Fragilidad


A medida que pasan los años, uno se va topando con la propia fragilidad. Con dolor descubrimos que la vida es complicada y que no tiene una banda sonora que avise cuándo reírse o cuándo dar el beso. Lo que recibimos, en cambio, es la precariedad de la propia existencia. Y aunque nos defendamos como ‘gato de espaldas’, las PLRs se encargan de mostrar que nuestra espina dorsal está conformada por nuestras pobrezas y miedos.

La adultez es, de alguna manera, la perdida de la ingenuidad y el conflicto con el superhéroe que creemos ser. Ya no aguantamos los dos tiempos del partido de fútbol, y cada vez terminamos más agarrotados. Los pantalones ya no cruzan con tanta facilidad. Así, el choque con la realidad nos muestra que hacer la cimarra en el colegio no fue algo tan provechoso ‘a la larga’, y que aprender el verbo ‘to be’ durante toda la enseñanza media dejó de ser chistoso hace tiempo. Con dolor vemos que la señora que nos acompaña ‘no era’ y que recién ahora, y luego de muchos años, sabríamos bien qué estudiar. Como un humilde cartonero frente a los flamantes automovilistas, revolvemos en la basura para encontrar ahí lo que alguna vez despreciamos. La trizadura, que comenzó con un pequeño piquete, atraviesa todo el parabrisa.

Pero estos porrazos ayudan mucho al reconocimiento de la propia fragilidad. Porque quien ha comido polvo, sabe que en eso nos convertiremos. Una miradita al propio sótano ayuda mucho a descubrir qué ocultamos de la luz solar o por qué, al terminar el día, quedamos frustrados y tristes. Incluso me atrevo a afirmar que sólo quien ha renegado muchas veces de Dios, sabe que en cada hombre habita un ateo que le impide creer del todo.

¿Será esta indigencia fundamental lo que Dios ama?
¿Será la desnudez que ocultamos a Su mirada lo que nos impide hacer el amor con la luz prendida?
Mario

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tal vez en cada hombre habita un ateo que quiere creer en el todo.

Anónimo dijo...

O un creyente que no quiere creer en nada.