Lecturas domingo 18 de Mayo

Fiesta de la Santísima Trinidad

Éxodo 34, 4-6 y 8-9
Daniel 3
2ª Carta a los Corintios 13, 11-13
Evangelio según San Juan 3, 16-18

De pie frente al Misterio


Aunque los primeros cristianos tuvieron varias dificultades, hubo una que los obligó a devanarse los sesos: cómo afirmar, al mismo tiempo, el monoteísmo y la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo. Si incluso el judío más ignorante sabía que Dios hay uno solo, ¿por qué ahora los cristianos están diciendo que son tres? Los seguidores de Jesús no sólo hablaban coloquialmente del Innombrable, sino que se referían a Él trinitariamente. Se producía un problema doctrinal de proporciones que requería de “todas las manos todas”.

Es interesante ver cómo la comunidad cristiana recurrió a toda clase de conceptos para traducir en palabras e ideas esta nueva certeza. Echaron mano de todo lo que permitiera ‘decir lo indecible’; los conceptos griegos fueron forzados al máximo de sus capacidades. Pero este esfuerzo no tenía como objetivo ‘convencer a nuevos creyentes’. Nada podrá explicar que Dios sea Uno y Tres a la vez. Lo que buscaban, a tientas, era dar algunas pistas que permitieran al creyente estar de frente a Dios que se revelaba trinitariamente. Las ideas y conceptos ayudaban a profundizar en la experiencia que el creyente debía tener de modo directo con el Misterio de Dios. Como las rueditas chicas en la bicicleta, estas palabras querían guiar el encuentro que cada cristiano tenía de modo inmediato con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Para los primeros cristianos, entonces, que Dios sea Trino no era problema a resolver sino un Misterio a contemplar. A diferencia de una razón instrumental que utiliza las ideas como simples flechas para señalar un punto y así explicarlo, se recurría a una razón contemplativa que se adentra en un lugar sin conocer el fondo, donde las coordenadas se pierden y no se sabe hasta dónde se puede llegar. Lo importante no era explicar, sino poner ‘a la criatura con su Creador’, enfrentarse al Misterio como el explorador que extasiado se adentra en la oscura caverna.

Este modo de entender las cosas no es extraño para el peatón común y corriente. ¿Por qué el padre que carga el ataúd del hijo siente un peso que no se puede medir en kilos? ¿Qué le pasa al hombre que recuerda sus operaciones al cerebro y no deja de emocionarse por aquella tranquilidad que lo invadió? Sólo quien haya experimentado esa sobrecogedora experiencia del Misterio que todo lo penetra entenderá al campesino sureño que ha quedado con las raíces al aire y no puede explicar por qué extraña a sus bueyes. “No temo a las cenizas, sino a no verlos nunca más”, decía Don Ernesto Muñoz ante lo atónita mirada del citadino periodista. ¡Y para qué decir los bailes religiosos! Mientras el niño estudioso los tilda de ‘supersticiosos’, el contemplativo descubre cómo el baile permite al nortino explorar rincones del alma aun vírgenes, produciendo en su cuerpo un ritmo que arrulla como la madre al hijo o la respiración al coqueto escote.

Si la inteligencia desnuda, la intuición seduce. Si el problema desafía, el Misterio inunda. Los modos de aproximación son totalmente distintos, produciendo maneras diversas de entender la realidad. Para estar ante el Misterio, el modo de aproximación es la insinuación que traspasa corrosivamente, prefiriéndose la ambigüedad del tango que la evidencia del reggaeton.

En la próxima fiesta de la Santísima Trinidad, dejémonos envolver por el Misterio. Es más entretenido participar de la ronda que siempre ha hecho el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en torno nuestro que explicarnos por qué esto es así.


Mario

Gábbata

Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo


Valles devastados, aguas turbias, colinas secas...
Y la culpa es de la serpiente.

Cuerpos mutilados, sangre a borbotones, olvidadas las sonrisas...
Y la culpa la tiene Eva.

Ciudades partidas, oídos mudos, los puños en alerta...
Y la culpa la tiene Adán.

Manos traspasadas, costado abierto, abofeteado el rostro...
Y la culpa la asume Dios.

Ignacio

Nota del Editor: Gabbata es el patio a las afueras de la casa de Poncio Pilatos donde Jesús fue condenado (Jn. 19, 13).

Coraje

Siempre me he cuestionado acerca del amor de Dios, específicamente sobre cómo Dios nos ama.

Plantearse esta interrogante implica asumir el misterio de Dios. Por lo tanto, si creo en Dios, y en el amor de Él, debo tener el coraje de vivir con la duda de su misterio desde la fragilidad. A este coraje de sostener la duda Kierkegaard lo denomina fe.

Como soy católico porque Dios nos ama y he creído en el amor de Él, debo agradecer que una de las manifestaciones de su amor fue habernos enviado a su Hijo único al mundo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.

Su único Hijo, Jesús (figura que posee un carácter humano y divino), testimonio de un equilibrio admirable entre lo espiritual y lo social, que construyó iglesia desde la fe de la iglesia universal (especialmente desde la iglesia de los pobres), y que no vino al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Este Jesús alimenta mi fe, o sea, posibilita el coraje para sostener la duda del misterio de Dios.

Fabián Gil