Dios no es menso


El domingo pasado el evangelio de Mateo nos recordaba el llamado de los doce apóstoles. Luego de mirar a la gente desorientada, Jesús hacía un ‘llamado público’ a todos los interesados en labores pastoriles y los enviaba con la fuerza de su Espíritu a cuidar el rebaño del Padre. Para variar sólo llegaron los pobres, cojos y forasteros. El joven rico estaba en un discernimiento y no podía interrumpir su proceso; los letrados desistieron porque las rabias eran muchas y la paga poca; y la mayoría, justo ese día, descubrió su alergia a la lana.

Es interesante, sin embargo, lo que continúa a este llamado. Tras la convocatoria, Jesús previene a sus discípulos sobre el peligro que los asechará y les repite que ‘no tengan miedo’. Tiene muy claro que su llamado no es fácil, que la vida está hecha de claroscuros y, a veces, nuestra existencia es un subterráneo que almacena cosas que verán la luz sólo el último día. Conoce a la perfección nuestro lado B e inseguridades que carcomen como eficientes termitas.

Pero esto, en vez de desilusionarlo o hacerle perder la paciencia, lo mueve a llevarnos al descampado, a vivir en la intemperie donde sólo se puede confiar en su promesa. Se produce algo muy extraño: Dios, en vez de sacarnos del trajín del mundo, nos introduce bautismalmente en él. Pareciera que sólo en medio de la realidad se prueba de qué estamos hechos; ella desnuda nuestras reales motivaciones y el alcance de nuestros sueños. Porque Jesús descubrió su filiación divina en la refriega y los empujones de la realidad y la oración, nosotros también descubriremos así nuestra estructura crística.

La intimidad de la pieza/comunidad/Iglesia no basta para probar si le creemos a Dios o no. Como niños pequeños en su primer día de jardín infantil, sabremos cuánto calzamos cuando se nos amplíe el mundo y tengamos que compartir con niños tan o más complicados que uno.

Dios no es menso y sabe dónde nos envía. A la vez que dice ‘no tengas miedo’, espera escuchar de nosotros ‘aquí estoy, Señor, aunque sienta que el agua me llega al cuello’.

Mario

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Porque Jesús descubrió su filiación divina en la refriega y los empujones de la realidad y la oración, nosotros también descubriremos así nuestra estructura crística".

Me quedo con esta frase, Mario, gracias!

P. Giorgio