No había sitio para ellos


Muchas veces cuando leemos el evangelio se nos escapa el sentido de un pasaje al desconocer el contexto donde fue escrito. Con la expresión “no había sitio para ellos en la posada” nos imaginamos una especie de hostería con habitaciones particulares que estaban todas ocupadas, por lo que María y José –que por cierto, en ningún lugar dice que sea anciano como muchos imaginan(1)– no pueden arrendar una y tienen que buscar otro lugar, por lo que terminan en un pesebre (una cueva donde dormían los animales, que no es lo mismo que un establo). Pero “en las posadas palestinas, en realidad, siempre había sitio y a esa frase hay que darle un sentido diverso. La posada -el Khan- oriental, de ayer y aun de hoy, es simplemente un patio cuadrado, rodeado de altos muros. En su centro suele haber una cisterna en torno a la cual se amontonan bestias, burros, camellos, corderos. Pegados a los muros hay unos cobertizos en los que viven y duermen los viajeros, sin otro techo que el cielo en muchos casos. A veces pequeños tabiques trazan una especie de compartimientos, pero nunca llegan a ser habitaciones cerradas... A este patio se asomó José y comprendió enseguida que allí no "había sitio". Sitio material, sí. Jamás les dirá un oriental que no hay lugar. Amontonándose con los demás, siempre cabe uno nuevo. Lo que no había sitio adecuado era para una mujer que está a punto de dar a luz(2).

Lo significativo, entonces, es que Jesús –que para el evangelio es el Hijo de Dios– no tiene un sitio propicio donde nacer. Una reflexión sobre la Navidad hoy en día nos debería cuestionar sobre quiénes no tienen un lugar adecuado en nuestro país. Sin ánimo de ser exhaustivo, sino solo desde lo que me brota al recordar el año, tengo la sensación que muchas personas sienten que no hay sitio para ellos:

- Los mineros, pero más que los 33 que han sido recibidos como héroes, los 31 que murieron en diversos accidentes durante el 2010 (y los 373 en la última década). No hay sitio para ellos.
- Más allá de las discusiones sobre la medición de la pobreza, hoy son 3.198.360 los chilenos que viven con menos de $64.134 al mes. Y más impresentable es que mientras el 20% más pobre recibe en promedio $31.582 por persona, el más rico gana $759.485. Para algunos no hay sitio, ¿de quién estaremos más cerca nosotros?
- Los afectados por el terremoto. Los que perdieron todo y vivirán al menos un invierno más en Campamentos sin que, salvo las promesas, les hayan explicado qué hacer. Y esto lo digo porque tengo amigos en Constitución que viven en mediaguas. No hay sitio para ellos.
- Los estudiantes a los cuales les cerrarán sus liceos y escuelas por razones económicas. Peor aún, los estudiantes que en los próximos años no logren entrar a los liceos de excelencia. En especial para ellos no habrá sitio.
- Y los presos, no solo los 81 que murieron en la cárcel de San Miguel, sino los 52.959 que viven en condiciones indignas en los presidios de todo el país. Para ellos no solo no hay sitio, sino que como sociedad les hemos construido un lugar inhumano y pareciera que cada vez queremos enviar más personas ahí. No había sitio para ellos.
- Esta lista, lamentablemente, puede ser interminable, ¿para quién más no hay sitio?

Ignacio Corcuera
---
(1) Esto viene de una tradición medioeval, donde se lo representaba como un anciano.
(2) José Luis Martín Descalzo; "Vida y Misterios de Jesús de Nazareth"; Salamanca; 1990; Pág: 128-129.

Informe Valech

Cerca de 30.000 personas en Chile
fueron torturadas por el Gobierno militar,
el testimonio de esto se encuentra en el Informe Valech,
documento que hay que leer al menos una vez en la vida.


Detenido sin razón justificada,
fui llevado entre palos y empujones.
Testigos falsos declararon en mi contra.
Me condenaron por no apoyar al régimen.

Me desnudaron.
Abofeteado, una y otra vez, en medio de burlas.
Vendaron mis ojos y escupieron mi rostro.
Me golpearon repetidamente con una vara en la cabeza
mientras preguntaban: ¿quién fue?

Fui azotado en la espalda
-se divertían-
y coronado de espinas.


