El cachito


(Escribiré breve, porque mis partners esta vez se alargaron). Vivimos constantemente esquivando los cachitos, más todavía en esta época del año, cuando todo va terminando y no tenemos tiempo para nada. Aunque todo y nada sean palabras relativas. Si suena el celular y no reconocemos el número, no contestamos porque puede ser un cachito (“si es importante volverá a llamar”, nos autoconvencemos, para después no contestar porque estamos justo manejando o pagando en la caja los regalos). No pienso levantar la vista del computador durante todo el día en la oficina para evitar que alguien me pida un favor. “Mejor no invito a salir de nuevo a esa mujer que acabo de saber que es separada y con hijos” (eso serían dos cachitos). Ni loco digo que tengo un poco de tiempo libre, no sea que alguien me enchufe un cachito. Ojalá que nada nos saque de la rutina, aunque tampoco nos guste esa rutina.

¿Cómo será despertar de un sueño y tener que hacerse cargo de un cachito mayúsculo? “Pero si ese hijo no es mío”, podría haber dicho –con toda justicia– José. Algo podemos aprender de él, que ha sido siempre olvidado. ¿Y si resulta que ese cachito al final nos cambia la vida, pero para mejor? ¿Y si en la sonrisa de un niño (aunque no sea el nuestro) el Señor salva? ¿No será que al hacernos cargo del otro se hace presente Dios-con-nosotros?

Andrés

No hay comentarios.: