Rescate

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Hace muchas semanas que el derrumbe de la mina San José dejó de ser un simple accidente donde una treintena de mineros quedaron atrapados bajo tierra y un ingenioso operativo para rescatarlos con vida. Mientras los diarios extranjeros informan del hecho y del impresionante esfuerzo logístico que significó rescatarlos, en Chile se habla de ‘héroes’ tanto para describir a los mineros como a quienes los rescataron o de la ‘victoria’ que el país logró en la dura batalla contra quien, meses atrás, había destruído todo lo que encontró a su paso. En un tono menos poético, también se analizan las repercusiones que esta situación tendrá en términos sociales, el rol que han jugado los medios de comunicación y el modo como el gobierno ha manejado la situación –incluyendo, por supuesto, los dividendos políticos que ello implica–. El accidente y el rescate, entonces, sobrepasaron los límites de un simple hecho para convertirse en ‘narración nacional’, fenómeno mediático y barómetro de notoriedad política.

Si bien todos estos análisis son justos, tengo la impresión que ninguno da cuenta de cómo este accidente ‘toca algo’ de cada persona. Dejando de lado el discurso chovinista y el juicio preciso, esta especie de parábola pareciera reactivar, en cada uno, cosas que han sido tapadas por quién sabe qué derrumbe pero que siguen ahí… vivas y enviando señales de su presencia. Los sueños de juventud que fueron cubiertos por el polvo de eso que nos gusta llamar ‘la vida real’ o simplemente las ganas de vivir ahora ocultas entre tantos conflictos y depresiones, parecieran cantar desde el fondo de nosotros ‘la canción nacional’ y así recordarnos que están ahí, tan reales como la peor de las pesadillas.

¿Por qué no poner en marcha, entonces, las logísticas que rescaten a esos olvidados que, de vez en vez, nos envían señales de su presencia? Hay muchos enterrados haciendo fuerza por salir –los pobres en los campamentos, los mapuches en el sur, los homosexuales en nuestras familias,… – como también dimensiones de nuestra vida que pugnan por ver nuevamente la luz –devociones olvidadas, sueños de justicia, lecturas o amigos dejados de lado, …–.

Qué bonito sería, como nos cuenta el evangelio, invitar a los vecinos para decir: “había perdido una moneda y la he encontrado; tenía una oveja perdida, pero ahora está segura sobre mis hombros”. Visto así, no pareciera tan difícil sumarse a la real alegría de los familiares de los mineros… ni a la eterna alegría de Dios.

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