina… pues son testimonio vivo de una fe que a ellos, primero que a nadie, los salva. Qué profunda envidia.

Jorge Atria

Lecturas domingo 11 de Noviembre


2 Macabeos 7, 1-2 y 9-14
Salmo 16
2 Tesalonicenses 2, 16 - 3, 5
Evangelio según San Lucas 20, 27-38

De vivos


¿Cómo creer en un Dios vivo si los que se consideran sus representantes hablan sólo de muerte? Triste fe es la fe de los Saduceos. La pregunta que proponen es capciosa, a ellos no les interesa saber del cielo, sino poner una trampa a Jesús para demostrar que no existe la resurrección. Su preocupación está puesta en el más acá, pero es una realidad sin horizonte, sin esperanza… por lo mismo es una fe vacía, y la muerte sólo puede engendrar muerte. Los saduceos se opondrán a todo lo que signifique vida plena, tanto así que la razón última de la conspiración para matar a Jesús es la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 46-53). En una religión de muerte no se permite la vida. Si no anunciamos la Vida –la Buena Noticia– no crean en nosotros.

Pero, no se trata, tampoco, de escaparle a esta vida. Jesús no habla de un Dios de la vida, sino de un “Dios de vivos”. Lo que Él predica no son conceptos o ideas vagas, no busca que aprendamos una lección o un montón de reglas para ganarnos un futuro eterno. Es tal la fe que tiene en que Dios es un Dios de vivos, que eso se traduce en jugarse su vida entera. Por eso mientras los saduceos tratan de asegurar sus vidas, Él es capaz de entregarla.

Todo aquel que siga su ejemplo, todo hombre que dé vida, nos muestra al Señor. Y estos hombres y mujeres son muchos. Por lo cual, me retracto de la columna anterior: hay demasiada gente a la que no ‘le queda grande la horma de este zapato’, porque Dios es Dios de vivos y no de muertos. Es el Dios de Ghandi, el Dios de Martin Luther King, el Dios del Cardenal Silva Henríquez, pero también el Dios de los anónimos dueños de Pymes que pagan lo justo, el Dios de las abnegadas monjas que viven en la poblaciones, el Dios de los obreros que se levantan a las 5 de la mañana a trabajar para llevar comida a sus hijos, el Dios de esos choferes de Transantiago, que a pesar de todos los reclamos, saludan a sus pasajeros con un ‘buenos días’, el Dios de los voluntarios que semana a semana comparten su tiempo con aquellos que lo necesitan, el Dios de esas dirigentes de Campamentos que dejan los pies en la calle juntando el dinero para sus casas, el Dios de… (continúe usted, estimado lector, esta oración).



Andrés

Cantar


¡Que tus palabras de fuego, Señor,
alimenten mi oración!

1
Jamás he tocado un cuerpo místico.
Sí he tomado ásperas manos
y acariciado cabellos.
Ahí me sedujiste.
Me dejé seducir.

2
Entregado por nosotros,
despreciado, humillado:
no parecías hombre.
Déjame tomar tus manos taladradas
y mirar desde tus párpados caídos.
Que mis lágrimas laven tus pies inmóviles.
¡Quiero sentir tus huesos en mi costado abierto!

3
De nuevo crucificado
en oscuros torsos.
Vástagos de fábricas se desgastan por sus hijas.
Mano sobre mano, de pie, rendidos.
El tiempo preso, las máquinas avanzan…

Y tú me dices:
¿qué me dices?
¡No te escucho!

Tu lejanía es más amarga que el olvido.
¿Estás realmente en ese delgado pan
ante el cual todos se arrodillan?
¿Eres Dios vivo o un fruto de mi vacuidad?

Solo la muerte me dirá la verdad.

4
Tengo sed de ti
como tierra reseca, agostada:
te necesito.
Aunque a veces lo olvido.

Me buscas apasionadamente
como la cumbre de una montaña tras el hombre.
Siento en el viento tus dedos acariciar mi rostro
y tu aroma me envuelve.
Tus manos mi cintura atraen como arcilla.

5
En un clavo te muestras.
Te reconozco en el vino y en el agua,
en el sabor compartido del pan y el pescado.

Te revelas en el pobre
cavando mis oídos.
Tu grito en mi pecho retumba.

