Lecturas Domingo 29 de Octubre

El ciego Bartimeo
Jeremías 31, 7-9
Salmo 125
Carta a los Hebreos 5, 1-6
Evangelio según San Marcos 10,
46-52

Al principio, era el Verbo...

Con Ignacio hemos querido obligarnos a escribir ‘en público’. Da vergüenza ser leído, como cuando la mamá habla de uno delante de las visitas. Por eso un blog donde, cada domingo, tengamos que salir al living de la casa y presentarnos a todo aquel que llegue.

No queremos escribir para que otros sepan qué nos apena y nos da rabia, o lo que hace saltar los resortes que llevamos dentro. Ciertamente, eso se traslucirá domingo a domingo. Lo que anima este espacio es hablar, con otros, de Aquel que se comunica a sí mismo de un modo muy sencillo. Queremos buscarle al Verbo nuevos Sujetos y Predicados.

El orden que seguiremos es mínimo: el Evangelio que reza todo el Pueblo de Dios los domingos. El cual comentaremos lo más libre y cariñosamente posible, aun cuando parezcamos sombríos y aguafiestas. Para equilibrar esto, le pediremos a personas cercanas que también comenten las lecturas.

Si no cumplimos con la palabra, tienen todo el derecho de alegar.
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Veamos qué pasa, y si mi prosa cuaja con su verso.
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Mario

Los ángeles anónimos


En el nombre
del Padre
y del Hijo
y de la Espíritu Santo
y de la Madre
y de la Abuela
y del Nieto
y de Yahveh
y de Baal
y de Alá
y de Zeus
y de Ayyavazhi
y de Viracocha
y del Supremo Arquitecto
y de la Causa Primera
y de la Nada
y del Abismo
y del Arte,
en el nombre de Dios.
Cualquiera sea su nombre.



Ignacio

¿Qué quieres?

“¿Qué quieres?” Ésta es la pregunta que le hace Jesús a Bartimeo, el ciego. Ahí está sentado... pero grita, no se queda callado, y como buen ciego sabe tocar, pues es el modo que tiene para entender el mundo. Esta vez toca el corazón profundamente humano del mismo Dios. Con sus gritos nos muestra que Dios no es sordo, sino que está ahí precisamente con aquellos y aquellas que le gritan, particularmente si esas cosas son gritadas por los pequeñitos y pequeñitas.

Hoy hay muchos gritos, gritaron hace unos meses los pingüinos; gritan los sin techo, o los que a cambio de techo han perdido sus amistades y contactos; gritan aquellos chicos a quienes la polera no les cubre la guata, ni el salario de sus padres alcanza hasta final de mes; una ciudad ciega que permite pasar de un barrio de primer mundo a otro de primer mundo, sin enterarse siquiera que entre medio hay cientos de miles que viven en condiciones que también nos gritan... y también aquellos gritos que viven amoblados de una fina soledad, la cual tampoco se calla, y la lista se multiplica a millones de almas por ciudad, a centenares de historia por cada vida...

¿Y dónde estamos nosotros en medio de esta escena? A veces tan enceguecidos de desesperanza que creemos que no sirve de nada, ni siquiera gritar. Muchas veces nosotros estamos más del lado de los que medio avergonzados, le pedimos a los que gritan que no jodan, que no nos perturben, escuchar los gritos es muy incómodo y preferimos maquillarlos, “son demasiado feos”. Por otra parte, quien sufre grita y su grito no se calla, y el ciego porfiado y valiente, con ese valor que nace de la desesperación es al final el único que ve, que reconoce que el hombre que pasa por ahí es el hijo de Dios y que puede salvarlo.

Y tú que lees esto “¿Qué quieres?” Te desafío a que le pidas a Jesús que te haga ver. Para no sonar farisaico, que nos haga ver, como Él ve, que no seamos ni ciegos, ni indiferentes (que es la peor de las cegueras) delante de los gritos que nos llueven por todos lados.
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¿Y tú te atreves a pedirle a Jesús, como el ciego, que te haga ver?
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Rubén Morgado