La fama es emífera


¿Quién no deseará estar del lado del Señor –aún a la fuerza– si como alternativa le ofrecen, entre otras analogías, no merecer el derecho a comer, no participar de las fiestas que celebran su llegada o ser quemado como la paja?

A través de las lecturas de esta semana, se nos hace la difícil invitación de cuestionarnos y afinar la vista. Es, a mi juicio, una propuesta “metodológica”, donde se intenta ayudarnos a discernir y buscar lo auténtico en un mundo donde no es difícil confundirse, aún entre los propios mensajes que Dios nos quiere transmitir.

La respuesta al primer párrafo parece demasiado fácil. ¿Puede ser entonces la creencia y el amor a Dios una cuestión forzada, vale decir, creo y amo porque sino no me conviene, por el miedo a lo desconocido, por temor a salir perdiendo… creo en suma porque es normal o por sencilla cobardía? Supongamos que bajo esos argumentos justifico mis creencias, mis amores, mis adscripciones. Lamentablemente, las lecturas de esta semana no acaban ahí. En el evangelio, Lucas narra las advertencias de Dios de los malos tiempos que deberán padecer sus seguidores, pues “habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso les echarán mano, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía”. En otras palabras, estar del lado de Dios no siempre es de lo más conveniente ni lo más fácil.

Esta semana se nos muestran, una vez más, contradicciones desde el punto de vista lógico, de las cuales sólo es posible abstraerse desde la fe, una fe que nos salva, una fe que es testimonio y palabra de vida, raciocinio y esencia, espíritu vivo al servicio de los dilemas del hombre.

El Señor da advertencia de los padecimientos de sus seguidores en el momento en que ellos se dedicaban a aplaudir la belleza de un templo, por la calidad de su piedra y sus ofrendas. Entonces augura que todo eso, aunque bello, va a desaparecer: hay un día en que todo será destruido.

¿Qué cosas bellas en el mundo realmente no van a desaparecer nunca?
¿Qué es lo perceptible de Dios en el mundo?
¿Dónde está en esta tierra lo justo, lo bello, lo bueno, lo verdadero?
¿Cómo depurar lo bueno de lo malo?
¿Cómo mirar lo trascendente desde lo cotidiano?

Lo bello que admiramos a diario, así como nuestras glorias de las que nos ufanamos, son ante todo triunfos perecederos. Nuestros pergaminos, nuestras materialidades, todo es efímero. En la desesperación que debería producirnos esa constatación, existe aún una posibilidad de asirse: aferrarse a través de la fe; encontrar lo trascendente sólo en aquello en que creo profundamente; conservar las esperanzas sólo a partir del amor profundo que Dios nos tiene y en mis convicciones del alma. El evangelio es precioso y contradictorio nuevamente, en la medida que a esa invitación, que parece desquiciada y sobre todo muy difícil, le superpone la tranquilidad y la facilidad de contar con la ayuda irrestricta de Dios: “Hagan propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario(…)ni un cabello de su cabeza perecerá”.

Volviendo al primer párrafo, desear estar del lado de la fe no es una decisión fácil, está llena de desafíos, pero también es un acto trascendente y de profundo amor. La dificultad de jugársela por la fe tendrá la gracia de contar siempre con la presencia de Dios. Dios estará ahí, cerca de lo difícil, premiando la perseverancia, la entrega desinteresada, los sufrimientos y los malos momentos, las carencias, las amarguras, las injusticias, los despojos y las crueldades. A través de los textos de esta semana, el Señor nos vuelve a recordar que los males cotidianos, al igual que nuestros pergaminos y nuestras glorias, son siempre efímeros. Sólo nos queda entonces la constatación de quienes cerca nuestro sufren, perseveran, padecen injusticias, se les margina, se les excluye de la buena piedra, del templo firme, de la vestidura fina… pues son testimonio vivo de una fe que a ellos, primero que a nadie, los salva. Qué profunda envidia.

Jorge Atria

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