Abiertos los brazos te entregas.
Abiertos los brazos te recibo.

Me impregnas y fecundas.
Así con gozo doy vida.

Me sabes tuyo, te regalas mío.
Somos hombre y Dios.

Y me sumerjo desnudo en ti
con sed de amor y eternidad…

6
Desciende a lo más humano.
Me llamas.

Esto es mi cuerpo.
Trigo labrado en las heridas del mundo.

Esta es mi sangre.
Alegría que germina de mujer y hombre.

Consagra con tus manos: el pan, el vino.
Pero también el tenedor y el cuchillo,
la escoba, el lápiz y el libro.

Consagra desde lo más genital de tu vida
el óvulo virgen de tanta soledad.

Recuerda:
Todo está cumplido.

Come mi sangre, bebe mi carne.
Sígueme.




Ignacio

Nota del Editor
: este poema tiene distintas referencias bíblicas, se puede encontrar en la sección "comentarios".

¿Estoy vivo?



Hace unas semanas un amigo me dijo –bajo riesgo de herejía– que tenía una teoría: Una vez muertos, en vez de un juicio final donde se evalúa si somos merecedores del cielo o del infierno, sencillamente nos mantendremos amando tal como lo hemos hecho a lo largo de nuestras vidas. De esa forma, el infierno no será más que “seguir viviendo” para una persona que en su vida no ha sido capaz de amar, mientras que para los que amaron, el Reino de los Cielos se presentará como una prolongación del amor que han entregado y recibido mientras estuvieron vivos.

Sin entrar en una comparación odiosa entre los procedimientos formales (oficiales) después de la muerte, quiero rescatar la potencia de la frase que más me marca de este evangelio, “No es Dios de muertos, sino de vivos”. Que la vida eterna se viva desde hoy cambia radicalmente la perspectiva con que uno enfrenta a la muerte lejana y extraña, que sólo conocemos cuando afecta a los demás. Entender que la muerte es el “estado de no-amor” implica preguntarnos desde hoy y para siempre ¿estoy vivo?, ¿estoy amando?, ¿soy amado?

El “Cielo” se juega diariamente, y quienes quieran ser como saduceos, mejor nunca vayan a la ópera. Porque, tal como finalizó el mismo amigo de antes, para regocijarse con una ópera es necesario experimentar las sensaciones que provoca muchas veces, hasta que el oído y el gusto se refinan. Es la única manera de disfrutarla a concho. Con la vida eterna pasa exactamente lo mismo. Si no se ha buscado amar con pasión e insistencia muchas veces, y a cada cosa que nos rodea, nunca se podrá disfrutar con creces la compañía de Dios; nunca se podrá, en definitiva, estar vivo.



Claudio Castro

Lecturas domingo 4 de Noviembre


Sabiduría 11, 22 - 12,2
Salmo 144
2 Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2
Evangelio según San Lucas 19, 1-10

No hay primera sin segunda


El evangelio de este domingo es complemento del anterior. Pareciera que Jesús nos quiere decir que está bien pedir perdón (como el publicano de la semana pasada), pero que es mejor poner en obra el arrepentimiento. Esta vez no se trata de una parábola, sino del jefe mismo de los publicanos, que devuelve con creces lo que ha conseguido malamente. Si el domingo pasado aquel que se reconocía pecador se iba “justificado ante Dios”, la situación de Zaqueo es mayor, pues la “salvación ha llegado a su casa”. ¿Qué es lo que hace pasar de la conversión afectiva a la conversión efectiva a Zaqueo?

Todos tuvimos un compañero en el colegio apodado ‘chico’, ‘pitufo’, ‘chongo’, ‘pulga’… y, curiosamente, en la mayoría de ellos su personalidad era inversamente proporcional a su tamaño. Enfrentar al mundo desde abajo los obligaba a crecer en temperamento. Supongo que la necesidad de ser espectadores de primera fila (pues desde más atrás los demás les impedían ver) les enseñó a arreglárselas para ir tras su objetivo. Pero, volviendo a lo nuestro, lo que quería el ‘chico Zaqueo’, no era cualquier cosa, sino “ver quién era Jesús”. ¡Qué bien nos haría intentar encontrarnos con Él, en vez de estar preocupados por criticar –con o sin razón– a la Iglesia! Si a cambio de decir ellos no me dejan ver a Jesús nos subiéramos a una “Higuera”, posiblemente que hace rato lo habríamos “recibido con alegría”.

