Lecturas domingo 14 de Octubre

2 Reyes 5, 14-17
Salmo 97
2 Timoteo 2, 8-13
Evangelio según San Lucas 17, 11-19

Muchas gracias

En el tiempo de Jesús la lepra era signo de maldición divina. Algo debió hacer la persona –o incluso sus padres y abuelos– para que Dios permita este castigo. Por eso la lepra, además de causar un dolor físico evidente, producía dolor religioso y comunitario. Para no contagiarse de la enfermedad ni de la impureza, la comunidad los obligaba a vivir a las afueras del pueblo y sin posibilidad de participar de las oraciones comunitarias.

Lo que hace Jesús con los diez leprosos, entonces, no sólo implica salud física sino también reintegración social –de ahí se entiende que los envíe al templo a hacer pública su sanación–. Esto lo saben muy bien los nueve leprosos que corrieron hasta el templo a dar gracias a Dios por lo sucedido; saben que Él ha levantado el castigo que pesaba sobre ellos y, por ende, debió perdonar los pecados que producían esta enfermedad. Pero el samaritano no sólo percibe la involución del proceso ‘pedagógico divino’, sino la cercanía abismante de Dios. Es cierto: todos recuperaron la salud y pueden volver a sus casas. Han sido re-creados. Pero sólo uno ha recuperado concientemente lo que desde el Génesis busca todo ser humano: estar cara a cara con su Creador.

Por eso este domingo, que será el último en el cual escriba, quisiera comentar el regreso del samaritano y lo ‘bien educado’ que es con Jesús. Igual que Nahamán en el libro de Reyes, este hombre no sólo ha recuperado la salud sino ha reconocido la fuente de la gracia. Esta capacidad de agradecimiento, sin embargo, no es para que Dios se sienta bien –como la mamá que se pica cuando no le dicen que quedó rica la comida que preparó durante toda la mañana– sino que esta acción de gracias nos ayuda a entender, desde ya, cómo será nuestra vida junto a Dios. ‘Dar las gracias’ es el modo que tenemos de aprender que todo lo hemos recibido, que somos hechos a imagen y semejanza de Dios y que, por eso, nuestra estructura fundamental es crística. Como el Hijo que recibe todo de su Padre y lo devuelve en una acción de gracias eterna, se revelará nuestra filiación divina cuando digamos ‘muchas gracias’.

Esto es lo que aprende el samaritano. Jesús, que es el Reino presente, le adelanta la lógica que viviremos en el cielo: vida eterna, fin de la exclusión social y cercanía con Dios. Entró, sin saberlo, a la lógica del amor.

Los más porfiados de corazón y que necesitamos más hervor, nos encontraremos con lo siguiente. A la entrada del cielo, habrá dos grandes filas esperando entrar. En una de ellas, Pedro y sus secuaces estarán requisando las cosas que impiden moverse con rapidez y agilidad: celulares, tarjetas de crédito, Ipods, Palms, autos, computadores... Esta fila será rápida pues, ante la Gran Puerta, será evidente qué es medio y qué fin. Y aunque no faltará el que ‘represente’, todos se soltarán de sus cosas y, al fin, se sentirán libres.

Sin embargo, la otra fila será lenta. Ahí, María y sus amigas nos darán la verdadera y única catequesis. Nos explicarán que, para entrar al cielo y entender qué lógica se vive allí, primero nos debemos pedir perdón y dar las gracias por tanto bien recibido. Será condición celeste tener un corazón expandido a sus máximas dimensiones. Por eso, y como de harapos, estas mujeres nos despojarán de toda tranca que dosifique el cariño. Quedaremos por fin desnudos y sin vergüenzas… como Dios nos echó al mundo.

Cuando entremos, todo será una eterna acción de gracias. El salmo 150 lo aprenderemos de memoria de tanto oírlo cantar. Los otros nueve leprosos estarán ahí preguntando a los discípulos de Emaús cómo supieron ‘partir corriendo’ en la dirección correcta. De pronto, todo será diáfano; por fin podremos mirar las cosas tal cual son, y no como en un espejo. Sin juguetes y desnudos, nuestra historia será nítida por más turbio que haya sido nuestro día a día. Pero no será un borrón y cuenta nueva. En ningún caso. Pasando la Puerta, lo haremos con las marcas que la vida dejó en nuestro cuerpo. La muerte no borrará ninguna herida y ningún gozo. Mientras los estigmas nos recordarán eternamente lo que hemos sufrido y lo que jamás debemos hacer con los demás, también estarán las ‘patas de gallo’ que en nuestros ojos nos recuerden las tardes de risa en la playa o revivan las cosquillas en la cama paterna.

En la espera de este momento, y junto a todos los extranjeros que no saben que saben, no me queda más que dar las gracias.

Mario

...dador de vida.

"Jesús, maestro, ten compasión de nosotros"

Del fuego la llama.
Del aire el viento.
Del agua, torrente.
De la tierra el sustento.
¡Roca de la fidelidad!

Del pan la carne.
Del vino eres sangre.
¡Del tiempo el tiempo!
Señor...

Ignacio

Esa fe que nos transforma

Las lecturas de esta semana, desde distintos ángulos, intentan mostrar el camino de la fe. ¿Cómo la experimentamos? ¿A qué nos invita?

Creo que la fe es algo muy difícil de experimentar como certeza. Parece más clara la figura de una intuición –que proviene de algo desbordante, ¿la gracia? –. Por ello no es posible reducirla a una doctrina o un conjunto de normas. Cada vez que la tratamos de encasillar o explicitarla demasiado parece achicarse. Pero posiblemente se desborda por algún lado.

Como criaturas que somos, la primera experiencia de la fe es la de un regalo. Recibir un amor gratuito, injustificado e inmerecido, que nos remece. Recién después de ello, aparece una respuesta más confiada. “Hemos creído en el amor que Dios nos tiene” encontramos en la primera carta de San Juan. Ahí está reflejada la actitud del creyente que se siente incómodo frente al regalo desmesurado que ha recibido. ¿Qué hacer frente a ello? Es la permanente pregunta/respuesta cristiana. –Pero ojo con el tono plural. La respuesta a la fe, no puede ser en singular. Lo medular en ella es la respuesta a un amor que no se puede quedar en nosotros–. Por ello quizás resulta sensata la idea de seguir llamando al evangelio como tal.

Muchas veces olvidamos que la gran revolución de Jesús consistió en reducir todos los mandamientos a uno solo. Obviamente su mérito fue más allá del ejercicio sintético. Nos mostró que el amor es un ejercicio permanente. Y así también con la fe que no es más que la respuesta al amor recibido.

Patricio Dominguez