La mesa


Nunca entendí lo de la puerta angosta,
pero seguro no es más pequeña
que los brazos extendidos de Jesús en la cruz,
así que , supongo, los invitados
a la mesa del Reino serán muchos.

Mi niñez se resume en torno a la mesa.
La de mi casa: plegable, justo para cuatro,
cada uno en su puesto.
O extendida completamente cuando venían invitados
y engalanada con las creaciones de mi papá
(yo prefería esas ocasiones a salir a un restorán).
Hoy la tiene la Nana Vero, se la regaló mi mamá,
por el afecto que nos daba con tanto brazo de reina.

La mesa de mi abuela María:
la de la once, no la del almuerzo
(la señora que cocinaba, aunque era muy buena persona,
tenía la extraña cualidad de dejar hasta los porotos desabridos).
Con las tazas transparentes,
donde se podía ver la espuma del café batido.
Y para ponerle a las tostadas: mantequilla,
tomate (eso era lo que nunca podía faltar),
miel, palta, mermeladas caseras,
jamón y algún pastel
(sí, así de opípara).

La del Ito y la Ita:
una mesa grande,
capaz de reunir a toda la familia en las fiestas
en torno al puchero.
Como en las Navidades
que dejábamos una porción para el viejo Pascuero,
¡y se la comía!

La mesa del tío Guille:
la recuerdo porque la usábamos con mi primo para jugar pin-pon,
con una madera de red y dos tablas para cortar queso por paletas.

La mesa del tío Lucho:
que tenía una parcela con choclos dulces,
y los devorábamos en cantidades increíbles.

La de mi amigo Martín
(en realidad no tenía):
almorzábamos en bandejas.

La mesa de la tía Mary:
lo más rico era cuando nos hacía pan con queso derretido
en el horno microondas
(que compró cuando recién aparecieron).

La de Andrés L:
que para ser honesto,
no me gustaba porque servían todo aliñando
en vez de que cada uno lo hiciera a su gusto.

La de Sven y Silke.
Con ellos, junto a mi hermana,
preparábamos chispitas y kuchenes.

O la mesa del colegio,
que era la cancha de fútbol:
yo almorzaba con un sándwich en la mano
¡mientras jugaba de arquero!

Sí. En mi niñez aprendí
que siempre habrá una mesa
donde vale la pena compartir.

Ignacio

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mesa siempre invita, acoge, entrega cariño...
Gran parte de mis mejores momentos tiene que ver con estar junto a una mesa con los que quiero.
Quizas por eso me gusta cocinar y comer (y nunca sere flaca)
Hemos compartido varias mesas, y la vida entorno a ellas.
Gracias por ellas y por las que supongo vendran.
Pd: este poema siempre me ha gustado, quizas porque me trae buenas sensaciones y recuerdo. Y tambien me emociona un poco.