Recibid su alma y presentarla ante el Altísimo

"La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado".
Arthur Rimbaud; Una temporada en el infierno


Cada vez es más difícil discriminar qué leer. La selva de publicaciones es exuberante: libros se acumulan en el velador pidiendo minutos al momento de irse a acostar; páginas web con noticias de último minuto que jamás son las últimas; revistas con investigaciones que anulan los anteriores descubrimientos. La información es mucha, y cada vez resulta más complicado saber qué vale la pena leer y qué sería bueno desechar. Y porque nosotros estamos igual de perdidos respecto a lo que hay que leer, hemos preferido ayudar del siguiente modo: dejando de escribir. Es nuestra manera de colaborar con la descontaminación informática.

En todo caso, este silencio también tiene una razón teológica. Domingo a domingo hemos buscado sujetos y predicados que acompañen al Verbo de Dios. Libremente nos impusimos como tarea estirar las palabras al máximo en esta búsqueda, incluso forzando los conceptos para que den lo mejor de sí. Sin embargo, la tarea era desproporcionada frente a nuestros calambrientos empeños; aunque llenos de hollín, volvíamos de las profundidades del pirquén sólo con un puñado de carbón que compartir. Hemos sido vencidos por el espacio que dista entre una palabra y otra, el silencio que amenaza con el abismo a las notas musicales.

Pero el trabajo no ha sido en vano. Porque hemos conocido en carne propia la lucha nocturna de Jacob con el ángel, caemos rendidos ante el Misterio de Dios que lo inunda todo. Nos asusta menos el silencio y la soledad, los malos tratos o los cariños a destiempo; en el esfuerzo hemos sido vencidos por la insondable oscuridad del Dios que no hace distinción entre judíos y paganos, esclavos y libres, religiosos o laicos.

Ante el Misterio de Dios, tarde o temprano, terminaremos todos en silencio. Quizás por eso la muerte, Silencio total, será el definitivo encuentro con la multicolor presencia de Dios. Allí, sin más que decir, escucharemos por fin al Señor que ha pronunciado la primera Palabra y también dirá la última, aquella que ha comenzado cualquier diálogo y la que dará sentido a toda la conversación. Allí nos encontraremos con el Buen Samaritano: el que nos ha traído hasta esta posada y volverá, al fin de los tiempos, a cancelar todos los gastos que hemos hecho.

Los invitamos, entonces, al responso de este blog.

Mario

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