Ser tercero es perder, ser segundo…


Para algunas personas, Jesús debió ser un tipo muy desagradable. Invitado a comer por un fariseo importante, no sólo lanza una indirecta a los invitados sino una pesadez al dueño de casa. Todavía ni empezaban a comer cuando les cae encima con dos parábolas incómodas e incluso ácidas para la ocasión. Shhh….¿cuándo lo invita’i de nuevo?, debieron decir los comensales que, apenas comieron el postre, tomaron sus abrigos y partieron para sus casas. Las señoras, aun molestas por la conversación, alegaban a sus maridos: a este niñito no le enseñaron modales en su casa. Y es verdad: parece que algunas normas como "cuando vaya a una casa, no importa que no le guste el almuerzo. Cómase todo y diga: gracias tía; estaba muy rico todo", eran sugerencias que Jesús no había recibido de María y José. Decir la verdad era una norma más potente que ‘la buena educación’ o el miedo al qué dirán.

Me imagino, en todo caso, que la pesadez no es gratuita. Porque Jesús es consciente que algunos necesitan más hervor para ablandar el corazón que otros, sus palabras mantienen cortitos a los que sacamos siempre el trozo de carne más grande. El ‘raspacacho’ nos llega a todos los que, en primera fila, tapamos la tele a los que están más atrás.

Pero no faltan los que, hecha la ley, hacen la trampa para igual sentarse a la cabecera de la mesa. Como en la dinámica de los planetas, siempre está el que se pone lejos para ser acercado y así, delante de todos, ser reconocido como valioso. Irse al último lugar para ser primero es tan antievangélico como dejar afuera del banquete al cojo, sordo o ciego.

En ambos casos, las palabras de Jesús traen a la luz el desorden que muchas veces vivimos. Y no sólo desorden en el uso de las cosas, sino el desorden de nuestros afectos. Porque si cada vez que no soy considerado en los primeros lugares quedo internamente amurrado o envidioso, algo no está bien ordenado en mí. Porque si dar banquetes a los pobres me lleva sólo a cenar con los más ricos, también hay algo que no está del todo ordenado. Y si me entrego a los más pobres pero justifico cualquier cosa que implique cambiar mi estilo de vida para seguir seguro en mi lugar, algo está desordenado en términos evangélicos.

Que las palabras de Jesús, duras con los duros, nos reflejen la mala educación recibida y el desorden de nuestras prioridades. Puede ayudar leer lentamente el texto y preguntarse dónde alegamos como la vieja jodida que aun critica a su marido por llevarla a estas extrañas comidas. Así seremos más lúcidos de nuestros afectos y cómo Dios nos invita a ordenarlos a su mayor servicio y alabanza.

Recién ahí se acabarán las mesas de té Club y aparecerán inmensas mesas redondas. Por no tener cabecera, cada puesto será el más importante y quienes sientan hambre de paz y sed de justicia verán que todos aquí tienen lugar.

Mario

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