Ignacio

Rescate

http://www.boston.com/bigpicture/2010/10/rescued_from_a_chilean_mine.html?camp=localsearch:on:twit:rtbutton&ref=nf

Hace muchas semanas que el derrumbe de la mina San José dejó de ser un simple accidente donde una treintena de mineros quedaron atrapados bajo tierra y un ingenioso operativo para rescatarlos con vida. Mientras los diarios extranjeros informan del hecho y del impresionante esfuerzo logístico que significó rescatarlos, en Chile se habla de ‘héroes’ tanto para describir a los mineros como a quienes los rescataron o de la ‘victoria’ que el país logró en la dura batalla contra quien, meses atrás, había destruído todo lo que encontró a su paso. En un tono menos poético, también se analizan las repercusiones que esta situación tendrá en términos sociales, el rol que han jugado los medios de comunicación y el modo como el gobierno ha manejado la situación –incluyendo, por supuesto, los dividendos políticos que ello implica–. El accidente y el rescate, entonces, sobrepasaron los límites de un simple hecho para convertirse en ‘narración nacional’, fenómeno mediático y barómetro de notoriedad política.

Si bien todos estos análisis son justos, tengo la impresión que ninguno da cuenta de cómo este accidente ‘toca algo’ de cada persona. Dejando de lado el discurso chovinista y el juicio preciso, esta especie de parábola pareciera reactivar, en cada uno, cosas que han sido tapadas por quién sabe qué derrumbe pero que siguen ahí… vivas y enviando señales de su presencia. Los sueños de juventud que fueron cubiertos por el polvo de eso que nos gusta llamar ‘la vida real’ o simplemente las ganas de vivir ahora ocultas entre tantos conflictos y depresiones, parecieran cantar desde el fondo de nosotros ‘la canción nacional’ y así recordarnos que están ahí, tan reales como la peor de las pesadillas.

¿Por qué no poner en marcha, entonces, las logísticas que rescaten a esos olvidados que, de vez en vez, nos envían señales de su presencia? Hay muchos enterrados haciendo fuerza por salir –los pobres en los campamentos, los mapuches en el sur, los homosexuales en nuestras familias,… – como también dimensiones de nuestra vida que pugnan por ver nuevamente la luz –devociones olvidadas, sueños de justicia, lecturas o amigos dejados de lado, …–.

Qué bonito sería, como nos cuenta el evangelio, invitar a los vecinos para decir: “había perdido una moneda y la he encontrado; tenía una oveja perdida, pero ahora está segura sobre mis hombros”. Visto así, no pareciera tan difícil sumarse a la real alegría de los familiares de los mineros… ni a la eterna alegría de Dios.

Hijos de la tierra

La realidad se impone.

Frente a todos los discursos sensacionalistas sobre el bicentenario, la fiesta patria ha puesto sobre la mesa lo que somos y tenemos. Ni más ni menos. Quienes pensaron que a esta celebración solo podrían participar los parientes bien vestidos, se ven obligados ahora a recibir a los familiares pobres y dejados de lado. Gracias a ellos y su abrupta irrupción, el niñito del MAC se ve obligado a compartir la mesa con la señora que aun toma mate al borde del brasero. La huelga de hambre de los mapuches, el encierro bajo tierra de los mineros o la rabia que se incuba entre los estudiantes han sido un cable a tierra aun más potente que el terremoto para todos quienes vivimos conectados con el mundo, pero desconectados del país y sus tensiones.

Para algunos, esta irrupción es una invitación a reconocer nuestra filiación terrestre. La ‘gente de la tierra’ nos ha recordado lo valiosa que ella es… incluso a riesgo de la propia vida. Quienes descienden a las entrañas de la tierra para extraer sus riquezas –también arriesgando la vida–, nos recuerda que el huaso a caballo es un falso personaje nacional y que la mayoría debe trabajar como temporero, minero o colono en el sur. En este año, entonces, los hijos de la tierra parecieran invitarnos a reconocer lo bello que es nuestro país y su gente, al mismo tiempo que los esfuerzos heroicos que deberíamos hacer para cuidarlo.

