Lecturas domingo 6 de Julio

Zacarías 9, 9-10
Salmo 144
Carta de San Pablo a los Romanos 8, 9 y 11-13
Evangelio según San Mateo 11, 25-30

Lenguaje subtitulado


Al salir de la iglesia, y de la manera menos directa que pude, le pregunté qué le había parecido la prédica. Luego de varios años, la Jime parecía interesada en retomar su vida de fe y, como mucha gente, lo hacía yendo a misa.

Aunque quedamos en distintos lugares dentro de la iglesia, me las arreglé para no perderla de vista. Con uno ojo en el cura y otro sobre ella, me pasé la misa mirando cómo, a veces, repetía las oraciones junto a todos y, en otras, cómo permanecía en silencio; cómo fruncía el ceño o cantaba casi sin mover los labios.

Mmmm... bien, me respondió sin mucho ánimo mientras saludábamos a algunos conocidos míos al salir. “¿Y los cantos?. ¿Y la gente? ¿Y...?” No hubo caso. Cada intento recibía una frase desganada. Pero al final, cuando ya nos íbamos, me dijo: “Sabes... entendí poco de lo que dijo el cura. Me hizo bien, pero...

Cuando la Jime decía no haber entendido, ¿se refería a una incapacidad de escuchar las palabras o desconocer el idioma que hablaba el cura? Creo que pocas palabras eran nuevas y la mayoría forman parte de su vida diaria. Su problema, entonces, ¿se situaba a nivel dogmático o en lo extraño de algunas afirmaciones? Tampoco parecía ser éste el inconveniente; por no entender el lenguaje, mucho menos podía hacer un juicio sobre el contenido de lo ahí dicho. El punto era que, si bien reconocía cada palabra usada, no captaba qué se estaba queriendo decir con ellas, cuál era el uso que ahí se les daba.

Jesús se esfuerza por explicar, aunque sea con peras y manzanas, el significado de las parábolas. Quiere que nadie tarde en amar esa Hermosura tan antigua y tan nueva*.

¿Necesitará nuestro lenguaje religioso, subtítulos?

Mario

* Nota del Editor: cita a San Agustín.

Cansancio

Vengan a mí los que están cansados
y agobiados, y yo los aliviaré.

Lava mis pies, Señor,
que vuelven cansados de recorrer el mundo.
El barro seco ya hizo grietas de ellos.
Las piedras convirtiéronse en llagas.
En la hierba las espinas los han clavado.
Sobre el asfalto no han tenido tregua.

Lava mis pies, Señor,
que en ese gesto
tan humano,
tan divino,
me das fuerzas para volver a caminar.

Ignacio

Sabios y entendidos


Desde que nacimos estamos aprendiendo. Aprendimos a hablar, a caminar, a sentarnos bien en la mesa, a ser caballeros o señoritas, a mirar antes de cruzar la calle, a no hablar con desconocidos. Aprendimos a no salirnos de los esquemas, a no desubicarnos. Aprendimos que para aprender tenemos que ser metódicos, y que para tener éxito hay que seguir el camino correcto.

Nos llenamos de técnicas para enfrentar la vida con certeza y sobre todo para no olvidar lo que hemos aprendido. Sabemos que para que nos vaya bien tenemos que estudiar. Que para caer bien tenemos que mirar sonrientes y ser simpáticos. Que para ser aprobados tenemos que hacer lo que hacen los demás, y que antes de hacer algo tenemos que pensarlo dos veces. Buscamos la forma de no embarrarla. Incluso sabemos que para aprender tenemos que equivocarnos. Y mientras más aprendemos, tenemos más certezas.

Poco a poco nos vamos armando. Ya aprendimos lo suficiente, ya estamos creciditos. Ahora tiene más mérito afrontar las cosas solos. No necesitamos que nos expliquen. Conocemos la estructura, y creemos que mientras más sepamos, seremos independientes, autosuficientes y no necesitaremos de los demás. Solo así obtendremos la libertad que tanto anhelamos. Ganamos merito mostrando ese saber afrontar la vida sin los otros. Nos transformamos en sabios y entendidos, porque hemos aprendido a valer por nosotros mismos.

Y se nos olvida lo fundamental. Se nos olvida lo que nos dijo quien más sabía. Se nos olvida que no hay más certeza que el total misterio. Que nuestras certezas nos cierran al otro, nos arman, nos estructuran. Se nos olvida que él se revela a los sencillos. Que llenándonos de saberes no encontramos el camino. Que el camino se forja con otros, no con técnicas y formas, ni con la tan valorada autosuficiencia. El camino se forja con cariño y entrega. Con el reconocer el agobio de tanta certeza y entregarse a la incertidumbre de no poder determinarnos solos, y necesitar de otros para caminar.

Paloma Del Villar T.