Lenguaje subtitulado


Al salir de la iglesia, y de la manera menos directa que pude, le pregunté qué le había parecido la prédica. Luego de varios años, la Jime parecía interesada en retomar su vida de fe y, como mucha gente, lo hacía yendo a misa.

Aunque quedamos en distintos lugares dentro de la iglesia, me las arreglé para no perderla de vista. Con uno ojo en el cura y otro sobre ella, me pasé la misa mirando cómo, a veces, repetía las oraciones junto a todos y, en otras, cómo permanecía en silencio; cómo fruncía el ceño o cantaba casi sin mover los labios.

Mmmm... bien, me respondió sin mucho ánimo mientras saludábamos a algunos conocidos míos al salir. “¿Y los cantos?. ¿Y la gente? ¿Y...?” No hubo caso. Cada intento recibía una frase desganada. Pero al final, cuando ya nos íbamos, me dijo: “Sabes... entendí poco de lo que dijo el cura. Me hizo bien, pero...

Cuando la Jime decía no haber entendido, ¿se refería a una incapacidad de escuchar las palabras o desconocer el idioma que hablaba el cura? Creo que pocas palabras eran nuevas y la mayoría forman parte de su vida diaria. Su problema, entonces, ¿se situaba a nivel dogmático o en lo extraño de algunas afirmaciones? Tampoco parecía ser éste el inconveniente; por no entender el lenguaje, mucho menos podía hacer un juicio sobre el contenido de lo ahí dicho. El punto era que, si bien reconocía cada palabra usada, no captaba qué se estaba queriendo decir con ellas, cuál era el uso que ahí se les daba.

Jesús se esfuerza por explicar, aunque sea con peras y manzanas, el significado de las parábolas. Quiere que nadie tarde en amar esa Hermosura tan antigua y tan nueva*.

¿Necesitará nuestro lenguaje religioso, subtítulos?

Mario

* Nota del Editor: cita a San Agustín.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nuestro lenguaje religioso necesita muchas cosas. Pero no bastaría un recauchaje poético si no hunde la raíz en una experiencia de Dios honda y nueva.

Sergio Masama