Pero quizás no lo hacemos porque tenemos miedo de perder parte de lo que ya tenemos seguro, y sobre todo porque no nos gustaría devolver aquellas cosas que, injustamente, hemos conseguido de otros. ¿Seremos, los estudiantes, capaces de decir devolveré esta nota por haber copiado?; ¿Seremos, los empleados, capaces de decir trabajaré horas extras por las veces que he sacado la vuelta?; ¿Seremos, los empresarios, capaces de decir voy a pagar el sueldo ético?; ¿Seremos, los papás y mamás, capaces de decir estaré más con mis hijos?; ¿Seremos, los políticos, capaces de decir no re-postularemos a nuestros cargos si no logramos mejorar la educación? ¿Seremos, los profesionales, capaces de decir pediremos salarios menores con tal que exista una distribución más equitativa de la riqueza?... ¿o será que la horma de este zapato nos queda demasiado grande?

Andrés

Mateo 18, 8

Para que llegue la salvación a nuestra casa, como Zaqueo
¿renunciaremos a todo lo que sea necesario?



Voy a quedar manco y
cojo y mudo y ciego y sordo y
castrado.
Sin olfato.

Ni piel.

Ignacio


* Nota del Editor. Mateo 18, 8: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida tuerto que con dos ojos ser arrojado al infierno de fuego.

Sí, soy pequeño


Es casi inherente al hombre buscar poder, superioridad, reconocimiento o alguna forma de destacarse. A través de la historia podemos encontrar muchos ejemplos, pero este hombre poderoso no se alzó por sobre los demás para impresionarlos, regirlos o cuidarlos sino que trepó para reconocer al que venía.

Lo que me encanta de esta lectura es cómo Zaqueo tiene la virtud de reconocer que es pequeño e incompleto a pesar de ser rico y poderoso. Él sabe que necesita ayuda para ser una mejor persona, sabe que necesita subir al árbol, igual como lo hacen los niños, para poder ver y disfrutar de algo que todos los demás gozan pero que a él no se le permite porque es pequeño. Sube, pero no de la forma fácil con una escalera, sino que sólo con sus manos y entusiasmo, cuerpo y alma en esfuerzo y sin vergüenza de reconocerse pequeño… sube, para estar por sobre los demás, pero no con la común finalidad que vemos hoy en día de querer sentirse más que los que quedan abajo, sino para aspirar a más, para conocer quién es Jesús, para crecer desde dentro.

Creo que en el momento en que reconocemos que estamos incompletos, que nos hace falta “algo”, que no somos tanto como podríamos ser, entonces Jesús elige alojar en nuestra casa. Y no es difícil reconocer nuestra pequeñez, nuestra mediocridad, basta con mirar cuantas maravillas se nos dan cada día, desde lo que damos por hecho como un amanecer, que trae la oportunidad de vivir un nuevo día, hasta lo que agradecemos en momentos especiales como el apoyo incondicional de la familia o amigos… reconociendo estas cosas simples podemos ver que nuestro potencial es inmenso.

Cada uno tiene una base sobre la cual trabajar y trabajarse, todos sabemos cuanto podemos dar y la buena noticia es que Dios está con nosotros a cada paso para que logremos todo lo que podemos ser. El desafío es tener la autocrítica para reconocerse pequeño en esta sociedad que nos exige ser grandes, luego sólo queda esperar por la bendición y humildad para aspirar a ser más en Dios.

Daniela Muñoz

Lecturas domingo 28 de Octubre


Eclesiástico 35, 12-14 y 16-18
Salmo 33
2 Timoteo 4, 6-8 y 16-18
Evangelio según San Lucas 18, 9-14





Por no ser


Como habrán notado, Mario dejó esta columna (por lo que el Editor me pidió que acompañe a Ignacio en Todos los Domingos hasta diciembre). No espero igualar su pluma, pero sí, como dijo él al comenzar este blog, “buscarle al verbo nuevos sujetos y predicados”, así que vamos a lo que vinimos. Nos preguntaremos quiénes son los sujetos a encontrar en los templos modernos (los malls, los estadios, los pubs … que a las iglesias los que van son pocos), ¿quiénes fariseos? y ¿quiénes publicanos?

