Sobra el pan, pero...


Si nos paramos frente a un carrusel y mantenemos la mirada fija, veremos aparecer el mismo caballo cada cierto tiempo. Con la Biblia sucede algo parecido. Cuando avanzamos por los textos, hay ciertos signos que vuelven insistentemente, imágenes que visitan al creyente en su encuentro con el texto sagrado. Un ejemplo de ellos es el pan.

Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto y hambriento alega contra Moisés, cae pan desde el cielo. En otro lugar de la Biblia, el profeta Eliseo convence a una viuda para que le entregue el último pan que posee; en vez de morir ambos, no se les acaba más la harina y el aceite que en esos días escaseaba. Luego el profeta Elías, que cansado y desorientado se recuesta a dormir, despierta con un trozo de pan que lo anima a seguir caminando. Esta lógica escasez/abundancia se repetirá más tarde en la multiplicación de los panes y será encarnada por Jesús en la última cena. Por eso los primeros cristianos se reunían para la fracción del pan: comer del mismo pan y beber de la misma copa los hacía miembros del Cuerpo de Cristo y los constituía como comunidad.

Aunque esta lógica recorre la Biblia, parece que estamos ‘atrapados’ en una situación que nos impide, como Iglesia, repartir el pan así. Por un lado, nos ha costado, como creyentes, internalizar la necesaria coherencia entre la vida cotidiana y la participación en la misa. Dicho en fácil, sería lo siguiente: si mi Padre me alimenta con su pan, ¿por qué me resulta normal que mis hermanos pasen hambre o frío? Recordemos que el Continente de la Esperanza se destaca por su flagrante injusticia y que el Padre Hurtado se hizo famoso por algo que debería darnos vergüenza: hay mucho pan pero mal distribuido.

Y por otro lado, sucede que muchos creyentes que van a misa no pueden comer del pan que ahí se reparte. Descontando los que voluntariamente hacen dieta y los anoréxicos, muchos no pueden comer el Pan de la Vida por llevar, sin otra posibilidad, una vida que los mantiene fuera de la plena comunión eclesial. Padecen hambre por no tener ‘en regla los papeles’. Así, cada vez son menos los que pueden comulgar y más las hostias que se guardan en el sagrario.

Dios, el Panadero por excelencia, desea hacer de nosotros un gran pan. Estamos llamados a volvernos harina, ser amasados por la vida, cocernos a fuego lento y salir hechos Pan de Vida. Alimentar es nuestra vocación.

La fiesta de este domingo será, por decirlo de algún modo, incómoda. Tanto pan ¡y tan mal repartido!

Mario

Pd: son varios los que buscan soluciones. Unos compañeros jesuitas en Arica han inventado, con sus comunidades, un gesto que haga sentir en comunión a quienes no pueden comulgar. Si pueden entrar a www.jesuitasenlafrontera.blogspot.com y comentar este gesto, sería de gran ayuda. Además de darles ánimo, ayudará a ver si conviene o no hacer este gesto en otros lados.

No hay comentarios.: