Lecturas domingo 29 de Junio

Fiesta de San Pedro y San Pablo

Hechos de los Apóstoles 12, 1-11
Salmo 33
2ª Carta de Pablo a Timoteo 4, 6-8 y 17-18
Evangelio según San Mateo 16, 13-19

Monólogo


¿Por qué celebrar a San Pablo y San Pedro el mismo día? Si ambos son pilares de la naciente iglesia y, por separado, capaz de justificar una celebración propia, ¿no será mucho festejarlos el mismo día? Porque si viniera The Rolling Stone y U2 a tocar, ¿quién los pondría en un mismo concierto?

Frente a este aparente despropósito, la pedagogía litúrgica entrega una respuesta. Ya que los domingos anteriores hemos escuchado a Jesús buscando pastores y luego enviándolos a cuidar sin miedo el rebaño del Padre, ahora se nos presenta a los dos más grandes pastores: Pedro, pastor de la primera comunidad cristiana, y Pablo, pastor de los gentiles*. Aunque en contextos distintos, ambos reciben la invitación del Resucitado y viven, en carne propia, las consecuencias de cuidar de sus hermanos: porque el buen pastor da la vida por sus ovejas, uno termina crucificado y el otro degollado.

Otra posibilidad está en la complementariedad de ambos. Mientras Pedro es signo de la unidad de la Iglesia, Pablo lo es de la diversidad. Lo que el Espíritu Santo regala a toda la Iglesia en Pentecostés, se ve reflejado en la preciosa tensión que generan ambos pastores: una misma fe, un mismo bautismo, un mismo pan, pero diversidad de lenguas para expresar la pluriformidad del misterio cristiano.

Sin embargo, resulta más iluminador imaginar lo que uno debió aprender del otro. Porque, ¿qué habría pasado si el primer Papa, preocupado por la unidad, hubiese llamado a Pablo poco institucional o desafectado del cuerpo de la Iglesia por fundar por cuenta propia comunidades cristianas entre los no judíos? En vez de esto, Pedro mostró una plasticidad enorme e incluso comió con los gentiles. Al mismo tiempo que el Papa descubría en Pablo al primer hombre de la parábola de los talentos, éste se sentía auspiciado en sus esfuerzos por anunciar a tiempo y destiempo la belleza de Dios.

Y por el otro lado, ¿qué habría pasado si Pablo, en su empeño por llegar al límite, hubiese acusado a Pedro de apollerado y demasiado conservador en sus opiniones? Pero, en vez de esto, partió junto a una comitiva para preguntarle al Papa si se podía bautizar a los gentiles sin tener que circuncidarlos. Al igual que Juan ante el sepulcro vacío, prefería que Pedro llegase primero y dirimiese esta discusión vital para la futura predicación del evangelio. Al verlo, Pablo aprendió del pescador que descubrió el llamado de Dios a tropezones y que, por eso, es más tolerante con los débiles o tienen un tranco lento.

Nuestra Iglesia debe ser lo menos parecida a un monólogo. Sin ir más lejos, ¿cómo comprendió Jesús su mesianismo?

Mario

* Nota del Editor:
los judíos llamaban "gentiles" a todos los no judíos

Hora tercia


A ese hombre que vende en la calle:
no le conozco.

A esa mujer que se muestra en la esquina:
no la conozco.

A ese niño que pasa en los brazos de una en otra
(y de todas es hijo):
no lo conozco.

Y de nuevo escucho al gallo
que desde hace dos mil años no para de cantar.



Ignacio

Nota del Editor: este poema está inspirado en las negaciones de Pedro (Lc. 22, 54-62), pero también en la aparición de Jesús resucitado en el lago (Jn. 21, 15-19), donde le pregunta a Pedro tres veces si lo quiere. Este es el momento en que efectivamente Pedro es confirmado en su tarea de apacentar las ovejas (esa -y no otra- es su misión). Y sabemos que la cumple en Pentecostés, cuando a la hora tercia (las nueve de la mañana) anuncia a todos que Jesús ha resucitado. Por otro lado, también nosotros debemos preguntarnos cuándo negamos a Jesús.


El poder del galileo


En la Iglesia jugueteamos con el poder, de alguna manera siempre lo hemos hecho. Y ya que está constituida con una cabeza, siempre le toca más de cerca al Papa, ¿acaso podemos olvidarnos de los tiempos de Constantino y su “imperio católico”? ¿De alguna manera podemos borrar los años de los Papas “reyes” que poblaron la Edad Media? No podemos dejar de recordar a un Gregorio VII o un Bonifacio VIII con sus ganas de gobernar no sólo a la Iglesia sino a todos los reinos europeos. Y aunque quisiéramos, no podríamos dejar atrás los símbolos reales de Pío IX o incluso del bueno de Juan XXIII. Si la piedra en que se funda la Iglesia tiene que habérselas con el poder de su cargo, ¿estará el Papa de turno con una eterna lucha interna y externa con el poder? O bien, ¿estaremos los católicos condenados a manejarnos con el poder? Lamentablemente (para algunos), siguiendo la actuación de Jesús, debemos aceptar un ineludible “sí”.

En el Evangelio de este Domingo Jesús le entrega el poder a un simple y dubitativo pescador galileo. Y este poder no es cualquier cosa, es para el cielo y para la tierra, nada menos que las llaves del reino y la facultad de hacer cosas que tienen consecuencias en el cielo. ¿Qué le habrá visto Jesús a este hombre?, algo tiene que haber detrás de lo meramente evidente para que le otorgue tamaño poder y responsabilidad. Precisamente pienso que la clave de este Evangelio y de la autoridad del Papa no está en lo que podemos oír, ver o palpar con los sentidos comunes. En último término el punto no está en las cualidades del Papa, en que éste sea cercano, juvenil, comunicador y aquel sea intelectual, parco o muy inteligente. La autoridad le llega por medio de Jesús, que ve en Pedro alguien que se deja guiar por el Espíritu Santo, alguien que a pesar de sus dudas e impulsos se atreve a afirmar que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La solidez de la piedra es finalmente la seguridad del Espíritu. Ante la Fuerza que encuentra Jesús en una persona particular se atreve a otorgarle Su poder. Ante esto, dicho en buen chileno, Pedro se debe haber “cagado de susto”, pero igual le echó pa` adelante porque confió en la única Piedra. Para los primeros cristianos, sean de Asia o de África, de un lugar lejano o cercano a Roma, el Obispo de esa ciudad por ser sucesor de Pedro era innegable que tenía ese poder, el que le seguía una y otra vez dando Jesús a los que se dejaban conducir. Los Papas tendrán que responder internamente a la pregunta que les sigue haciendo Jesús, a ver si se constituyen realmente como vehículos de la voz del Espíritu para sus hermanos.

Y todos nosotros deberemos hacer lo mismo, ¿estamos dispuestos a responderle la misma pregunta a Jesús sea cual sea la consecuencia? No se le vaya a ocurrir salir con algún encarguito como el que le hizo a Pedro. No vaya a querer que nos hagamos responsables de nuestro prójimo.

Juan Pablo Moyano SJ