Según el informe de Desarrollo Humano del año 2000, un 31% de los chilenos afirma ser discriminado por su lugar de residencia. ¡Un tercio de nuestros compatriotas se siente mirado en menos! Y no estamos hablando solo de los que viven en la Legua o en los campamentos, sino de los que estudian en colegios con número, los que pronuncian la ceashe, los que residen en viviendas del subsidio habitacional, porque a todos ellos los encontramos en los mismos barrios. A modo de ejemplo, Santiago es tan discriminador que solo 302 pobres (de los 824.472 que hay en la región metropolitana)*
viven en la comuna más rica. Tendemos a mirar por encima del hombro a todos aquellos que se encuentran en inferior situación económica.

Pero esto parece más bien lucha de clases contra los ricos opresores que otra cosa. ¿De eso trata el evangelio? En nuestra imaginación colectiva nos pintamos al fariseo como el rico y al publicano como pobre, cuando la realidad es distinta. Los fariseos son la clase media de su tiempo (su orgullo está puesto en ser cumplidores de la ley de Moisés, y no en otra cosa), en cambio, los publicanos son justamente los que tienen dinero, ya que ellos eran los recaudadores de impuestos. El fariseo se jacta, ante Dios, de no ser como el publicano (que ha conseguido riqueza ilícitamente, podemos adivinar), en cambio, el rico acá es quien reconoce su pecado.

Es perfecto fariseo, entonces, el que discrimina a los cuicos por no ser escurridos, a los que no viven la sexualidad como él por ser inmorales (o retrógrados, que aunque es la contraria a la anterior, también es discriminación), a los políticos por no ser eficientes como ONG, a la jerarquía de la Iglesia por no ser moderna, a los que trabajan en la empresa privada por no estar preocupado del país…

El problema, pareciera, está en compararse con otros. ¿No será que todos alguna vez hemos dicho ‘gracias, Señor, por no ser como ese fariseo, que se cree mejor persona que los demás?’. Tal vez sea el tiempo de dejar de mirar para el lado, y de reconocer, cada uno, sus propias yayitas, que después de eso –seguro– nos perdonarán.


Andrés

* Nota del Editor: según la CASEN 2003.

Isaías 53

Serán enaltecidos aquellos que se humillan
no por mérito propio,
sino porque Jesús se identifica con ellos.


Como cordero llevado al matadero, como cordero
.
Como trabajador de la construcción.
Como cordero.
Como empleada doméstica.
Como oveja muda ante el esquilador,
no abría la boca
.

Como cordero llevado al matadero.
Como vendedora de multitienda.
Como cordero.
Como oficinista público.
Maltratado, aguantaba,
no abría la boca
.

Como cordero llevado al matadero.
Como peluquera de centro de estética.
Como cordero.
Como pescador artesanal.
Un hombre hecho a sufrir,
curtido en el dolor
.

Como cordero llevado al matadero.
Como mozo de restorán.
Como cordero.
Como obrera de fábrica textil.
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida
.

Como cordero llevado al matadero.
Como chofer del camión de basura.
Como cordero.
Como encargada del aseo.
No tenía presencia ni belleza
que atrajera nuestras miradas
.

Como cordero llevado al matadero.
Como lavandera a sueldo.
Como cordero.
Como poblador de la Toma.
Despreciado y evitado de la gente…
verá la luz,
rehabilitará a todos
.

¡Por el siervo inocente
triunfará el plan del Señor
!

Ignacio

Nota del Editor: el texto de Isaías 53 se encuentra en la sección comentarios de esta columna.

Jesús juicioso


¿Qué es lo propio de un juez? A nuestros ojos un buen juez es aquel que es imparcial, teniendo como paradigma de confrontación la ley y las circunstancias de aquello que se tiene por materia de juicio. Los “hechos”, por tanto, deben ser juzgados con la mayor objetividad posible, manteniendo las distancias y dejando de lado toda afección posible para que prime y gobierne solamente la ley, el derecho y la justicia. Es así como la imparcialidad se plantea como un valor fundamental a la hora de decidir y de juzgar. En otras palabras, un “buen juez” es aquel que no se la puede jugar (ni involucrar) por ninguna de las contrapartes.

