Lecturas Domingo 1 de Abril


Evangelio Domingo de Ramos (antes de entrar a la Iglesia): Lucas 19, 28 - 40

Isaías 50, 4 - 7
Salmo 22
Carta de San Pablo a los Filipenses 2, 6 - 11
Evangelio según San Lucas 23, 1 - 49

Abandono

Hace un par de días, los tribunales de justicia dejaron libre a una señora que encerró a su hijita en el portamaletas del auto mientras hacía sus compras en el mall. Al escuchar sollozos en el estacionamiento, algunos clientes alertaron a carabineros quienes, ante la desesperación de la niña, forzaron las chapas para rescatarla.

Desconozco cómo funcionan las leyes, pero no hay que ser experto para descubrir que algo está mal en todo esto. Me podrán explicar mil veces el procedimiento legal y su coherencia, y las mil veces encontraré que el ‘sentido común’ dice otra cosa. Aunque la niñita sea fregada y no se quede tranquila nunca; la madre esté cansada y quiera tener por fin un momento de paz; y las leyes no sean perfectas y tengan forados, hay cosas que no se pueden justificar sin caer en la injusticia.

Hay muchos cristianos que piensan lo mismo de la Iglesia y sus normas. Todas ellas están justificadas y no son fruto de antojadizos curas. Sin embargo, muchos cristianos experimentan que ‘algo no funciona bien’, aun las explicaciones. Tienen la impresión que la Iglesia, llamada a ser testimonio de Cristo, ha encerrado en su portamaletas nada menos que al Espíritu Santo mientras hace sus diligencias.

Pero si vamos a ocupar el ejemplo, que sea para los dos lados. Muchas ‘leyes’ actuales justifican el abandono de la Iglesia, tildándola de retrograda y desfasada. En este caso, puede ser que la Madre esté encerrada y sean sus hijos los que, para que no moleste, la han abandonado en un asilo de ancianos porque está ‘gagá’. Se prefiere ‘otro’ modo de ser católico, pues pertenecer a la Iglesia es sinónimo de ser ‘el perno del curso’ que busca todos los días el libro de clases en inspectoría. Esto, igual que lo anterior, muestra que algo no anda bien aun las razones justificadas.

Si se escuchan sollozos a la distancia, ¡pobre de aquel que se haga el leso!... venga de donde venga.

Mario

Cheque en blanco

Comenzamos una nueva Semana Santa y, como siempre, lo hacemos celebrando el Domingo de Ramos. Recordamos la entrada de Jesús a Jerusalén, recibido por el pueblo sencillo que intuye de la divinidad que se les había anunciado.

Como en otros Domingo de Ramos, me pregunto por el significado de tal acontecimiento. Y es que recibir al Señor no es menor. Él espera a la puerta de nuestras vidas, dejando en nosotros la decisión de invitarle a pasar.

Tomada la decisión, le llevamos a visitar nuestro país en democracia, que se construye gracias al esfuerzo de muchos que albergamos grandes y generosos sueños para Chile, con una economía estable, con un crecimiento razonable…

Pero Cristo querrá adentrarse un poco más en nuestra Jerusalén. Ahí, reconocerá el sufrimiento de muchos que viven en campamentos. Mirará a los niños que trabajan, viven en la calle o en caletas. Llorará a las niñas que se prostituyen con flores en sus manos. Enmudecerá frente a los ancianos solos y maltratados. Se indignará por las personas que deben madrugar para movilizarse (en proyectos millonarios, que por momentos han olvidado a quienes los utilizan) y con tantos que deben hacer interminables colas para ser atendidos en algún consultorio. Sufrirá nuevamente con los que padecen injusticia y experimentan impotencia y desesperanza, porque para ellos no alcanzan los beneficios de los que gozan “los del otro lado”…

Pero Jesús no viene para diagnosticarnos. ¡No! Él viene a asumir todo el sufrimiento, todo el pecado, todo el dolor… Lo hace suyo, lo toca para entregar su consuelo, para cobijarnos en sus heridas (que no son otras que las nuestras)… nos asume a todos y con todo, hasta su propia muerte… ¡Y todo gratuitamente, por puro amor!

Jesús firma, por cada uno de nosotros, un cheque en blanco y, por si acaso, se pone como aval sellando una alianza, con la garantía de haber vencido lo que ninguno: la muerte. ¡Y hay más! Recuerden que nos ha prometido gozar de la vida plena en su compañía quedándose en el Pan y Vino para celebrar el contrato juntos: el esfuerzo por la construcción del Reino, el que es para todos, sin exclusiones.

Es por Él que levanto mi ramo en señal de alabanza. Lo levanto sabiendo que me hago su cómplice, con lo que soy y tengo (sin garantía), simplemente porque me siento profundamente amada.

Gabriela Monárdes