Pedigüeñando

Unos días atrás “el editor” me encontró pajaroneando y me convenció de escribir esta columna. Como leí en un evangelio -el de Sara (ja)- ahora me siento parte de los “asfixiados por la religión,(…) castigado por risueño y un burlado del tercer milenio”*. Al menos parto bienaventurado: lloriqueando.

Lo bueno de las parábolas es que uno puede ser cualquier personaje. Hasta ahí iba bien en mis reflexiones, siguiendo los consejos del futuro Padre Ignacio. Desde luego, el juez injusto, que hace justicia porque lo fastidian, pero también la viuda pedigüeñando. Como cañón, me vinieron a la cabeza las soluciones parche en materia de empleo, los reajustes miserables en educación, la ciudadanía credit-card, (“los plásticos” nos dicen en Juan Fernandez) y ahí se me mezclaron el juez con la viuda y la fe, la tierra y Amalec** con su tropa en ataque. Sobre estimulado con la oportunidad de tener tribuna virtual, me pasé al transantiago, a la salud, a los pingüinos, a LUN y al fastidio generalizado. Para seguir, al gran engaño del progreso y el éxito, la cultura porno, la hiperstimulación de los sentidos y sobre todo, como me dijo un amigo, al problema de que “la realidad se muestra hoy más real que ella misma”. ¿Hiperrealidad, como en El Capitán Futuro? ¿o quizás Chilewood? Con eso, quedé convencido de que Moisés bajó las manos. Quizás las piedras que debían sostenerlas son de silicona en este incipiente s XXI.

O bien, no pedimos lo suficiente o bien no escuchamos lo suficiente. O con mayor certeza podría decir que todas las anteriores. Pero pedir con responsabilidad, no pedigüeñando, y oír a los demás y actuar no por fastidio o culpa, sino por amor al Reino. Por ahí podemos comenzar a entendernos. Quién sabe, quizás con hasta mirar con la frente en alto “la nueva era”. Y claro, actuar como que todo dependiera de uno, pero sabiendo que depende en última instancia del Dios.

Un último regalo para los entusiastas que me han aguantado hasta acá. Es de Don Francisco de Quevedo y Villegas (s XVII):


A UN JUEZ MERCADERÍA

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Eduardo Undurraga

* Nota del Editor: el “Evangelio de Sara” se puede encontrar en un link en el costado derecho de este blog.
** Nota del Editor: Amalec, personaje de la primera lectura de este domingo.

No hay comentarios.: