Pecadores y peladores


En el tiempo de Jesús ya existía el pelambre. Es que hablar a espalda de los demás –y no de frente– es un deporte tan antiguo como universal. Por eso los fariseos, en continuidad con la serpiente del Génesis, prefieren cuchichear con los discípulos en vez de preguntarle directamente a Jesús la razón de su cercanía con pecadores y publicanos.

Pareciera incrustado en nuestros genes el hábito de preguntar haciéndonos los desentendidos o comentar, a la pasada, lo gorda y mal teñida que está la vecina. Si bien el tono es de preocupación, el deseo de saber y estar informados no se traduce en una conversación con el involucrado. Como nos asusta confrontar y decir lo que pensamos de frente, preferimos manifestar las aprehensiones en voz baja con cualquier otra personas y sin que el marido se entere*. Y cuando las circunstancias nos obligan a hacerlo, terminamos cantinfleando o vomitando lo que hace tiempo habíamos pensado.

Este modo indirecto de relación –que nos transforma en conocedores de cuanto enredo existe y opinólogos de todo el barrio– también enturbia nuestro diálogo con Dios. Lo que conversamos en la calle o con nosotros mismos al apoyar la cabeza sobre la almohada no es motivo de conversación cara a cara con Dios. Aunque no le mentimos, tendemos a omitir nuestras envidias, inseguridades afectivas, subidas de peso y pulsiones sexuales cuando estamos delante de Él. La firme simplemente no aparece. Hemos olvidado que tomar el fruto prohibido o cubrir la desnudez no fue el problema más grave en Adán y Eva, sino pensar que con Dios no se podía hablar de frente y contarle lo que realmente había pasado.

Por eso el modo frontal de Jesús incomoda: siempre pregunta qué estamos hablando sin doblez y a la cara. Sin embargo, no lo hace para ridiculizarnos o ponernos sádicamente en jaque. Aunque nos sintamos desenmascarados o como pillados en una maldad, su confrontación busca re-educar ese modo paradisíaco perdido: siempre de frente al Padre y los hermanos. Alegrémonos, entonces, que no sólo cene con publicamos; viene a buscar a todos los peladores que sueltos en la viña del Señor andamos pellizcando su uva y vivimos como bandidos. Su ‘sígueme’ es para todos.

Mario

* Nota del Editor
: ésta es una alusión a las reglas de discernimiento de San Ignacio de Loyola.

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