Dicen por ahí, que los “juiciosos” vivimos siempre juzgando a los demás, porque no podemos escaparnos del juicio moral... Éste es bueno o malo, valioso o poco habiloso, caprichoso o mentiroso, santa o descarriada... Y el paradigma de nuestros juicios debiera seguir siendo el del “buen juez”, para que seamos validados como prudentes y ponderados en nuestro hablar…

Desde el criterio de la imparcialidad el Fariseo es un buen juez de sí mismo, porque sus juicios son todos correctos y objetivos. “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. No me cabe duda que el fariseo está diciendo la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad.

Jesús, sorpresivamente, nos cambia la óptica una vez más, ya que si Él fuera también un “buen juez” tendría que aplaudir y reconocer públicamente las maravillas obradas por el Fariseo; porque sus palabras, seguramente remiten a hechos objetivos. Pero, en honor a la pedagogía del contraste, Jesús continúa la parábola mostrándonos a un pobre publicano, despreciado –antes de partir con la explicación– por el solo hecho de ser publicano. El no se atreve ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que sólo implora misericordia “¡Dios mío ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Las vidas del Fariseo y el Publicano no tienen parangón. Si Jesús fuera un “buen juez”, ante todo imparcial y desafectado, no tendría sólo que aplaudir y reconocer al Fariseo, sino que tendría que condenar abiertamente al recaudador de impuestos para Roma… Pero el gran quiebre de la parábola se da precisamente en que Jesús desecha la imparcialidad, porque implica no involucrarse realmente con lo nuestro, tomar distancia de nosotros. Nuestro Dios toma partido y lo hace por los indefensos. Lo hace por nosotros en la medida en que reconozcamos nuestra indefensión. No se sube al estrado del juez, sino que se abaja al que sufre, haciéndose cercano y próximo a Él. Su justicia parte inclinada hacia el más débil. La imparcialidad se convierte en parcialidad. Parcialidad absoluta por el que está lejos y frágil. Parcialidad que juzga con el corazón. Parcialidad dada por el amor profundo por el hombre que se torna pasión por aquellos que no tienen con qué justificarse. Jesús como buen “juicioso” enjuicia, pero lo hace con otros criterios. Su juicio parcial se inclina al escuchar a aquel sentenciado que se muestra necesitado de Dios, abierto a la Fe. Su juicio es interior y no exterior. Juzga la conciencia que no se adueña de lo bueno, sino que implora piedad. Juzga a favor de aquel que no busca poseer(se), sino referirse a su Señor. “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. No cabe duda que Jesús está diciendo la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad. Eso es lo que hace a un buen Juez.


Carlos Alvarez sj

Lecturas domingo 21 de Octubre

Éxodo 17, 8-13
Salmo 120
2 Timoteo 3, 14- 4, 2
Evangelio según San Lucas 18, 1-8

Fu y Fa

Para los que no somos ni fu ni fa, para los que creemos a duras penas, para los que somos ‘lentos y tardos’ al comprender, para los que somos hijos de la duda y estamos atravesados por la sospecha, para los que rezamos por si acaso (mientras leemos el horóscopo), pero sobre todo, para los que desconfiamos incluso de nuestras creencias, las lecturas, que venimos escuchando hace varios domingos, parecieran darnos un palo más a nuestra lastimada fe. Como que Jesús viniera a certificar nuestra acta de defunción definitiva en vez de entregarnos una buena noticia.

Afortunadamente, “cuando venga el Hijo del hombre” la pregunta sobre la fe que anticipa Jesús, pareciera que será –a lo más– una pregunta retórica, pues las palabras que tendrá para nosotros pueden ser “vengan benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme” (Mt. 25, 34-36), entonces nosotros, todavía sin entender, le responderemos, ¿cuándo te dimos de comer y de beber, cuándo de recibimos o te fuimos a visitar, y cuándo te vestimos, si somos hombres y mujeres de poca fe? Y Él nos dirá “lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicieron”.

