Palabras más, palabras menos


Gran profeta es Juan, pero el más triste de los hombres. Cuando creyó que todo lo que había anunciado se cumplía –lo que, por definición, nunca le sucede a un profeta–, llegó a pensar que se había equivocado. Encerrado en la cárcel de Herodes, escucha la predicación de Jesús y duda. ¿Habré gastado mi vida en vano? ¿Mi predicación fue inútil? ¿Será este Jesús realmente el cordero de Dios que indiqué (Jn. 1, 29)? ¿Es posible que el Dios al que le dediqué mis energías sea distinto del que imaginé? Por eso envía a sus discípulos a preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

Y la respuesta es clara. Ahí donde Juan dice conviértanse, Jesús explica los ciegos ven. Ahí donde Juan vocifera raza de víboras, Jesús anuncia los leprosos quedan limpios. Ahí donde Juan grita no se hagan ilusiones, Jesús corrige por los sordos oyen. Ahí donde Juan exclama ya toca el hacha la base de los árboles, Jesús muestra que los muertos resucitan. Ahí donde Juan advierte él quemará la paja, Jesús nos dice yo anuncio a los pobres el Evangelio… ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!

La perla del desierto le achuntó al ‘quién’ –Jesús sí era el que había de venir–, por eso fue “el más grande de todos los hombres”. Pero no acertó en el ‘qué’, así “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”. Anunciar el Evangelio no se puede reducir a la conversión personal o creer que basta con ser buenas personas. La palabra profética no se agota en la moral. El que ocupa toda su vida en asustar y condenar empequeñece la Buena Noticia. Ante aquellos que exclaman enderecen los caminos, Cristo nos dice hay que virar izquierda. Es cierto “está cerca el Reino de los Cielos” (Mt. 3, 1), pero no en el más allá. Si queremos imitar a Jesús, que el enfermo sea bien tratado en el hospital, que el habitante de campamento tenga casa, que el separado se sientan acogido en la Iglesia, y que no haya quien no tenga de comer.


Andrés

Nota del Editor
: siguiendo en la línea musical, éste es el título de una canción del grupo “Los Rodriguez” (del cual Andrés Calamaro -que brindó un extraordinario concierto el domingo pasado- fue el líder).

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