Esa fe que nos transforma

Las lecturas de esta semana, desde distintos ángulos, intentan mostrar el camino de la fe. ¿Cómo la experimentamos? ¿A qué nos invita?

Creo que la fe es algo muy difícil de experimentar como certeza. Parece más clara la figura de una intuición –que proviene de algo desbordante, ¿la gracia? –. Por ello no es posible reducirla a una doctrina o un conjunto de normas. Cada vez que la tratamos de encasillar o explicitarla demasiado parece achicarse. Pero posiblemente se desborda por algún lado.

Como criaturas que somos, la primera experiencia de la fe es la de un regalo. Recibir un amor gratuito, injustificado e inmerecido, que nos remece. Recién después de ello, aparece una respuesta más confiada. “Hemos creído en el amor que Dios nos tiene” encontramos en la primera carta de San Juan. Ahí está reflejada la actitud del creyente que se siente incómodo frente al regalo desmesurado que ha recibido. ¿Qué hacer frente a ello? Es la permanente pregunta/respuesta cristiana. –Pero ojo con el tono plural. La respuesta a la fe, no puede ser en singular. Lo medular en ella es la respuesta a un amor que no se puede quedar en nosotros–. Por ello quizás resulta sensata la idea de seguir llamando al evangelio como tal.

Muchas veces olvidamos que la gran revolución de Jesús consistió en reducir todos los mandamientos a uno solo. Obviamente su mérito fue más allá del ejercicio sintético. Nos mostró que el amor es un ejercicio permanente. Y así también con la fe que no es más que la respuesta al amor recibido.

Patricio Dominguez

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