Pero, ¿y si se levantan muchos de los hermanos más pequeños que no fueron escuchados en sus oraciones y le reclaman “¿cuándo saciaste nuestra sed? ¿cuándo nos diste una casa digna? ¿cuándo un sueldo ético?” seremos capaces de reconocer, avergonzados, que no fue el Padre el sordo, sino nosotros?


Andrés

Examen Final

Mt. 25, 3-46

¿Cuándo te vimos en un campamento
y te construimos un techo?
¿Cuándo recién salido de la cárcel y te dimos trabajo?
¿Cuándo alcohólico, tirado en la calle,
y te buscamos ayuda?
¿Cuándo con SIDA y te abrazamos?
¿Cuándo madre soltera
y aceptamos tus hijos en nuestros colegios?
¿Cuándo inmigrante sudamericano
y no te discriminamos?

Cuándo, Señor.
Ignacio

Pedigüeñando

Unos días atrás “el editor” me encontró pajaroneando y me convenció de escribir esta columna. Como leí en un evangelio -el de Sara (ja)- ahora me siento parte de los “asfixiados por la religión,(…) castigado por risueño y un burlado del tercer milenio”*. Al menos parto bienaventurado: lloriqueando.

Lo bueno de las parábolas es que uno puede ser cualquier personaje. Hasta ahí iba bien en mis reflexiones, siguiendo los consejos del futuro Padre Ignacio. Desde luego, el juez injusto, que hace justicia porque lo fastidian, pero también la viuda pedigüeñando. Como cañón, me vinieron a la cabeza las soluciones parche en materia de empleo, los reajustes miserables en educación, la ciudadanía credit-card, (“los plásticos” nos dicen en Juan Fernandez) y ahí se me mezclaron el juez con la viuda y la fe, la tierra y Amalec** con su tropa en ataque. Sobre estimulado con la oportunidad de tener tribuna virtual, me pasé al transantiago, a la salud, a los pingüinos, a LUN y al fastidio generalizado. Para seguir, al gran engaño del progreso y el éxito, la cultura porno, la hiperstimulación de los sentidos y sobre todo, como me dijo un amigo, al problema de que “la realidad se muestra hoy más real que ella misma”. ¿Hiperrealidad, como en El Capitán Futuro? ¿o quizás Chilewood? Con eso, quedé convencido de que Moisés bajó las manos. Quizás las piedras que debían sostenerlas son de silicona en este incipiente s XXI.

O bien, no pedimos lo suficiente o bien no escuchamos lo suficiente. O con mayor certeza podría decir que todas las anteriores. Pero pedir con responsabilidad, no pedigüeñando, y oír a los demás y actuar no por fastidio o culpa, sino por amor al Reino. Por ahí podemos comenzar a entendernos. Quién sabe, quizás con hasta mirar con la frente en alto “la nueva era”. Y claro, actuar como que todo dependiera de uno, pero sabiendo que depende en última instancia del Dios.

Un último regalo para los entusiastas que me han aguantado hasta acá. Es de Don Francisco de Quevedo y Villegas (s XVII):


A UN JUEZ MERCADERÍA

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Eduardo Undurraga

* Nota del Editor: el “Evangelio de Sara” se puede encontrar en un link en el costado derecho de este blog.
** Nota del Editor: Amalec, personaje de la primera lectura de este domingo.

Estamos trabajando para usted...



Estimados telelectores, por razones anexas (y no ajenas) a nuestra voluntad Todos los Domingos está atrasado esta semana, pero durante el día se viene el próximo número...


El Editor


Lecturas domingo 14 de Octubre

2 Reyes 5, 14-17
Salmo 97
2 Timoteo 2, 8-13
Evangelio según San Lucas 17, 11-19

Muchas gracias

En el tiempo de Jesús la lepra era signo de maldición divina. Algo debió hacer la persona –o incluso sus padres y abuelos– para que Dios permita este castigo. Por eso la lepra, además de causar un dolor físico evidente, producía dolor religioso y comunitario. Para no contagiarse de la enfermedad ni de la impureza, la comunidad los obligaba a vivir a las afueras del pueblo y sin posibilidad de participar de las oraciones comunitarias.

