Lecturas Domingo 3 de Junio


Proverbios 8, 22 - 31
Salmo 8
Carta a los Romanos 5, 1 - 5
Evangelio según San Juan 16, 12 – 15

Las circunstancias


Ortega y Gasset, parafraseando a Nietzsche, afirmó que ‘el artista es el hombre que danza encadenado.’ La vida de todo hombre y mujer se prueba en la preciosa alquimia entre libertad y circunstancias, entre aquello que sueño despierto y el espejo que muestra cuán pelado estoy quedando.

Nuestra realidad, que ha sido construida por millones de obreros antes que nosotros llegáramos a escena, nos presenta un cierto repertorio de posibilidades. El hábitat en el cual desplegar nuestra libertad ya está, de cierto modo, prefigurado por el esfuerzo creativo o la flojera de nuestros predecesores.

Nadie es libre ‘en el aire’. Somos libres en las circunstancias. Y sólo en la medida que nos tomamos en serio esta libertad encadenada, somos realmente creativos. Quien sabe de qué está hecho, puede probar ir un poco más allá. Quien sabía que ‘G’ es 9,14 m/s2 pudo inventar el avión y no sólo mirar con nostalgia el cielo.

La primera lectura de este domingo nos habla de la Sabiduría que ‘juega en la presencia de Dios’. Ante la atenta mirada de Él, Ella hace y deshace sin miedo. Como el niño que se columpia en la plaza y que sabe que desde algún lugar lo están cuidando, la Sabiduría vuela por los aires de la realidad sin temor alguno.

Este don del Espíritu, que ordena juguetonamente todo la realidad, se ha vuelvo ‘circunstancia’ en cada cristiano. Por medio del bautismo, el Espíritu Santo se ha hecho carne y busca, a través nuestro, hacer nuevas todas las cosas y ordenarlas a mayor gloria de Dios.

Si Nietzsche, hombre inquieto y busquillas, sigue en el cielo jugando en la presencia de Dios tal como lo hizo en medio de sus circunstancias,… ¿por qué nosotros no?

Mario

La medida de nuestro amor


Llevamos tantos años los hombres preguntándonos por lo que “tenemos que hacer”. El pueblo de Israel hace mucho tiempo recibió una respuesta en los mandamientos que fueron un regalo de Dios a su pueblo. Los mandamientos nos hablan no de una serie de reglas por cumplir sino de un Dios interesado en nosotros, un Dios que a los judíos les habló en su idioma pidiéndoles fidelidad en el amor a él curiosamente sólo a través de los tres primeros mandatos porque todo el resto fue pedir fidelidad y cariño entre nosotros los hombres.

Pero la interpretación de los hombres fue pobre, desfiguraron un mensaje y lo convirtieron en simples reglas. Y no sólo eso, no entendieron la profundidad del mensaje: nuestro Dios nos ha querido desde y para siempre y nuestra respuesta debía ajustarse a ese cariño que no es nada más que infinito.

Fue necesario que Dios nuevamente nos hablara, esta vez mirándonos a los ojos, con miedo ante una muerte inminente, pidiendo que no nos quedemos en interpretaciones torpes, sino que el testimonio de quien ama hasta la muerte sea la medida, proporción y criterio de nuestro amor a los hombres.

María Gabriela Campos