Retomando

A nuestros fieles adictos (y a los adictos y a los fieles)
les comunicamos que ya estamos de vuelta
(aunque no nos hemos dado vuelta).

El Editor

Lecturas Domingo 12 de Agosto


Sabiduría 18, 6 - 9
Salmo 33
Carta a los Hebreos 11, 1 – 2 y 8 - 19
Evangelio según San Lucas 12, 32 - 48

Asegurado


Aunque no lo verbalice, vivo pensando que Dios me tiene reservada una vida distinta de las personas ‘comunes y corrientes’ por el hecho de tener fe. Puede ser una esperanza burda –como creer que Dios me librará, por el hecho de creer en Él, de morir atropellado, que mis papás vivirán para siempre o que no tendré alzhaimer cuando viejo-, como también una esperanza algo más sofisticada -que mi fe debería eximirme de ciertas experiencias humanas como el dolor, la soledad o la pena-. El resultado, sin embargo, es el mismo: creer que tengo ciertos privilegios delante de Dios por creer en Él.

Esta relación mercantil con Dios no es confesada, pero asoma cada vez que mis privilegios no son cumplidos y sucede algo que, por estar cumpliendo con mi deber, ‘no debería estar pasándome’. Es justamente en estos momentos cuando mi vida espiritual muestra una dimensión que intento ocultar: mi oración como una solapada manera de presionar a Dios para que arregle todo lo que está pasando, la comunidad como seguro de vida frente a la rudeza de lo cotidiano y el apostolado como fetiche que me reportará, a su debido tiempo, el ‘ciento por uno’. Al final, aparece lo que más quiero: que Dios me encuentre haciendo lo que tengo que hacer y así evitar el castigo que recibirán los que tienen los pies arriba de la mesa o no hicieron su cama.

Este modo de comprender la fe como costo que hay que pagar para tener ciertas seguridades, está en clara oposición a los textos de este domingo. La carta a los Hebreos explica cómo Abraham deja todas sus seguridades por seguir simplemente… una promesa que ni siquiera verá cumplida. Al igual que Sara, el padre del pueblo de Israel no tiene idea lo que pasará ni hacía dónde iba; sin embargo, es capaz de tirar todas sus seguridades por la borda porque espera en Aquel que le hizo una invitación. Es la vida que se pone en movimiento al tenor de la esperanza puesta en una promesa, y no en el miedo a ser injustamente recompensado.

Para ser un hombre de fe, entonces, no basta con creer en Dios o hacer tal o cual cosa. Implica, como dice el texto, tener por digno de fe a Aquel que me promete algo y poner la confianza no en lo prometido sino en aquel que la realiza. Porque "aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad,…" está en una situación comprometedora no sólo por haber entregado su corazón a una aseguradora sino por no confiar en el ‘upa’ de Dios.

Mario

Nguenechen

"No temas, pequeño rebaño,
porque a su Padre le ha parecido bien
darles a ustedes el Reino"


Soy padre del tiempo del origen.
Madre de aquel que nunca rió.
Padre del fuego y de la lluvia.
Soy madre del hijo rebelado.
Padre del canelo
y madre del bebé enfermo.

Soy padre del trueno.
Madre del que canta y baila.
Padre del sarmiento.
Soy madre del prudente, del inadvertido, del que delibera.
Padre del trigo y el maíz.
y madre de aquel que encontró su vocación.

Soy padre del horizonte.
Madre de los que sobrevivieron y los que no.
Padre del piñón.
Soy madre del preso en cadena perpetua.
Padre de la piedra
y madre de aquel niño abusado.

Soy padre del silencio.
Madre del que solo espera la muerte.
Padre de la semilla que duerme bajo tierra.
Soy madre de aquel que nadie nombra.
Hijo de todos.
Y abuelo del sol.


Ignacio

* Nguenechen: en mapundungún significa Dios y tiene la connotación de padre y madre; joven y viejo.

Muchos hablan de justicia y de entrega


Día a día nos se nos invade de manera brutal con publicidad para endeudarse y así acumular más cosas. Tener ropa, electrodomésticos, televisores, autos, etc. más que el de al lado, y así superar las expectativas del resto en relación a lo que “se debe tener, ser o hacer”.

Sin embargo, muy pocas veces nos cuestionamos qué es lo que Dios quiere que hagamos, no lo leemos, no le preguntamos, no dejamos que el hable, no lo ponemos en el centro de nuestra vida, y nuestro fin no está en servirlo; sino que, por el contrario, queremos servirnos a nosotros mismos.

Muchos hablan de justicia y de entrega, y creen que por dedicar un par de días al año a construir casas, arreglar sedes sociales o misionar, están haciendo la voluntad de Dios y haciendo de este mundo un mundo más justo y digno. Eso no basta. Si no hay una entrega profunda, no hay justicia y por ende no hay amor, solo egoísmo y soledad.

El Padre Pedro Arrupe S.J, antiguo General de la Compañía de Jesús, nos dice que el verdadero sentido de la propiedad no es acumularla sino que está en compartirla, solo si compartimos de corazón y nos entregamos verdaderamente, podremos disfrutar más de nuestras riquezas no solo materiales, sino que también intelectuales y emocionales.

Pablo Fernández