Lecturas Domingo 25 de Marzo


Isaías 43, 16 - 21
Salmo 126
Carta de San Pablo a los Filipenses 3, 8 - 14
Evangelio según San Juan 8,
1 - 11

La resucitada


La afirmación central de los primeros cristianos es que Jesús resucitó. Lo que había transformado sus vidas estaba contenido en esa sencilla afirmación: el hijo de María, el que vivía dos pasajes más allá y que estaba en el cementerio hace dos días, ahora está vivo. El hijo del carpintero ha vencido a la muerte, y está vivo como sólo Dios lo está. Esta es la experiencia fundante de toda nuestra fe y, por lo tanto, el núcleo desde el cual todo lo demás se debería comprender: el que era Dios nació como hombre y fue crucificado; pero al tercer día, ese hombre que obraba milagros y hablaba con autoridad, resucitó como Dios.

Sin embargo, y gracias a que el Espíritu sopló las respuestas, las primeras comunidades descubren que la Resurrección no es un hecho aislado y que se restringe a ‘aquello que le pasó a Jesús’. Al compartir nuestra humanidad y vérselas con la muerte, el Crucificado ha abierto las puertas de la vida a toda persona. En otras palabras, la muerte no es algo que nos sucede sólo a nosotros sino que le incumbe a Dios; y la resurrección no es algo que le ocurre sólo a Dios, sino a todo hombre y mujer por ser imagen y semejanza suya.

Tengo la impresión que el Evangelio de este Domingo es una gran catequesis de lo anterior. La mujer estaba muerta o ‘casi muerta’. Para todos los presentes, la adultera recibiría su merecido por ‘gozadora’ y nada la podría salvar del linchamiento popular. Había sido pillada ‘chanchita’ y no tenía nada que alegar. Sin embargo, Jesús la resucita ahí mismo en presencia de todos. Vivió, en menos de un minuto, la muerte y la resurrección de Jesús. Así, él es ella, y ella él.

Pidamos a Dios que nos cambie el corazón ‘de piedras’ para no maltratarlo a Él en nuestros hermanos, y que nuestras xenofobias se transformen en cariñosos besos resucitadores.
Mario

Sesgo


Al leer los evangelios, hay ciertas cosas que me brotan de forma espontánea. Por mi formación y experiencia de vida, noto cómo los textos me hablan de ‘ciertas cosas’ y no de ‘todas las cosas’. Esos matices que me llevan a interpretar los textos no de cualquier manera, es el sesgo que cualquiera tiene y que debe, por honestidad, reconocer.

Por ejemplo, cuando leo que Jesús transformó el agua en vino, hay maneras de ‘entender’ el texto que me hacen más sentido que otras. Ahí se cuenta cómo parte del rito judío de purificación previo a sentarse a la mesa, se convierte en motivo de fiesta para los novios y sus invitados. Pero mientras algunos dicen que este relato no es sino una anticipación del cielo –bíblicamente representado como un banquete–, yo prefiero, sesgadamente, pensar que a Jesús le interesa que la gente lo pase bien, sea feliz y celebre... no en el cielo sino aquí y ahora. A este ‘invitado’ no le interesa la pureza legal ni el más allá, sino la felicidad de la gente en el más acá.

Dando un brinco de audacia, creo que Jesús también leía de manera sesgada los textos del Antiguo Testamento. No estoy sosteniendo ninguna herejía sino resaltar que él, cuando interpreta la Ley de Moisés, antepone, a cualquier cosa, la dignidad de la vida. Desde aquí lee todo lo que ahí aparece.

En el Evangelio de este Domingo el pecado de la mujer es tan público y tan grave como el de cualquiera de los valientes apedreadores. Ellos habían interpretado la ley con un sesgo: sólo la mujer debe ser castigada; aun cuando la ley de Moisés prescribía que el varón debe correr la misma suerte. Pero en la sociedad de la época, los hombres, que estaban más cerca del poder, podían interpretar sesgadamente la ley.

Ante la ley antigua, la de la purificación y la de la condena, Jesús ofrece la Nueva ley: esa que opera en la conciencia de cada uno. Es la ‘ley pascual’, de la vida nueva, de la resurrección. Es la ley que hemos recibido en el Bautismo. La ley de la justicia y la ley de la solidaridad. La ley de los evangelios.

Para bien o para mal, mis lecturas de los evangelios en los últimos meses han sido sesgadas. Para peor, quizá no sólo de los últimos meses, sino siempre. ¡Qué tire la primera piedra quién no hace una lectura interesada –como llevando el agua para el propio molino, dicen– de la Palabra de Dios!

Mª Eugenia Brito