No hay peor ciego…


Los textos bíblicos, como un caleidoscopio, muestran matices según uno los mueve o a la luz que tengamos alrededor. Quien cierre un ojo y gire lentamente los textos, verá que un leve movimiento hace que este rústico telescopio transforme sencillos papelitos en un vitral infinito, universo de colores múltiples. Hay que hacer campaña, entonces, contra quien predique este domingo, como cualquier otro, en blanco y negro.

Primer giro. El texto lucano nos habla de un mendigo –llamado Lázaro y que los ángeles llevan hasta al cielo– y un hombre rico –que no tiene nombre, simplemente se muere y que se va al infierno por indolente–. Hasta aquí, el texto suena a reprimenda para quienes vivimos ‘a cuerpo de rey’ despreocupados de la suerte de los más pobres. Como quien es pillado en una mentira, varios terminaremos con la mirada gacha este domingo en misa y con un alto porcentaje a pasar sed en el más allá.

Segundo giro. Si le damos una vuelta más al texto, vemos que Lázaro es recibido en el cielo por Abraham. ¿Por qué él y no Dios mismo? Para el Antiguo Testamento, Abraham es el paradigma del creyente. Por su fe, Dios ha reunido al pueblo de Israel y hecho alianza con él. Y todo judío se siente miembro, por eso, del Pueblo de Dios y beneficiario de su promesa. De ahí que los oyentes de la parábola –judíos en su mayoría– sientan como ‘patá en la guata’ que el ‘padre de la patria’ les pegue la desconocida. Igual que el exalumno que encuentra obvio que el hijo debe ser aceptado en su colegio “porque él estudió hace muchos años ahí”, los oyentes judíos se llevan una buena sorpresa: ser ‘hijo de Abraham’ no garantiza nada. Lo que marcará la diferencia será la práctica de la justicia y no otra cosa.

Tercer giro. ¿Será casualidad que el pobre se llame Lázaro? Aunque Lucas no hace referencia al hermano de Marta y María –esto sólo aparece en el evangelio de Juan– , es mucha casualidad que una de las peticiones del rico sea que Lázaro ‘se les aparezca’ a los parientes y que, para más remate, Abraham responda que ni un muerto les cambiará el corazón. Es la misma escena, pero con otra escenografía, de la resurrección de Lázaro narrada por Juan. Allí los fariseos, aun cuando vieron un muerto aparecerse, no creyeron. Ni ver caminado a un muerto les cambió su modo de actuar.

Pareciera, entonces, que la intención del texto no es la simple moralización de los oyentes o para ‘meter miedo’ a los glotones que no convidan su colación en el recreo. El texto es más bien una invitación a la conversión, a creer en Aquel muerto que se mostró vivo para siempre: Jesucristo, porque sólo Él acaba con la distancia insalvable que existe entre unos y otros.

El problema: Jesús se nos ha aparecido muchas veces, y ni aun así creemos que la vida se resuelve en el cara a cara con mi hermano. El Señor se aparece hasta en la sopa, pero aun así no pasa nada. Entonces, una de dos: o creemos o a tomar agua…que la sed después será mucha.

Mario

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buenas ideas. Las tomaré en cuenta para la prédica de este domingo.
P. Giorgio.

Anónimo dijo...

Yo también
JHOV SJ