En el segundo relato de la creación del mundo, se narra cómo Dios crea desde el barro a Adán y, del costado de éste, a Eva. A ambos se les entregaba el mundo entero y la familiaridad con Dios. Podían, cuando quisieran, pedirle a Dios una taza de azúcar o pasar a tomar té en su Casa. Viven cara a cara frente a la divinidad, sin nada que temer.
Como todos sabemos, esta relación se rompe. Apenas comen del fruto prohibido, descubren su desnudez y se vuelven temerosos. Tanto así que, cuando Dios los viene a invitar a columpiarse o mirar el atardecer juntos, ellos se esconden por miedo. ¿Por qué se escondieron?, dice con pena Dios. ¿Quién les dijo que no los perdonaría? Gracias a Adán y Eva, le tenemos miedo a Dios y creemos que andar ‘con la del bandido’ es nuestra vocación fundamental.
En una antigua homilía sobre el Sábado Santo, la Iglesia nos invita a ‘imaginar’ qué hizo Jesús mientras yacía muerto en el sepulcro. Luego de entregar su espíritu en la cruz, descendió hasta el fondo de la muerte y sus puertas: el Infierno. ¿Y a quién fue a buscar Jesús en ese lugar?: a Adán. El texto dice: "A ti te mando: «despierta tú que duermes», pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo; «levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí". La oveja perdida es llevada en los brazos del pastor, mientras la dueña de casa canta de alegría porque encontró la moneda extraviada y en la casa del hijo pródigo la música se escucha a kilómetros de distancia.
Dios no quiere que vivamos ocultándonos. Insiste que nada ni nadie podrán separarnos de su amor. Su Hijo, como cuando jugábamos a la escondida, ha dicho en las puertas mismas de la muerte ‘un, dos, tres por mí y por todos mis compañeros’. Todos podremos salir de nuestros escondites para volver a mirar a Dios cara a cara.
Si alguno de ustedes ha vivido esto, por favor, cuéntele a los demás. Algunos somos más incrédulos y lentos para resucitar.
Mario