Hijos de la tierra

La realidad se impone.

Frente a todos los discursos sensacionalistas sobre el bicentenario, la fiesta patria ha puesto sobre la mesa lo que somos y tenemos. Ni más ni menos. Quienes pensaron que a esta celebración solo podrían participar los parientes bien vestidos, se ven obligados ahora a recibir a los familiares pobres y dejados de lado. Gracias a ellos y su abrupta irrupción, el niñito del MAC se ve obligado a compartir la mesa con la señora que aun toma mate al borde del brasero. La huelga de hambre de los mapuches, el encierro bajo tierra de los mineros o la rabia que se incuba entre los estudiantes han sido un cable a tierra aun más potente que el terremoto para todos quienes vivimos conectados con el mundo, pero desconectados del país y sus tensiones.

Para algunos, esta irrupción es una invitación a reconocer nuestra filiación terrestre. La ‘gente de la tierra’ nos ha recordado lo valiosa que ella es… incluso a riesgo de la propia vida. Quienes descienden a las entrañas de la tierra para extraer sus riquezas –también arriesgando la vida–, nos recuerda que el huaso a caballo es un falso personaje nacional y que la mayoría debe trabajar como temporero, minero o colono en el sur. En este año, entonces, los hijos de la tierra parecieran invitarnos a reconocer lo bello que es nuestro país y su gente, al mismo tiempo que los esfuerzos heroicos que deberíamos hacer para cuidarlo.

Sin embargo, no debemos olvidar que la ‘sangre araucana’ ha sido derramada y que su cultura y ritos han sido castigados durante siglos. El ‘rigor del minero’ no es fruto de un acto de heroísmo, sino del esfuerzo diario por ‘parar la olla’. El pequeño agricultor que ahora debe cortar árboles para las madereras o el pescador artesanal que debe comprarse un taxi para ganar plata, están más o menos en las misma situación. Todos ellos, tan conectados con la tierra y el mar, nos recuerdan que nuestro bello país está tejido también de injusticia y de ninguneos. Por eso, si sus demandas de justicia nos parecen fuera de contexto o novedosas, hay que preguntarse si vivimos en la luna aunque comamos empanadas todos los días o discutamos sobre el futuro ‘del país’.

Esperemos que este bicentenario nos ayude a aterrizar y no meter, como siempre, los temas debajo de la alfombra. ¿Dónde quedó, por ejemplo, el debate sobre el sueldo mínimo y la ley laboral, el necesario cambio de la Constitución y el sistema binominal, la discusión sobre la energía o el monopolio de algunas empresas? Esa también es tierra fecunda para sembrar justicia o simplemente dejar que crezca la maleza y la cizaña.

A no echar tierra encima, entonces, sobre nada ni sobre nadie; solo al final de nuestros días podremos entrar en ella y reposar. Mientras tanto, a trabajarla entre todos… como buenos hijos.