Sin embargo, no debemos olvidar que la ‘sangre araucana’ ha sido derramada y que su cultura y ritos han sido castigados durante siglos. El ‘rigor del minero’ no es fruto de un acto de heroísmo, sino del esfuerzo diario por ‘parar la olla’. El pequeño agricultor que ahora debe cortar árboles para las madereras o el pescador artesanal que debe comprarse un taxi para ganar plata, están más o menos en las misma situación. Todos ellos, tan conectados con la tierra y el mar, nos recuerdan que nuestro bello país está tejido también de injusticia y de ninguneos. Por eso, si sus demandas de justicia nos parecen fuera de contexto o novedosas, hay que preguntarse si vivimos en la luna aunque comamos empanadas todos los días o discutamos sobre el futuro ‘del país’.

Esperemos que este bicentenario nos ayude a aterrizar y no meter, como siempre, los temas debajo de la alfombra. ¿Dónde quedó, por ejemplo, el debate sobre el sueldo mínimo y la ley laboral, el necesario cambio de la Constitución y el sistema binominal, la discusión sobre la energía o el monopolio de algunas empresas? Esa también es tierra fecunda para sembrar justicia o simplemente dejar que crezca la maleza y la cizaña.

A no echar tierra encima, entonces, sobre nada ni sobre nadie; solo al final de nuestros días podremos entrar en ella y reposar. Mientras tanto, a trabajarla entre todos… como buenos hijos.

Vivir juntos

Hay personas que piensan que crecer es progresar. Como en esos antiguos juegos donde las fichas iban saltando los casilleros al ritmo de los dados, nos imaginamos que la vida será mejor mientras más cerca se esté de la meta y que cada vez que sale ‘6’ es tener buena suerte. Mirada así, la vida es un camino siempre hacia adelante y en constante progresión, donde una vez encontrado el ‘objetivo’ debemos ir acumulando experiencias que nos enriquezcan y donde el único problema es la velocidad con que nos acerquemos a ese fin.

Muchas veces este modo de imaginar la vida ha sido usado para referirse a la vocación. Así, el ‘llamado’ aparece como una voz que, desde el interior o el exterior, indica qué hacer con la vida y hacía dónde hay que avanzar. Igual que en las tragedias griegas donde el protagonista recibe una misión que debe cumplir contra viento y marea, la vocación viene a ser el faro que ilumina el caminar en medio de la oscuridad de la vida y que, una vez alcanzado, nos permite decir: “¡tarea cumplida!

El problema viene cuando esta idea de la vida y de la vocación se hace llamar cristiana. Según esta lógica, la voluntad de Dios sería un plan maestro del cual cada ser humano es parte y tiene una misión particular a cumplir. La tarea del cristiano, entonces, sería descubrir cuál es esa tarea que Dios le ha designado en la vida. La oración, las prácticas de fe y el servicio de los demás serían los medios para descubrir, en medio de tanta maleza, de dónde viene el llamado y cuál es la opción a tomar. Pero una vez sabida, el resto es fácil: con el objetivo claro, hay que progresar sin perder el norte frente a los ‘obstáculos’ o ‘pruebas’ que en el camino se esconden y planean la emboscada.

¿Por qué esta visión no sería cristiana –al menos, totalmente–? Las primeras comunidades cristianas nos han transmitido que, en Jesús de Nazareth, Dios Padre ha hablado clarito y sin ambigüedades. Ahí está la vocación que ha recibido toda la creación desde siempre y para siempre: ser otro Cristo. De ese llamado ‘no se salva nadie’. Dios quiere hijos y hermanos; esa es su única llamada y eterna invitación. La vocación, entonces, no es algo a hacer, sino una relación a construir y cuidar. ¿Cómo? ¿Haciendo qué? Eso lo deberá ver cada uno, confrontando sus propios deseos con la experiencia de Jesús, la tradición de la Iglesia y lo que los tiempos reclamen. Dios no elegirá por mí, ni dirá: “quiero que seas abogado, enfermera, sacerdote”. Libremente, cada hombre y mujer deberá elegir dónde, cómo y con quién amará más a Dios y a los demás; después, deberá ser fiel a la palabra empeñada y seguir cultivando esa relación que tendrá, como fruto, tal o cual acción particular. Insisto: Dios quiere hijos e hijas con quienes relacionarse y hacer cosas juntos, no gente buena que cumpla con su deber o que haga cosas en Su nombre.

