Lecturas domingo 2 de Septiembre

Eclesiástico 3, 17-18 y 20 y 28-29
Salmo 67
Carta a los Hebreos 12, 18-19 y 22-24a
Evangelio según San Lucas 14, 1 y 7-14

Ser tercero es perder, ser segundo…


Para algunas personas, Jesús debió ser un tipo muy desagradable. Invitado a comer por un fariseo importante, no sólo lanza una indirecta a los invitados sino una pesadez al dueño de casa. Todavía ni empezaban a comer cuando les cae encima con dos parábolas incómodas e incluso ácidas para la ocasión. Shhh….¿cuándo lo invita’i de nuevo?, debieron decir los comensales que, apenas comieron el postre, tomaron sus abrigos y partieron para sus casas. Las señoras, aun molestas por la conversación, alegaban a sus maridos: a este niñito no le enseñaron modales en su casa. Y es verdad: parece que algunas normas como "cuando vaya a una casa, no importa que no le guste el almuerzo. Cómase todo y diga: gracias tía; estaba muy rico todo", eran sugerencias que Jesús no había recibido de María y José. Decir la verdad era una norma más potente que ‘la buena educación’ o el miedo al qué dirán.

Me imagino, en todo caso, que la pesadez no es gratuita. Porque Jesús es consciente que algunos necesitan más hervor para ablandar el corazón que otros, sus palabras mantienen cortitos a los que sacamos siempre el trozo de carne más grande. El ‘raspacacho’ nos llega a todos los que, en primera fila, tapamos la tele a los que están más atrás.

Pero no faltan los que, hecha la ley, hacen la trampa para igual sentarse a la cabecera de la mesa. Como en la dinámica de los planetas, siempre está el que se pone lejos para ser acercado y así, delante de todos, ser reconocido como valioso. Irse al último lugar para ser primero es tan antievangélico como dejar afuera del banquete al cojo, sordo o ciego.

En ambos casos, las palabras de Jesús traen a la luz el desorden que muchas veces vivimos. Y no sólo desorden en el uso de las cosas, sino el desorden de nuestros afectos. Porque si cada vez que no soy considerado en los primeros lugares quedo internamente amurrado o envidioso, algo no está bien ordenado en mí. Porque si dar banquetes a los pobres me lleva sólo a cenar con los más ricos, también hay algo que no está del todo ordenado. Y si me entrego a los más pobres pero justifico cualquier cosa que implique cambiar mi estilo de vida para seguir seguro en mi lugar, algo está desordenado en términos evangélicos.

Que las palabras de Jesús, duras con los duros, nos reflejen la mala educación recibida y el desorden de nuestras prioridades. Puede ayudar leer lentamente el texto y preguntarse dónde alegamos como la vieja jodida que aun critica a su marido por llevarla a estas extrañas comidas. Así seremos más lúcidos de nuestros afectos y cómo Dios nos invita a ordenarlos a su mayor servicio y alabanza.

Recién ahí se acabarán las mesas de té Club y aparecerán inmensas mesas redondas. Por no tener cabecera, cada puesto será el más importante y quienes sientan hambre de paz y sed de justicia verán que todos aquí tienen lugar.

Mario

Tabita qum*

Procure entenderlo el que lee
Mt. 24, 15.
Es, ¿quién lo discute?,
ridículo.

Que sean felices los que lloran
y los perseguidos.
Ridículo poner la otra mejilla,
entregarlo todo.
Ridículo es dejar crecer a la cizaña junto al trigo.
Ridículo que los que pierden la vida,
en realidad, la ganan.

Es, sin lugar a dudas,
ridículo.

Resucitar a los muertos.
Ridículo tratar de ser último
y no primero.
Ridículo es hacer fiesta por una sola moneda
o dejar 99 ovejas tras la perdida.

Es, total y absolutamente,
ridículo.

Pagar igual al trabajador experto que al principiante.
Ridículo amar al enemigo más que a uno mismo.
Querer nacer de nuevo.

Es
-a los ojos del mundo-
ridículo.

Ignacio

* Jesús resucita a la hija de un jefe de la sinagoga diciéndole: “talitha qum (que significa: niña a ti te digo, levántate)” Mc. 5, 41. Por otro lado, Pedro resucita a una mujer llamada Tabita en Hechos 9, 40.
** Los versículos del Evangelio que inspiran este poema se pueden encontrar en "comentarios".

Sobando el lomo


Lo que nos dicen las Lecturas del próximo domingo me recuerda una de las actitudes más practicadas en nuestra sociedad de hoy. Esa habilidad definida como la acción exageradamente continua de adular el desempeño o trabajo del otro, siempre quedando la impresión que este trabajo quedó excelente, casi perfecto o sin problemas. Nos referimos a la nunca bien ponderada sobada de lomo.

Esta actitud apreciada en diferentes lugares, trabajos, universidad, etc. y que, en primera instancia queda un dejo de conformidad, posteriormente, si somos lo suficientemente objetivos, nos damos cuenta que esto sólo nubla, levanta una polvareda que no deja ver mas allá; en efecto, todas esas congratulaciones se disipan, se disuelven y desaparecen. Es un mal que todos hemos padecido como también lo hemos practicado.

Para entender este panorama es necesario considerar un valor fundamental para el crecimiento y desarrollo personal , me refiero a la humildad, aquella señora que si fuera por nosotros jamás o nunca la tomaríamos en cuenta, pero estaríamos convencidos que la tenemos sin haberla practicado.

Qué tan humildes somos en reconocer nuestros errores para posteriormente aprender de ellos? Ese paso que condiciona empezar de cero, avanzar y/o enmendar, esa humildad que Jesús nos enseña en estas lecturas, que nos ayuda a ser más sabios. Sabios de una vida llena de dificultades, frustración, satisfacción, alegría y tristezas.

En función de lo anterior, qué ocurre con los que sobamos el lomo, ¿entra en juego la vanidad, la soberbia y el orgullo? ¿por qué es tan común esta actitud?, ¿qué nos lleva a hacer esto, tan superficialmente reconfortante, pero que finalmente nos hace tanto daño? ¿Y como darse cuenta que es solo un espejismo?

Y si efectivamente es posible disipar esa cortina de humo para saber si estamos en el camino correcto, ¿cómo hacerlo?, ¿por dónde empezar?, ¿a quién acudir? Son interrogantes cuya respuesta no tengo, pero sí sabemos que los humildes se han sentado toda su vida en el asiento del rincón del fondo y sin querer y darse cuenta, más temprano que tarde, serán invitados a la mesa central de los comensales, al contrario de los que siempre estuvieron convencidos de sus actos y sin arrepentimiento de los errores cometidos en su accionar, aquellos que comenzaron en el principio y terminarán en final casi al lado de la puerta de salida.

Rodrigo Ruiz