El poder del galileo


En la Iglesia jugueteamos con el poder, de alguna manera siempre lo hemos hecho. Y ya que está constituida con una cabeza, siempre le toca más de cerca al Papa, ¿acaso podemos olvidarnos de los tiempos de Constantino y su “imperio católico”? ¿De alguna manera podemos borrar los años de los Papas “reyes” que poblaron la Edad Media? No podemos dejar de recordar a un Gregorio VII o un Bonifacio VIII con sus ganas de gobernar no sólo a la Iglesia sino a todos los reinos europeos. Y aunque quisiéramos, no podríamos dejar atrás los símbolos reales de Pío IX o incluso del bueno de Juan XXIII. Si la piedra en que se funda la Iglesia tiene que habérselas con el poder de su cargo, ¿estará el Papa de turno con una eterna lucha interna y externa con el poder? O bien, ¿estaremos los católicos condenados a manejarnos con el poder? Lamentablemente (para algunos), siguiendo la actuación de Jesús, debemos aceptar un ineludible “sí”.

En el Evangelio de este Domingo Jesús le entrega el poder a un simple y dubitativo pescador galileo. Y este poder no es cualquier cosa, es para el cielo y para la tierra, nada menos que las llaves del reino y la facultad de hacer cosas que tienen consecuencias en el cielo. ¿Qué le habrá visto Jesús a este hombre?, algo tiene que haber detrás de lo meramente evidente para que le otorgue tamaño poder y responsabilidad. Precisamente pienso que la clave de este Evangelio y de la autoridad del Papa no está en lo que podemos oír, ver o palpar con los sentidos comunes. En último término el punto no está en las cualidades del Papa, en que éste sea cercano, juvenil, comunicador y aquel sea intelectual, parco o muy inteligente. La autoridad le llega por medio de Jesús, que ve en Pedro alguien que se deja guiar por el Espíritu Santo, alguien que a pesar de sus dudas e impulsos se atreve a afirmar que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. La solidez de la piedra es finalmente la seguridad del Espíritu. Ante la Fuerza que encuentra Jesús en una persona particular se atreve a otorgarle Su poder. Ante esto, dicho en buen chileno, Pedro se debe haber “cagado de susto”, pero igual le echó pa` adelante porque confió en la única Piedra. Para los primeros cristianos, sean de Asia o de África, de un lugar lejano o cercano a Roma, el Obispo de esa ciudad por ser sucesor de Pedro era innegable que tenía ese poder, el que le seguía una y otra vez dando Jesús a los que se dejaban conducir. Los Papas tendrán que responder internamente a la pregunta que les sigue haciendo Jesús, a ver si se constituyen realmente como vehículos de la voz del Espíritu para sus hermanos.

Y todos nosotros deberemos hacer lo mismo, ¿estamos dispuestos a responderle la misma pregunta a Jesús sea cual sea la consecuencia? No se le vaya a ocurrir salir con algún encarguito como el que le hizo a Pedro. No vaya a querer que nos hagamos responsables de nuestro prójimo.

Juan Pablo Moyano SJ

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