Con Dios la vida es menos clara, pues todo va dependiendo de lo que hacemos con Él. Es una relación que, como todas, tiene sus ritmos. Y puede resultar que nuestra existencia, en vez de ir para adelante y progresar, vaya para atrás y se hunda… como en Viernes Santo. Por lo mismo, cuando un matrimonio cumpla 50 años de matrimonio no hay que alegrarse por la meta cumplida o la capacidad de soportar las dificultades. La pregunta cristiana será: todos estos años, lo que han hecho, ¿lo han hecho juntos?

Cuidar la Iglesia

Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre la Iglesia institucional. Como nunca, las imágenes se agolpaban para escribir sobre su situación actual. La imagen de una anciana era la primera: luego de una bella juventud, esta mujer era escuchada por algunos nietos mientras los otros ya se peleaban la herencia. La segunda tenía que ver con el calentamiento global: igual que la polución, la Iglesia había dejado contaminar sus playas y campos sin tomar las cosas muy en serio. El resultado es que ahora, con sequias e inundaciones por doquier, ya nadie sabe qué hacer con el desastre ecológico. La tercera imagen para describirla venía de los mineros atrapados actualmente en el norte de Chile, con la diferencia que la sociedad actual va a dejar a los ‘mineros eclesiales’ atrapados a su suerte. Y así podría seguir con los ejemplos.

Cuando hay tiempo, entrego mis borradores a algún amigo para que me ayude con sus ideas. Si bien los comentarios son casi siempre de estilo o de frases que son incomprensibles, esta vez me pidieron no seguir zamarreando a una ya bien moreteada Iglesia. La petición –y es muy importante aclararlo- no era de ‘quedarme callado’, sino de ‘quedarme tranquilo’ y de no insistir en un tema que ya está más que claro.

Y haré caso……pero hasta por ahí no más.

Es cierto que confío en la conducción del Espíritu de Dios, en Cristo que cuidará de su Iglesia hasta el fin de la historia y en el Padre que invita a confiar en su acción. No pierdo la esperanza, tampoco, en el pueblo sencillo que expresará su fe aunque el Papa se haga musulmán como tampoco en el testimonio de muchos hombres y mujeres que entregan el pellejo en el servicio de su Creador y Señor. Ahí está el tesoro de la Iglesia. Sin embargo, creo imprescindible parar el cantinfleo eclesial tanto como los ataques al voleo de quienes ven en la Iglesia el último bastión de la barbarie. Ambos están igual de descalibrados en sus comentarios y es preciso decirlo… a riesgo de parecer el hermano que, en el colegio, se ‘agarra a combos’ casi irracionalmente por defender el honor de la hermana. Hay que ayudar a quienes sienten vergüenza de confesar su fe, pero hay que delatar también a quienes juegan con el precioso vocabulario que la Iglesia tiene para hablar de Dios.

En la fiesta de la Asunción de María al cielo, hay que encender un cirio y rezar para despabilarse de una vez por todas. Algunos han dado un paso al costado; otros están en silencio esperando que pase el aguacero. Yo pido a Dios Padre que su Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando’,… y voy a ayudarlo a que eso no sea solo una oración.

Hágase el amor

Una espiritualidad cristiana es un lenguaje para decir, en el presente, lo que Dios dijo al comienzo de la creación y dirá al final de los tiempos: “hágase el amor”. Con la creatividad del enamorado que se las ingenia para trepar al balcón de la amada y así conocerla, una espiritualidad intenta expresar, en lo limitado del hoy, lo que no conoce límite y expande el corazón más allá de sus propias capacidades. Magnifica tensión entre quien busca al Amado durante la noche o al amanecer del tercer día y que, aun llevándolo a su cuarto, sabe que Él escapa siempre a su control [1].

