Re-suscitando


Cuando el Espíritu vuelve, hasta los muertos resucitan.

Lecturas domingo 11 de Mayo

Fiesta de Pentecostés

Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Salmo 103
1ª Carta a los Corintios 12, 3b-7 y 12-13
Evangelio según San Juan 20, 19-23

A río revuelto, ganancia de pescadores


Estos domingos posteriores a la Pascua hemos escuchado con insistencia, a través del Evangelio de Juan, sobre la intimidad de Jesús con el Padre. Al igual que algunos padres comparten su cama con los hijos más regalones el domingo por la mañana, Jesús invita a sus amigos a participar del calor y gozo que produce la relación con su Papá.

Sin embargo, estos domingos también hemos escuchado una reiterada promesa por parte de Jesús. ‘Me voy pero les enviaré...’ ha sido su estribillo los últimos 50 días, provocando una hermosa ansiedad en toda la Iglesia. La comunión amorosa entre el Hijo y el Padre –que recibe el nombre de Espíritu Santo– ha sido prometida a la comunidad creyente que ahora, ansiosa, aguarda Su pronta venida como los escolares al recreo.

Cómo la comunidad creyente experimentó esta irrupción del Amor la encontramos narrada en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Porque recordaba al carro que llevó a Elías hacia el cielo o el ardor que tenían los discípulos de Emaús en el pecho, no se encontró mejor imagen que el fuego para describir cómo los apollerados apóstoles se convirtieron en valientes predicadores. De manera violenta y multiforme, el fuego acababa con el silencio y no cesa de provocar encendidas palabras en Pedro.

Pero lo que más sorprende del relato –a mi juicio– es el desordenado-orden que el mismo Espíritu provoca en los presentes. Aunque todo parece patas para arriba y son acusados de buenos para tomar, los discípulos son capaces de ver, en medio del griterío, al Espíritu palpitando en medio del desorden, de descubrir como lugar de misión lo que hasta hace dos minutos era motivo de miedo. Salen de su encierro y cuestionamientos para no callarse más.

Esta sabiduría que permite entender en medio del desorden se parece mucho al conocimiento que el taxista posee en la calle, el ladrón que sabe elegir a su víctima entre la multitud o la mujer que escucha el precio más barato en el caos de la feria. Mientras algunos temen perderse en la calle, llevan su cartera apretada por miedo o prefieren el orden del supermercado, ellos se mueven como peces en el agua…porque saben cómo hacerlo. Esta habilidad, ciertamente, no es fruto de la excesiva lectura del niño estudioso ni de su lógica, sino de la porosidad del creyente frente a lo que el Espíritu mismo manifiesta. De los labios brinca un “obvio… acaso no lo ves?” que proviene del olfato agudo y del oído creyente, y no de la milésima teoría que, aunque explica, no da fruto.

La fiesta de Pentecostés está hecha para tiempos agitados. Cuando el río está revuelto, son los más pillos los que pescan. Resulta que gracias al Espíritu Santo, fueron los pescadores de Galilea los que llenaron sus redes. A pedir, entonces, que descienda sobre nosotros ese mismo fuego de Amor que movilizó a la primera Iglesia y que hemos recibido en el Bautismo. Que el Hijo nos regale –porque se la pedimos en serio– esa capacidad de ver bajo el agua fruto de largas horas de oración, lectura del diario y viajes en micro. Así podremos decir, junto a Telliard de Chardin, que para quien es capaz de ver, nada es profano.


Mario

Muros


Los hombres levantan un gran muro.
Allí todo es forma, y te envuelve.
El movimiento hace que tus ojos se vuelvan locos.
Te sientes como si fueras tomado como un puñado de arena.

Puedes pelear internamente
mirando a los demonios que nunca descansan.
Entonces te das cuenta:
te encuentras atrapado en ti mismo.
Donde no hay salida a ningún lado.

Cuando rompes el muro
entras en el ser, puedes abrirte a los demás.
La paz no es solo aparente y descansas.
El nosotros es la verdad.

Puedes amar intensamente
gozando la belleza sencilla de estar.
Entonces te das cuenta:
se te ha regalado la plenitud.
Y la deseas compartir.

Ignacio