Lecturas Domingo 22 de Abril


Hechos de los Apóstoles 5, 27 – 32 y 40 – 41
Salmo 30
Apocalipsis 5, 11 - 14
Evangelio según San Juan 21, 1 - 19

Guardar para asociar


Un gran programa de los 80s en Chile fue el ‘Jappening con Ja’. Mientras ‘Sábados Gigantes’ marcaba el ritmo del día sábado, ‘La oficina’ o el ‘papalapapiricoipi’ absorbían la atención del país entero todos los domingos. Las chivas de Canitrot y las teleseries que siempre protagonizaba Eglantina Morrison eran tema obligado el lunes. Pero lo que atormentaba de este programa no era saber quién era Fifí o quién estaba tras el cuadro, sino el canto final. Cuando empezaban a tocar el piano y cantar ‘lo más importante,…’, se producía un nudo en el estómago de modo inmediato. Ese canto marcaba el término del fin de semana y el comienzo de una nueva. Sin que mediara ninguna palabra de mis papás, partía a lustrar mis zapatos y revisar mis tareas porque ‘mañana es lunes’ y había que volver a clases. El lunes irrumpía de modo automático con ese canto.

El Resucitado pone en juego, en cada una de sus apariciones, esta capacidad de asociar ‘recuerdos’ con ‘presencias’. Al visitar a sus discípulos, siempre apela a algún recuerdo construido juntos. Es así como el Evangelio de este domingo evoca dos grandes episodios anteriores: el llamamiento de los primeros discípulos y las negaciones de Pedro. ¿Por qué ese hombre es el Resucitado?: porque bastó una indicación suya para que la pesca sea abundante, y tres declaraciones de amor para sanar las negaciones de la cabeza (dura) de la comunidad apostólica. A Juan le bastó ver los peces para decir ‘es el Señor’, y a Pedro escuchar su voz para decir ‘Señor, tú sabes que te quiero’. Al ver y escuchar, brota la relación construida juntos.

Para identificar los signos de Resucitado y reconocer cuándo aparece, es muy importante guardar en algún lugar especial del corazón esos momentos que han sido presencia de Dios en la propia vida. Y aunque nunca sepamos con certeza dónde está el Señor, como el marido que tiene que dar vuelta toda la cartera de su señora para encontrar las llaves, habrá signos de lo vivido juntos que nos dirá que Él es y ahí está. ‘Pero gordo’ –dirá la señora- ‘si yo las tengo ahí’. Y meterá la mano y las sacará de inmediato porque sabe dónde las tiene guardadas.

En caso contrario no sólo seremos unos malagradecidos con Dios, sino que una lluvia de peces no significará absolutamente nada.
Mario

Malquerido


Soy la piedra en el camino
(con quien tropezaste repetidas veces),
el pelo en la sopa,
la mosca en el aceite de la ensalada,
la mitad del gusano en la manzana.

El cheque en blanco que se perdió,
la trizadura del vidrio de seguridad,
el piso mojado bajo la escalera,
la pequeña fisura del preservativo.

El hoyo en la capa de ozono,
el golpe eléctrico que funde los computadores,
la jeringa con sida,
el vino que se avinagró.

Soy el invitado de piedra.


Ignacio

Supongo que así se sintió Pedro cuando escuchó por tercera vez, ¿Me quieres?
Supongo, también, que todos nos hemos sentido así alguna vez.
Sin embargo, Jesús –que lo conocía perfectamente– le dice a continuación, Sígueme.
Y sabemos que Pedro esta vez sí le hizo caso.