Lo que hace Jesús con los diez leprosos, entonces, no sólo implica salud física sino también reintegración social –de ahí se entiende que los envíe al templo a hacer pública su sanación–. Esto lo saben muy bien los nueve leprosos que corrieron hasta el templo a dar gracias a Dios por lo sucedido; saben que Él ha levantado el castigo que pesaba sobre ellos y, por ende, debió perdonar los pecados que producían esta enfermedad. Pero el samaritano no sólo percibe la involución del proceso ‘pedagógico divino’, sino la cercanía abismante de Dios. Es cierto: todos recuperaron la salud y pueden volver a sus casas. Han sido re-creados. Pero sólo uno ha recuperado concientemente lo que desde el Génesis busca todo ser humano: estar cara a cara con su Creador.

Por eso este domingo, que será el último en el cual escriba, quisiera comentar el regreso del samaritano y lo ‘bien educado’ que es con Jesús. Igual que Nahamán en el libro de Reyes, este hombre no sólo ha recuperado la salud sino ha reconocido la fuente de la gracia. Esta capacidad de agradecimiento, sin embargo, no es para que Dios se sienta bien –como la mamá que se pica cuando no le dicen que quedó rica la comida que preparó durante toda la mañana– sino que esta acción de gracias nos ayuda a entender, desde ya, cómo será nuestra vida junto a Dios. ‘Dar las gracias’ es el modo que tenemos de aprender que todo lo hemos recibido, que somos hechos a imagen y semejanza de Dios y que, por eso, nuestra estructura fundamental es crística. Como el Hijo que recibe todo de su Padre y lo devuelve en una acción de gracias eterna, se revelará nuestra filiación divina cuando digamos ‘muchas gracias’.

Esto es lo que aprende el samaritano. Jesús, que es el Reino presente, le adelanta la lógica que viviremos en el cielo: vida eterna, fin de la exclusión social y cercanía con Dios. Entró, sin saberlo, a la lógica del amor.

Los más porfiados de corazón y que necesitamos más hervor, nos encontraremos con lo siguiente. A la entrada del cielo, habrá dos grandes filas esperando entrar. En una de ellas, Pedro y sus secuaces estarán requisando las cosas que impiden moverse con rapidez y agilidad: celulares, tarjetas de crédito, Ipods, Palms, autos, computadores... Esta fila será rápida pues, ante la Gran Puerta, será evidente qué es medio y qué fin. Y aunque no faltará el que ‘represente’, todos se soltarán de sus cosas y, al fin, se sentirán libres.

Sin embargo, la otra fila será lenta. Ahí, María y sus amigas nos darán la verdadera y única catequesis. Nos explicarán que, para entrar al cielo y entender qué lógica se vive allí, primero nos debemos pedir perdón y dar las gracias por tanto bien recibido. Será condición celeste tener un corazón expandido a sus máximas dimensiones. Por eso, y como de harapos, estas mujeres nos despojarán de toda tranca que dosifique el cariño. Quedaremos por fin desnudos y sin vergüenzas… como Dios nos echó al mundo.

Cuando entremos, todo será una eterna acción de gracias. El salmo 150 lo aprenderemos de memoria de tanto oírlo cantar. Los otros nueve leprosos estarán ahí preguntando a los discípulos de Emaús cómo supieron ‘partir corriendo’ en la dirección correcta. De pronto, todo será diáfano; por fin podremos mirar las cosas tal cual son, y no como en un espejo. Sin juguetes y desnudos, nuestra historia será nítida por más turbio que haya sido nuestro día a día. Pero no será un borrón y cuenta nueva. En ningún caso. Pasando la Puerta, lo haremos con las marcas que la vida dejó en nuestro cuerpo. La muerte no borrará ninguna herida y ningún gozo. Mientras los estigmas nos recordarán eternamente lo que hemos sufrido y lo que jamás debemos hacer con los demás, también estarán las ‘patas de gallo’ que en nuestros ojos nos recuerden las tardes de risa en la playa o revivan las cosquillas en la cama paterna.

En la espera de este momento, y junto a todos los extranjeros que no saben que saben, no me queda más que dar las gracias.

Mario