En la Iglesia católica cohabitan muchas espiritualidades. Al modo de hijas que honran a su madre y han ensanchado sus caderas haciéndola un más bella, cada espiritualidad ha enriqueciendo lo que la Iglesia vivió la tarde de Pentecostés. Sin embargo, ellas no surgen de la nada. Cada espiritualidad ha sido hija, al menos, de dos padres. En primer lugar, el vocabulario amoroso es una herencia familiar. Del mismo modo que las caricias maternas preparan al futuro marido, una espiritualidad es deudora de caminos ya recorridos y de “te amo” ya dichos en el pasado. La tradición se presenta como el gran arsenal amatorio preparado durante siglos y que capacita, por ejemplo, a una adolescente de Nazareth para decir “aquí estoy”. Pero este lenguaje también nace de una sintonía fina con las tensiones actuales y las incipientes vibraciones del futuro próximo; por eso, al nacer, cada espiritualidad recreó y reinventó el amor. Fiel a la historia y abierta a un presente siempre en venir, cada una puso su confianza tanto en el padre que la lleva hasta el altar como en el nuevo hombre que allí la hará suya.

Sin embargo, y sin negar la belleza de cada una, no todas han guardado la lozanía de su juventud. Una espiritualidad es pertinente sólo si ayuda a tener una experiencia de Dios en el contexto que toca vivir día a día, es decir, si es lenguaje que facilita el encuentro del creyente con la fuerza gravitacional del amor de Dios. Ella no es ‘actual’ a fuerza de decirlo. Su capacidad de articular lo que, en principio, son puras ideas sueltas o presentimientos se descubre en medio de la pista, cuando es capaz de dejarse mirar por quienes buscan el amor físico y metafísico. En caso contrario, este lenguaje sirve muy bien para lucirse frente a los amigos, pero es incapaz de enamorar a la niña que alborota el barrio.

Los creyentes debemos encontrar o incluso inventar cómo tener hoy una sólida experiencia con el Amor, y esto convocando a quienes efectiva y seriamente ‘hacen el amor’ y no sólo hablan de él. Nuestra época demanda un esfuerzo amoroso similar o incluso mayor que los realizados antaño. Cuánto bien nos haría a algunos escuchar de un amigo: ¡¡atina gueon, te está mirando!!



[1] Cfr. Cantar 3,1-4; Juan 20, 11-17

Falta de rigor


Al momento de debatir ideas, lo que marca la diferencia entre el énfasis del charlatán y la justeza del intelectual es el rigor. Mientras al primero solo le basta mostrarse ingenioso y lleno de talento en el momento preciso, el segundo se esfuerza para que sus intuiciones tengan una musculatura resistente y se transformen en cortante concepto. Aunque a veces tienden a parecerse, existe una clara diferencia pulmonar entre ambos personajes; en otras palabras: no tienen la misma fuerza parar aguantar la respiración bajo las profundidades del conocimiento ni la disciplina para producirlo. Lo que para uno es simple iniciativa y entusiasmo, en el otro es método.


Hay épocas donde no es difícil distinguir, en medio del debate, la pose del primero y la altura del segundo. Se percibe con claridad al ‘simpático’ de rápida anécdota del obrero que transformó en miel todo el polen traído por quienes tienen incluso mejor olfato e intuición que él. Sin embargo, hay tiempos que exigen un salto cualitativo a nivel de las ideas pero, debido a la poca claridad reinante, esta distinción ya no es tan fácil de hacer. Así, y en el momento donde el rigor debería ser la norma, se nos confunde el futbolista con el ‘pichanguero’ que mete goles incluso curado, el profesor con el ‘animador’ que mantiene a sus alumnos entretenidos pero que evita las preguntas, o el político con el tipo ‘movido’ que entusiasma la gallada a fuerza de inauguraciones. El ‘buen verso’ oculta la ‘precisión de la idea’, pero desgraciadamente se viste de ella. Resultado: con toda la gravedad del mundo, pedimos en el restaurant un ‘chat à l’orange’ creyendo que es liebre con papas duquesas.


Es verdad que el tiempo para la reflexión seria y concienzuda es un bien escaso. Pero no podemos acostumbrarnos, por muy veloz que sean los cambios, a improvisar en temas de grandes dimensiones e incluso creer que los hemos resuelto porque nos hemos hecho una opinión de ellos. El debate sobre el royalty a la minería, los graves conflictos de interés en funcionarios del estado, la posible nueva ley de pesca, la situación institucional de la Iglesia, etc… no son sino ejemplos de esto último. Los tiempos está demandando una rigurosa audacia y nosotros insistimos enviando ‘al pulpo’ que tome las decisiones o pidiéndole a San Antonio que nos mande un novio… todos los domingos.