Estar triste


Cada cierto tiempo nos visita la tristeza. Como un elástico que tensa nuestros empeños diarios y que exigía lo mejor de lo nuestro, la alegría súbitamente se rompe y la vida se convierte en dos tiritas…. una en cada mano. Sin avisar, y justo en el momento menos indicado, se nos corta la cadena de la bicicleta; lo que era útil, se transforma en tremendo estorbo.

Es cierto: siempre tenemos la sensación que nos partimos el lomo trabajando en la viña desde muy temprano para que luego, otros, lleguen al ‘vinito de honor’. Eso pasa todos los días y ‘los perlas’ existirán siempre. Pero cuando estás triste, lo que en otro momento eres capaz de aguantar, se transforma en una certera estocada que desangra lentamente. De improviso, se agotan las fuerzas para colaborar o poner buena cara. El ánimo para emprender proyectos se pierde y ya no queremos dar el asiento en la micro. Las batallas ajenas, aunque destruyan a los más queridos, se vuelven eso: ajenas. Todo huele a derrota, a cabaña sin ventilar.

Gracias a Dios, Jesús recibe la tristeza. Deja que las lágrimas, el perfume y los besos lo cubran de pies a cabezas. Sabe que nuestro cansancio no se pasa milagrosamente, sino con una buena conversa y a base de cariño.

¿Lo habrás aprendido de mis abuelas, Señor?

Mario

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hay que recuperar la interioridad de Jesús!
Muy buen comentario.
No nos bastan las llagas expuestas de Jesús.
No me gusta el Cristo de Gibson. Me quedo con el de Kazantzakis: el de la guerra interior.

P. Giorgio.

Anónimo dijo...

En palabras cortas y simples, me hizo mucho bien leer este comentario.
RAMM