Jesús juicioso


¿Qué es lo propio de un juez? A nuestros ojos un buen juez es aquel que es imparcial, teniendo como paradigma de confrontación la ley y las circunstancias de aquello que se tiene por materia de juicio. Los “hechos”, por tanto, deben ser juzgados con la mayor objetividad posible, manteniendo las distancias y dejando de lado toda afección posible para que prime y gobierne solamente la ley, el derecho y la justicia. Es así como la imparcialidad se plantea como un valor fundamental a la hora de decidir y de juzgar. En otras palabras, un “buen juez” es aquel que no se la puede jugar (ni involucrar) por ninguna de las contrapartes.

Dicen por ahí, que los “juiciosos” vivimos siempre juzgando a los demás, porque no podemos escaparnos del juicio moral... Éste es bueno o malo, valioso o poco habiloso, caprichoso o mentiroso, santa o descarriada... Y el paradigma de nuestros juicios debiera seguir siendo el del “buen juez”, para que seamos validados como prudentes y ponderados en nuestro hablar…

Desde el criterio de la imparcialidad el Fariseo es un buen juez de sí mismo, porque sus juicios son todos correctos y objetivos. “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. No me cabe duda que el fariseo está diciendo la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad.

Jesús, sorpresivamente, nos cambia la óptica una vez más, ya que si Él fuera también un “buen juez” tendría que aplaudir y reconocer públicamente las maravillas obradas por el Fariseo; porque sus palabras, seguramente remiten a hechos objetivos. Pero, en honor a la pedagogía del contraste, Jesús continúa la parábola mostrándonos a un pobre publicano, despreciado –antes de partir con la explicación– por el solo hecho de ser publicano. El no se atreve ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que sólo implora misericordia “¡Dios mío ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Las vidas del Fariseo y el Publicano no tienen parangón. Si Jesús fuera un “buen juez”, ante todo imparcial y desafectado, no tendría sólo que aplaudir y reconocer al Fariseo, sino que tendría que condenar abiertamente al recaudador de impuestos para Roma… Pero el gran quiebre de la parábola se da precisamente en que Jesús desecha la imparcialidad, porque implica no involucrarse realmente con lo nuestro, tomar distancia de nosotros. Nuestro Dios toma partido y lo hace por los indefensos. Lo hace por nosotros en la medida en que reconozcamos nuestra indefensión. No se sube al estrado del juez, sino que se abaja al que sufre, haciéndose cercano y próximo a Él. Su justicia parte inclinada hacia el más débil. La imparcialidad se convierte en parcialidad. Parcialidad absoluta por el que está lejos y frágil. Parcialidad que juzga con el corazón. Parcialidad dada por el amor profundo por el hombre que se torna pasión por aquellos que no tienen con qué justificarse. Jesús como buen “juicioso” enjuicia, pero lo hace con otros criterios. Su juicio parcial se inclina al escuchar a aquel sentenciado que se muestra necesitado de Dios, abierto a la Fe. Su juicio es interior y no exterior. Juzga la conciencia que no se adueña de lo bueno, sino que implora piedad. Juzga a favor de aquel que no busca poseer(se), sino referirse a su Señor. “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. No cabe duda que Jesús está diciendo la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad. Eso es lo que hace a un buen Juez.


Carlos Alvarez sj

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