Por no ser


Como habrán notado, Mario dejó esta columna (por lo que el Editor me pidió que acompañe a Ignacio en Todos los Domingos hasta diciembre). No espero igualar su pluma, pero sí, como dijo él al comenzar este blog, “buscarle al verbo nuevos sujetos y predicados”, así que vamos a lo que vinimos. Nos preguntaremos quiénes son los sujetos a encontrar en los templos modernos (los malls, los estadios, los pubs … que a las iglesias los que van son pocos), ¿quiénes fariseos? y ¿quiénes publicanos?

Según el informe de Desarrollo Humano del año 2000, un 31% de los chilenos afirma ser discriminado por su lugar de residencia. ¡Un tercio de nuestros compatriotas se siente mirado en menos! Y no estamos hablando solo de los que viven en la Legua o en los campamentos, sino de los que estudian en colegios con número, los que pronuncian la ceashe, los que residen en viviendas del subsidio habitacional, porque a todos ellos los encontramos en los mismos barrios. A modo de ejemplo, Santiago es tan discriminador que solo 302 pobres (de los 824.472 que hay en la región metropolitana)*
viven en la comuna más rica. Tendemos a mirar por encima del hombro a todos aquellos que se encuentran en inferior situación económica.

Pero esto parece más bien lucha de clases contra los ricos opresores que otra cosa. ¿De eso trata el evangelio? En nuestra imaginación colectiva nos pintamos al fariseo como el rico y al publicano como pobre, cuando la realidad es distinta. Los fariseos son la clase media de su tiempo (su orgullo está puesto en ser cumplidores de la ley de Moisés, y no en otra cosa), en cambio, los publicanos son justamente los que tienen dinero, ya que ellos eran los recaudadores de impuestos. El fariseo se jacta, ante Dios, de no ser como el publicano (que ha conseguido riqueza ilícitamente, podemos adivinar), en cambio, el rico acá es quien reconoce su pecado.

Es perfecto fariseo, entonces, el que discrimina a los cuicos por no ser escurridos, a los que no viven la sexualidad como él por ser inmorales (o retrógrados, que aunque es la contraria a la anterior, también es discriminación), a los políticos por no ser eficientes como ONG, a la jerarquía de la Iglesia por no ser moderna, a los que trabajan en la empresa privada por no estar preocupado del país…

El problema, pareciera, está en compararse con otros. ¿No será que todos alguna vez hemos dicho ‘gracias, Señor, por no ser como ese fariseo, que se cree mejor persona que los demás?’. Tal vez sea el tiempo de dejar de mirar para el lado, y de reconocer, cada uno, sus propias yayitas, que después de eso –seguro– nos perdonarán.


Andrés

* Nota del Editor: según la CASEN 2003.

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