Cuidar la Iglesia

Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre la Iglesia institucional. Como nunca, las imágenes se agolpaban para escribir sobre su situación actual. La imagen de una anciana era la primera: luego de una bella juventud, esta mujer era escuchada por algunos nietos mientras los otros ya se peleaban la herencia. La segunda tenía que ver con el calentamiento global: igual que la polución, la Iglesia había dejado contaminar sus playas y campos sin tomar las cosas muy en serio. El resultado es que ahora, con sequias e inundaciones por doquier, ya nadie sabe qué hacer con el desastre ecológico. La tercera imagen para describirla venía de los mineros atrapados actualmente en el norte de Chile, con la diferencia que la sociedad actual va a dejar a los ‘mineros eclesiales’ atrapados a su suerte. Y así podría seguir con los ejemplos.

Cuando hay tiempo, entrego mis borradores a algún amigo para que me ayude con sus ideas. Si bien los comentarios son casi siempre de estilo o de frases que son incomprensibles, esta vez me pidieron no seguir zamarreando a una ya bien moreteada Iglesia. La petición –y es muy importante aclararlo- no era de ‘quedarme callado’, sino de ‘quedarme tranquilo’ y de no insistir en un tema que ya está más que claro.

Y haré caso……pero hasta por ahí no más.

Es cierto que confío en la conducción del Espíritu de Dios, en Cristo que cuidará de su Iglesia hasta el fin de la historia y en el Padre que invita a confiar en su acción. No pierdo la esperanza, tampoco, en el pueblo sencillo que expresará su fe aunque el Papa se haga musulmán como tampoco en el testimonio de muchos hombres y mujeres que entregan el pellejo en el servicio de su Creador y Señor. Ahí está el tesoro de la Iglesia. Sin embargo, creo imprescindible parar el cantinfleo eclesial tanto como los ataques al voleo de quienes ven en la Iglesia el último bastión de la barbarie. Ambos están igual de descalibrados en sus comentarios y es preciso decirlo… a riesgo de parecer el hermano que, en el colegio, se ‘agarra a combos’ casi irracionalmente por defender el honor de la hermana. Hay que ayudar a quienes sienten vergüenza de confesar su fe, pero hay que delatar también a quienes juegan con el precioso vocabulario que la Iglesia tiene para hablar de Dios.

En la fiesta de la Asunción de María al cielo, hay que encender un cirio y rezar para despabilarse de una vez por todas. Algunos han dado un paso al costado; otros están en silencio esperando que pase el aguacero. Yo pido a Dios Padre que su Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando’,… y voy a ayudarlo a que eso no sea solo una oración.