Asegurado


Aunque no lo verbalice, vivo pensando que Dios me tiene reservada una vida distinta de las personas ‘comunes y corrientes’ por el hecho de tener fe. Puede ser una esperanza burda –como creer que Dios me librará, por el hecho de creer en Él, de morir atropellado, que mis papás vivirán para siempre o que no tendré alzhaimer cuando viejo-, como también una esperanza algo más sofisticada -que mi fe debería eximirme de ciertas experiencias humanas como el dolor, la soledad o la pena-. El resultado, sin embargo, es el mismo: creer que tengo ciertos privilegios delante de Dios por creer en Él.

Esta relación mercantil con Dios no es confesada, pero asoma cada vez que mis privilegios no son cumplidos y sucede algo que, por estar cumpliendo con mi deber, ‘no debería estar pasándome’. Es justamente en estos momentos cuando mi vida espiritual muestra una dimensión que intento ocultar: mi oración como una solapada manera de presionar a Dios para que arregle todo lo que está pasando, la comunidad como seguro de vida frente a la rudeza de lo cotidiano y el apostolado como fetiche que me reportará, a su debido tiempo, el ‘ciento por uno’. Al final, aparece lo que más quiero: que Dios me encuentre haciendo lo que tengo que hacer y así evitar el castigo que recibirán los que tienen los pies arriba de la mesa o no hicieron su cama.

Este modo de comprender la fe como costo que hay que pagar para tener ciertas seguridades, está en clara oposición a los textos de este domingo. La carta a los Hebreos explica cómo Abraham deja todas sus seguridades por seguir simplemente… una promesa que ni siquiera verá cumplida. Al igual que Sara, el padre del pueblo de Israel no tiene idea lo que pasará ni hacía dónde iba; sin embargo, es capaz de tirar todas sus seguridades por la borda porque espera en Aquel que le hizo una invitación. Es la vida que se pone en movimiento al tenor de la esperanza puesta en una promesa, y no en el miedo a ser injustamente recompensado.

Para ser un hombre de fe, entonces, no basta con creer en Dios o hacer tal o cual cosa. Implica, como dice el texto, tener por digno de fe a Aquel que me promete algo y poner la confianza no en lo prometido sino en aquel que la realiza. Porque "aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad,…" está en una situación comprometedora no sólo por haber entregado su corazón a una aseguradora sino por no confiar en el ‘upa’ de Dios.

Mario

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente comentario bíblico. Lo que no entendí fue eso de "upa" de Dios. ¿Qué es?

Roberto