Falta de rigor


Al momento de debatir ideas, lo que marca la diferencia entre el énfasis del charlatán y la justeza del intelectual es el rigor. Mientras al primero solo le basta mostrarse ingenioso y lleno de talento en el momento preciso, el segundo se esfuerza para que sus intuiciones tengan una musculatura resistente y se transformen en cortante concepto. Aunque a veces tienden a parecerse, existe una clara diferencia pulmonar entre ambos personajes; en otras palabras: no tienen la misma fuerza parar aguantar la respiración bajo las profundidades del conocimiento ni la disciplina para producirlo. Lo que para uno es simple iniciativa y entusiasmo, en el otro es método.


Hay épocas donde no es difícil distinguir, en medio del debate, la pose del primero y la altura del segundo. Se percibe con claridad al ‘simpático’ de rápida anécdota del obrero que transformó en miel todo el polen traído por quienes tienen incluso mejor olfato e intuición que él. Sin embargo, hay tiempos que exigen un salto cualitativo a nivel de las ideas pero, debido a la poca claridad reinante, esta distinción ya no es tan fácil de hacer. Así, y en el momento donde el rigor debería ser la norma, se nos confunde el futbolista con el ‘pichanguero’ que mete goles incluso curado, el profesor con el ‘animador’ que mantiene a sus alumnos entretenidos pero que evita las preguntas, o el político con el tipo ‘movido’ que entusiasma la gallada a fuerza de inauguraciones. El ‘buen verso’ oculta la ‘precisión de la idea’, pero desgraciadamente se viste de ella. Resultado: con toda la gravedad del mundo, pedimos en el restaurant un ‘chat à l’orange’ creyendo que es liebre con papas duquesas.


Es verdad que el tiempo para la reflexión seria y concienzuda es un bien escaso. Pero no podemos acostumbrarnos, por muy veloz que sean los cambios, a improvisar en temas de grandes dimensiones e incluso creer que los hemos resuelto porque nos hemos hecho una opinión de ellos. El debate sobre el royalty a la minería, los graves conflictos de interés en funcionarios del estado, la posible nueva ley de pesca, la situación institucional de la Iglesia, etc… no son sino ejemplos de esto último. Los tiempos está demandando una rigurosa audacia y nosotros insistimos enviando ‘al pulpo’ que tome las decisiones o pidiéndole a San Antonio que nos mande un novio… todos los domingos.