A José*
Encontré a José un Viernes Santo
borracho en una esquina,
y participamos juntos en el Vía Crucis.
Lo que buscaba era un poco de cariño:
¿Se alegra de verme?
Solo quería un muñeco
porque nunca lo tuvo en su niñez.
Deseaba escapar de las sombras que lo perseguían.
Él no era culpable.
Por segunda vez preguntó:
¿Me va a cuidar?
Mientras me abrazaba
una sonrisa pícara iluminaba su rostro (y el mío).
No ve que soy un profeta poderoso,
decía casi a gritos.
Le pedí que hablara más bajo: la gente está rezando.
No, amigo, si nosotros callamos el cielo no se abre.
Y al final, cuando le traje un café y un pan,
lo tomó entre sus manos,
lo partió
y me entregó la mitad:
por si usted no ha comido.
Por tercera vez preguntó:
¿Me va a extrañar?
Y aunque no lo vuelva a ver,
cumplo con lo único que pidió:
dejo una flor en la tumba para José.
Le pedí que hablara más bajo: la gente está rezando.
No, amigo, si nosotros callamos el cielo no se abre.
Y al final, cuando le traje un café y un pan,
lo tomó entre sus manos,
lo partió
y me entregó la mitad:
por si usted no ha comido.
Por tercera vez preguntó:
¿Me va a extrañar?
Y aunque no lo vuelva a ver,
cumplo con lo único que pidió:
dejo una flor en la tumba para José.
Ignacio
* Porque en Semana Santa 2002 en Concepción, en esa única vez que estuve con él, con sus palabras y sus gestos (y aún con su dolor) fue un verdadero profeta de la Resurrección para mí.
2 comentarios:
Hay que puro venir a Concepción... aquí uno puede tener un profeta todas las misas
Hay que puro venir a Concepción... para encontrarse con profetas que comparten el pan
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