Los invitados a amar


Al darle una primera leída al Evangelio de este Domingo, me dio la impresión de que era un texto atemorizante y que estaba dirigido exclusivamente a los creyentes, una lectura en la que se nos echaba en cara nuestra inconsecuencia como tales. Sin embargo, meditando un poco más en la palabra, y consultando en lecturas anexas a ésta, me di cuenta que estaba en un gran error y que esta lectura es una gran Buena Nueva para toda la creación, sin excepciones.

El evangelio de este domingo es una invitación a amar: la voluntad del Padre de la cual se habla en el Evangelio consiste precisamente en ello; Amar. Sin embargo, este verbo, no hace alusión al cliché un poco gastado usado semanalmente en las teleseries de mediodía. Con éste, se hace una alusión directa al Verbo de Dios, Jesucristo y a Amar como él ha amado. Amar a la manera de Dios, amar a todos y a todo sin reservas, y a dedicar nuestra vida a aquello. Insisto; esta noticia no es exclusiva para religiosos ni gente de Iglesia: la invitación a amar “con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente” debiera ser la que guíe el camino de toda persona que aspire a ser feliz (aspiración no adscrita a cánones religiosos), ya que sólo a través del ejercicio del verdadero amor seremos felices y, por lo tanto, realizados en nuestra vida.


Creo que es el amor, la roca en la cual el hombre prudente del Evangelio de este Domingo edificó su casa. Este amor que como ya decía Nuestro querido Juan Pablo II “es más fuerte…”, más fuerte que los egoísmos, que el miedo, que la indiferencia. Un amor que no se limita a los que piensan o siente igual que yo, sino que alcanza para todos, un amor que se lleva a la práctica en la familia, en el trabajo, en la calle… dondequiera que vayamos. Éste amor en el que se fija la casa del hombre prudente es la brújula que señala el camino para que todo hombre, creyente o no, siga el camino que lo hará a ser feliz tanto en esta vida como en la otra.

Pilar Herrera

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