Lecturas domingo 22 de Junio

Jeremías 20, 10-13
Salmo 68
Carta a los Romanos 5, 12-15
Evangelio según San Mateo 10, 26-33

Dios no es menso


El domingo pasado el evangelio de Mateo nos recordaba el llamado de los doce apóstoles. Luego de mirar a la gente desorientada, Jesús hacía un ‘llamado público’ a todos los interesados en labores pastoriles y los enviaba con la fuerza de su Espíritu a cuidar el rebaño del Padre. Para variar sólo llegaron los pobres, cojos y forasteros. El joven rico estaba en un discernimiento y no podía interrumpir su proceso; los letrados desistieron porque las rabias eran muchas y la paga poca; y la mayoría, justo ese día, descubrió su alergia a la lana.

Es interesante, sin embargo, lo que continúa a este llamado. Tras la convocatoria, Jesús previene a sus discípulos sobre el peligro que los asechará y les repite que ‘no tengan miedo’. Tiene muy claro que su llamado no es fácil, que la vida está hecha de claroscuros y, a veces, nuestra existencia es un subterráneo que almacena cosas que verán la luz sólo el último día. Conoce a la perfección nuestro lado B e inseguridades que carcomen como eficientes termitas.

Pero esto, en vez de desilusionarlo o hacerle perder la paciencia, lo mueve a llevarnos al descampado, a vivir en la intemperie donde sólo se puede confiar en su promesa. Se produce algo muy extraño: Dios, en vez de sacarnos del trajín del mundo, nos introduce bautismalmente en él. Pareciera que sólo en medio de la realidad se prueba de qué estamos hechos; ella desnuda nuestras reales motivaciones y el alcance de nuestros sueños. Porque Jesús descubrió su filiación divina en la refriega y los empujones de la realidad y la oración, nosotros también descubriremos así nuestra estructura crística.

La intimidad de la pieza/comunidad/Iglesia no basta para probar si le creemos a Dios o no. Como niños pequeños en su primer día de jardín infantil, sabremos cuánto calzamos cuando se nos amplíe el mundo y tengamos que compartir con niños tan o más complicados que uno.

Dios no es menso y sabe dónde nos envía. A la vez que dice ‘no tengas miedo’, espera escuchar de nosotros ‘aquí estoy, Señor, aunque sienta que el agua me llega al cuello’.

Mario

Más pequeño


Por temor a que nos roben:
las manos en los bolsillos.

Para divertirnos:
algunas horas de televisión.

Por miedo a la delincuencia:
rejas y puertas bien cerradas.

Para “crecer”:
nos miramos el ombligo.

La universidad:
exclusiva para nosotros.

Y el mundo
–así–
cada vez se nos encoje más.


Ignacio

A no tener miedo


Probablemente, el próximo domingo una vez más voy a estar en una iglesia, al momento de entrar tomaré ese papelito con las lecturas, lo leeré. Pensaré qué diría yo si me tocara hacer la prédica. Mientras, a mi alrededor muchos se golpean el pecho. Con miedo a que “el papito Dios” no nos vaya a perdonar, hay que golpearse.

Luego seguiré, mirando frente a mí a un cura que lee el Evangelio y posteriormente hace la prédica. Miro al lado y cabezas con movimiento de aprobación. Quizás incluso yo terminaré aceptando tranquilamente lo que me dicen. Aunque las más de las veces, mientras los que están cerca de mí están arrodillados yo, de pie, sigo pensando en ello. Arrodillémonos, que quizás… no, arrodillémonos porque así se hace y todos lo hacen nomás.

Bastante me ha costado entender –todavía no lo logro– por qué no hay posibilidad de réplica en muchas partes. Heme aquí con una posibilidad diferente, ya no como alguna vez, y todavía en algunos lugares, donde no es solo el sacerdote quien puede intentar explicar, darle sentido a lo que escuchamos. Sino, la comunidad, que es donde reside la potencia del mensaje cristiano.

Aprovechando la oportunidad, creo que lo que nos propone el evangelio con su “No tengan miedo” nos llama a poder terminar con las prácticas aparentemente obvias, que podemos encontrar carentes de sentido. A no tener miedo a proponer diferentes ideas, podemos tener una fe común pero no por eso debe estar desvinculada de un criterio de realidad que la tiene que hacer responsable de lo que ocurre, escuchar a la comunidad. No podemos quedarnos en el miedo y no hacer nada por lo que no nos parece, no escapemos de nuestra obligación como comunidad.

Y qué mejor para darnos cuenta de este impulso que se nos propone que la lectura de Pablo, donde se nos muestra el cambio de imagen del “papito Dios” que muchos todavía no quieren aceptar. Un Dios que destruye la reciprocidad (“no hay proporción entre el delito y el don”), que nos muestra que tenemos que atrevernos a ser hombres.

Creo que además de hacer humano a su hijo, Dios también deja de parecer un ser separado de la realidad, incluso en su rol de Padre. ¿Qué papá estaría contento si uno se golpeara, se arrodillara frente a él, no se atreviera a tocarlo con las manos (pidiendo que se lo entreguen en la boca), no pudiera decir lo que cree? No es un “papito” es Padre y con mayúscula porque uno se siente orgulloso de “ser su hijo”.

Probablemente este domingo entre, y ya tenga pensado qué es lo que diría en la prédica.

José Antonio Gutiérrez B.