Lecturas domingo 15 de Junio

Éxodo 19, 2-6a
Salmo 99
Carta a los Romanos 5, 6-11
Evangelio según San Mateo 9, 36 - 10, 8

¿Faltan curas?


Para muchos, los curas están en peligro de extinción. Pareciera que la jungla postmoderna no está hecha para este tipo de vida. Su habitat ha sido destruido, y al igual que los pandas, no tienen ya dónde ir. Han intentado reproducirlos en cautiverio, pero no hay caso: su número baja todos los días y los que aun sobreviven tienen avanzada edad.

Efectivamente los sacerdotes han disminuido en los últimos años. Eso es grave para la vida sacramental de la Iglesia. No cabe duda. Pero esto no significa, necesariamente, que falten curas. Es cierto que en muchos lugares corren todo el día para celebrar misas y acompañar enfermos; las necesidades se agolpan a su puerta y casi no tienen tiempo para descansar. Sin embargo, en otros lados viven amontonados y se pelean a los mismos feligreses. El problema, por ahora, no pareciera ser la extinción.

Lo que sí parece escasear –como narra el evangelio del próximo domingo– son pastores que cuiden del rebaño y anuncien la abismante cercanía del Reino de Dios. Ante la orfandad de su pueblo, Él requiere voluntarios para guiar al rebaño por cañadas oscuras y señalar pastos donde descansar. El único y eterno sacerdote prefiere ser llamado buen Pastor porque esa es la invitación que más le gusta hacer.

Gracias a Dios, Él mismo suscita, en medio de la necesidad, madres jefas de hogar y papás abnegados, políticos con deseos de servir al bien común, camioneros generosos y excelentes estudiantes. Justo en medio del caos y los lobos, el Espíritu se encarga de ‘capacitar’ nuevos pastores en medio de su Iglesia, el gobierno, la oposición, el servicio público y privado. Son poquitos y pobres… pero aperrados. Es cierto: apenas suman 12 personas. Pero son generosos con Dios y cuentan con el Espíritu Santo auspiciador.

Por eso, niñas, cuando escuchen que “la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos”, no se cansen tomando más fuerte la mano de sus novios. Afortunadamente, ellos han aprendido a defenderse de la prédica/arenga que, de manera burda o sutil, invita al sacerdocio como quien pide valor al príncipe indígena que será arrojado al volcán. Pero si el mismo novio no se estremece al ver que sus hermanos vagan como ‘ovejas sin pastor’, no duden en abandonarlo apenas puedan. Porque si la calle no le estremece las entrañas y le invita a ‘dar gratis lo que gratis a recibido’, ese joven no sirve ni siquiera de acólito… y mucho menos como padre de familia.

Mario

Piedra

Éstos son los nombres de los doce apóstoles:
el primero, Simón, llamado Pedro...

Me gusta que Pedro haya sido
cobarde, pendenciero y atarantado.
Seguro que en la última cena bebió más de la cuenta:
y así en Getsemaní se durmió.

No era más que un tosco pescador.
Tal vez por eso Cristo lo eligió.

Ni siquiera tras la Resurrección cambió mucho:
alguna vez Pablo lo tuvo que encarar.
Pero, finalmente muerto en cruz (¡y al revés!)
como su maestro, es testimonio para los demás.

Ignacio

Nota del Editor: la justificación bíblica de estos versos se puede ver en comentarios.

Una fe adulta


Hay ciertas “espiritualidades” o formas de religiosidad, dentro de nuestra Iglesia Católica, que necesitan de un Dios mandón que impone reglas y que se enoja cuando no se cumplen. A la vista resalta que ésta parece ser más bien la relación de un padre con su hijo, pero más específicamente, la de un niño frente a su padre. Inevitable es que el fiel-niño no cumpla siempre las reglas y espere constantemente el castigo del padre-Dios, de donde vive constreñido por el eventual castigo. El padre y Dios aquí, es uno condicional, como aquel del antiguo testamento que se presenta en ocasiones: “si de veras escuchan mi voz y guardan mi alianza” (Éxodo 19, 2-6a). El resultado es un niño inseguro, pero en el caso del fiel es una persona atemorizada y por lo tanto menos libre. Llamarlas espiritualidades, bajo estas condiciones, es cuestionable: al final han cambiado el espíritu por las reglas.

El nuevo testamento, en cambio, está dirigido a otro tipo de religiosidad, la de aquellos que actúan conforme a principios y no sobre reglas y que por tanto tienen que discernir, “construir el reino” junto con Dios. Él no nos trata ni como niños ni nos impone puras reglas: “misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 9-13). Tampoco quiere a los virtuosos, no quiere más al monje que al laico, nos quiere a todos por igual sin condiciones y en ese sentido las lecturas de esta semana son demostrativas: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Carta a los Romanos 5, 6-11). De aquí la alegría de ser hijos de Dios, la sensación de seguridad que nos da este Dios, que nos hace libres de verdad.

Un amigo religioso me dijo que dentro de la Iglesia debe haber cabida para todo tipo de espiritualidades, que existe gente que le digan qué tiene que hacer. Yo no creo eso, creo que mi amigo no lo cree tampoco y que fue su voto de obediencia al Papa lo que lo hizo actuar con tamaña diplomacia. Creo más bien que Dios nos trae un mensaje que nos debe, necesariamente, llevar a vivir una fe adulta, una fe de principios, de discernimiento, de dudas en el camino. Esa es la fe del nuevo testamento, un camino más largo y difícil por cierto, de otra forma, la venida de Jesús no se justificaría.


Pablo Carvacho T