Honestidad brutal


Hay que sacarle todo el romanticismo barato al Evangelio, todo lo que huela a piedad dulzona, almibarada. Jesús no era rubiecito de ojos azules, ni hablaba con voz de falsete predicando que la vida se hace más fácil si uno cree en Dios. Su primo Juan era un loco –casi– de atar, vestido con piel de camello en pleno desierto el hedor se habrá sentido desde lejos, alimentándose de saltamontes tiene que haber estado en los huesos, y se atrevió a gritar a todo pulmón, a aquellos que creían que tenían su puesto asegurado en el pueblo elegido, “raza de víboras”.

Tiene que haber sido un verdadero espectáculo ver a este tipo. Algo así como algunos personajes públicos en que uno está esperando ver ‘con qué van a salir ahora’. Parecido a los políticos populistas que aparecen en portada cada vez que se mandan una frase para el bronce. Pero con una gran gran diferencia. Mientras los primeros buscan votos o rating, y para eso no paran de adular a su público o de hacer promesas de felicidad eterna, Juan es claro en su mensaje, él no se anuncia a sí mismo, y nos exige la conversión. Algo de cordura había en sus palabras, que tanta gente partió hacia el desierto a bautizarse. Y los primeros en llegar tienen que haber sido los que necesitaban confesar sus pecados, los que no se creían buenos, justos y salvos.

Cuando nos aburguesamos espiritualmente, cuando creemos que merecemos la salvación (como fariseos y saduceos) nos hacemos un Dios a nuestra medida, a nuestra propia imagen y semejanza, que no nos exige nada. Cuando perdemos la urgencia dejamos de dar buen fruto, ya no somos buena noticia para nadie. Que bien nos haría mirar nuestra vida con los ojos –y la radicalidad– de Juan.

Andrés

* Nota del Editor: el título corresponde a un disco de Andrés Calamaro (se ve que los autores de este blog están yendo demasiado a recitales).

1 comentario:

Anita dijo...

Si los recitales provocan esto...
bienvenidos sean

felicitaciones, adicta fiel.