Sesgo


Al leer los evangelios, hay ciertas cosas que me brotan de forma espontánea. Por mi formación y experiencia de vida, noto cómo los textos me hablan de ‘ciertas cosas’ y no de ‘todas las cosas’. Esos matices que me llevan a interpretar los textos no de cualquier manera, es el sesgo que cualquiera tiene y que debe, por honestidad, reconocer.

Por ejemplo, cuando leo que Jesús transformó el agua en vino, hay maneras de ‘entender’ el texto que me hacen más sentido que otras. Ahí se cuenta cómo parte del rito judío de purificación previo a sentarse a la mesa, se convierte en motivo de fiesta para los novios y sus invitados. Pero mientras algunos dicen que este relato no es sino una anticipación del cielo –bíblicamente representado como un banquete–, yo prefiero, sesgadamente, pensar que a Jesús le interesa que la gente lo pase bien, sea feliz y celebre... no en el cielo sino aquí y ahora. A este ‘invitado’ no le interesa la pureza legal ni el más allá, sino la felicidad de la gente en el más acá.

Dando un brinco de audacia, creo que Jesús también leía de manera sesgada los textos del Antiguo Testamento. No estoy sosteniendo ninguna herejía sino resaltar que él, cuando interpreta la Ley de Moisés, antepone, a cualquier cosa, la dignidad de la vida. Desde aquí lee todo lo que ahí aparece.

En el Evangelio de este Domingo el pecado de la mujer es tan público y tan grave como el de cualquiera de los valientes apedreadores. Ellos habían interpretado la ley con un sesgo: sólo la mujer debe ser castigada; aun cuando la ley de Moisés prescribía que el varón debe correr la misma suerte. Pero en la sociedad de la época, los hombres, que estaban más cerca del poder, podían interpretar sesgadamente la ley.

Ante la ley antigua, la de la purificación y la de la condena, Jesús ofrece la Nueva ley: esa que opera en la conciencia de cada uno. Es la ‘ley pascual’, de la vida nueva, de la resurrección. Es la ley que hemos recibido en el Bautismo. La ley de la justicia y la ley de la solidaridad. La ley de los evangelios.

Para bien o para mal, mis lecturas de los evangelios en los últimos meses han sido sesgadas. Para peor, quizá no sólo de los últimos meses, sino siempre. ¡Qué tire la primera piedra quién no hace una lectura interesada –como llevando el agua para el propio molino, dicen– de la Palabra de Dios!

Mª Eugenia Brito

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