Lecturas domingo 4 de Noviembre


Sabiduría 11, 22 - 12,2
Salmo 144
2 Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2
Evangelio según San Lucas 19, 1-10

No hay primera sin segunda


El evangelio de este domingo es complemento del anterior. Pareciera que Jesús nos quiere decir que está bien pedir perdón (como el publicano de la semana pasada), pero que es mejor poner en obra el arrepentimiento. Esta vez no se trata de una parábola, sino del jefe mismo de los publicanos, que devuelve con creces lo que ha conseguido malamente. Si el domingo pasado aquel que se reconocía pecador se iba “justificado ante Dios”, la situación de Zaqueo es mayor, pues la “salvación ha llegado a su casa”. ¿Qué es lo que hace pasar de la conversión afectiva a la conversión efectiva a Zaqueo?

Todos tuvimos un compañero en el colegio apodado ‘chico’, ‘pitufo’, ‘chongo’, ‘pulga’… y, curiosamente, en la mayoría de ellos su personalidad era inversamente proporcional a su tamaño. Enfrentar al mundo desde abajo los obligaba a crecer en temperamento. Supongo que la necesidad de ser espectadores de primera fila (pues desde más atrás los demás les impedían ver) les enseñó a arreglárselas para ir tras su objetivo. Pero, volviendo a lo nuestro, lo que quería el ‘chico Zaqueo’, no era cualquier cosa, sino “ver quién era Jesús”. ¡Qué bien nos haría intentar encontrarnos con Él, en vez de estar preocupados por criticar –con o sin razón– a la Iglesia! Si a cambio de decir ellos no me dejan ver a Jesús nos subiéramos a una “Higuera”, posiblemente que hace rato lo habríamos “recibido con alegría”.

Pero quizás no lo hacemos porque tenemos miedo de perder parte de lo que ya tenemos seguro, y sobre todo porque no nos gustaría devolver aquellas cosas que, injustamente, hemos conseguido de otros. ¿Seremos, los estudiantes, capaces de decir devolveré esta nota por haber copiado?; ¿Seremos, los empleados, capaces de decir trabajaré horas extras por las veces que he sacado la vuelta?; ¿Seremos, los empresarios, capaces de decir voy a pagar el sueldo ético?; ¿Seremos, los papás y mamás, capaces de decir estaré más con mis hijos?; ¿Seremos, los políticos, capaces de decir no re-postularemos a nuestros cargos si no logramos mejorar la educación? ¿Seremos, los profesionales, capaces de decir pediremos salarios menores con tal que exista una distribución más equitativa de la riqueza?... ¿o será que la horma de este zapato nos queda demasiado grande?

Andrés

Mateo 18, 8

Para que llegue la salvación a nuestra casa, como Zaqueo
¿renunciaremos a todo lo que sea necesario?



Voy a quedar manco y
cojo y mudo y ciego y sordo y
castrado.
Sin olfato.

Ni piel.

Ignacio


* Nota del Editor. Mateo 18, 8: “Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida tuerto que con dos ojos ser arrojado al infierno de fuego.

Sí, soy pequeño


Es casi inherente al hombre buscar poder, superioridad, reconocimiento o alguna forma de destacarse. A través de la historia podemos encontrar muchos ejemplos, pero este hombre poderoso no se alzó por sobre los demás para impresionarlos, regirlos o cuidarlos sino que trepó para reconocer al que venía.

Lo que me encanta de esta lectura es cómo Zaqueo tiene la virtud de reconocer que es pequeño e incompleto a pesar de ser rico y poderoso. Él sabe que necesita ayuda para ser una mejor persona, sabe que necesita subir al árbol, igual como lo hacen los niños, para poder ver y disfrutar de algo que todos los demás gozan pero que a él no se le permite porque es pequeño. Sube, pero no de la forma fácil con una escalera, sino que sólo con sus manos y entusiasmo, cuerpo y alma en esfuerzo y sin vergüenza de reconocerse pequeño… sube, para estar por sobre los demás, pero no con la común finalidad que vemos hoy en día de querer sentirse más que los que quedan abajo, sino para aspirar a más, para conocer quién es Jesús, para crecer desde dentro.

Creo que en el momento en que reconocemos que estamos incompletos, que nos hace falta “algo”, que no somos tanto como podríamos ser, entonces Jesús elige alojar en nuestra casa. Y no es difícil reconocer nuestra pequeñez, nuestra mediocridad, basta con mirar cuantas maravillas se nos dan cada día, desde lo que damos por hecho como un amanecer, que trae la oportunidad de vivir un nuevo día, hasta lo que agradecemos en momentos especiales como el apoyo incondicional de la familia o amigos… reconociendo estas cosas simples podemos ver que nuestro potencial es inmenso.

Cada uno tiene una base sobre la cual trabajar y trabajarse, todos sabemos cuanto podemos dar y la buena noticia es que Dios está con nosotros a cada paso para que logremos todo lo que podemos ser. El desafío es tener la autocrítica para reconocerse pequeño en esta sociedad que nos exige ser grandes, luego sólo queda esperar por la bendición y humildad para aspirar a ser más en Dios.

Daniela Muñoz