Lecturas Domingo 18 de Marzo

Estimados suscriptores, a petición de algun@s de ustedes Todos los Domingos aparece ahora los lunes. Los invitamos, además, a leer las lecturas que nos inspiran cada domingo (escritas a un costado del blog). Esperamos que ustedes escriban también...

El editor


Josué 5, 9- 12
Salmo 34
Segunda Carta de San Pablo a los Corintios 5, 17 - 21
Evangelio según Lucas 15, 1 – 3 y 11 - 32

Extraña parada de carro

Tengo la impresión que los textos leídos esta Cuaresma se van pasando ‘el testimonio’ unos a otros. En el primer domingo el Padre piropea a su Hijo previo a las Tentaciones, frase que se repite una semana más tarde en la Transfiguración. Y, siete días después, Moisés descubre la zarza ardiendo arriba en el Horeb, igual que en la Transfiguración se encuentra con Jesús envuelto de gloria.

La semana pasada, la Iglesia celebró la paciencia de Dios frente a la higuera que aun no da frutos. El hombre ‘con sentido común’ que quiere cortar el árbol porque sólo ha provocado gastos, es frenado por otro más paciente y cariñoso. Siguiendo ‘la posta’ de textos, este podría ser una bella manera de iluminar al padre y los dos hijos de la parábola de este domingo.

Sin embargo, tomo otro camino. No puedo evitar mirar al papá enseñando a sus hijos, y cómo los pone a cada uno ‘en su lugar’. Al lado de tanto papá-mamón y mamá-amachada, el dueño de casa le enseña con ternura a su hijo menor que Padre hay uno solo y eso no podrá borrarlo nada, incluso la más grande de las cagadas. Y, por otro lado, corrige con firmeza a su primogénito cuando éste trata de desmarcarse de ‘su hermano’, poniendo en claro que ‘los familiares’ jamás deben recibir el trato de peones. Frente a esta doble ‘parada de carro’, no puedo evitar recordar a Jesús en medio de los fariseos diciendo cuál es el mandamiento más importante de la Ley: ‘amar a Dios y a los hermanos’.

A Dios no le da lo mismo lo que hagamos, pero parece que hay algo que es anterior a nuestras acciones y que nada ni nadie podrá borrar: que tenemos un Papá y que somos hermanos. Porque somos hijos en el Hijo, nuestro mandamiento primero es comportarnos como tal.

Entonces, si se está celebrando una cena, especialmente dentro de la Iglesia, tenemos el derecho a decir: ‘permiso, que mi Papá es el dueño de casa.’ Y si estamos dentro, y se le impide la entrada a alguien, debemos pararnos rápido y decirle a los porteros: ‘perdón, pero él es mi hermano y nuestro papá nos espera en la cabecera’.
Mario

A un costado


Sentado en la mesa de los heridos,
ceno cada día con perdedores.

Sentado en la mesa de los heridos,
a un costado de los quebrantados.

Sentado en la mesa de los heridos,
escucho los lamentos que nadie quiere oír.

Sentado en la mesa de los heridos,
porque herido, también, estoy yo.


Ignacio

La última palabra

¿Cuántas veces hemos leído esta parábola mirando solo al hermano menor? ¿Cuántas, incluso, solidarizamos con el mayor? Pero si Jesús nos cuenta esta historia no es para decirnos que uno de los dos está bien. Ambos están igualmente equivocados, y es que la raíz de su pecado es exactamente la misma.

Los dos están heridos, pues no se reconocen como los hijos que en realidad son. Mientras uno quiere pedirle trabajo a su padre – “Padre, ya no merezco llamarme hijo tuyo…”–, pues en el fondo no cree en su misericordia, el otro no es capaz de tomar un cabrito para celebrar como hijo – “Cuántos años llevo obedeciendo tus ordenes… pero llega ese hijo tuyo” – y no administrador.

No sabemos por qué estaban heridos estos dos hermanos. Sí sabemos que el que entró antes a la fiesta es el hijo que se dio cuenta primero de su condición. La parábola no nos dice qué pasó al final, pero da la sensación que la última palabra es del Padre.

Andrés Guerrero