No temas


Si pienso en mi experiencia de Dios, puedo encontrar un hilo conductor claro, el Dios que me ama, me invita a no temer y confiar en Él. Sin embargo, si miro las noticias y escucho conversaciones, tengo la sensación de que el miedo nos rodea.

MIEDO
…a que me asalten.
…a que no me quieran.
…a lo desconocido o diferente.
…a sufrir.
…a encontrarme con mí historia, mi fragilidad.

Y nos llenamos de precauciones: Ponemos rejas con puntas y vidrios, que dañen a quien intente traspasarlas; Contratamos alarmas y seguros contra todo lo posible; Nos construimos armaduras que permitan defendernos de todos los que nos asustan; Excluimos de nuestro camino zonas de la ciudad y personas que creemos peligrosas. Y, finalmente, terminamos como los discípulos, encerrados, sin que puedan entrar para dañarnos, pero sin poder salir al encuentro de los otros y de la vida.

No digo que el miedo sea malo, nos permite sobrevivir, indicándonos el peligro y permitiéndonos defendernos. El problema es cuando tememos a todo y a todos. Nadie puede estar todo el tiempo listo para escapar, por tanto terminamos paralizados. Entonces el miedo se convierte en una trampa.

¿Que hacer? No tengo respuestas, solo la certeza de que el Jesús que hoy nos anuncia y desea la paz, envía al Espíritu Santo como nuestro defensor y consolador, es el mismo que nos muestra sus heridas, y que sudó sangre de miedo en el huerto de los olivos… pero que no huyó, sino que confió en el Padre que le había enviado. Él sabe de lo que está hablando cuando, me dice “no temas” y me invita a confiar y a caminar.

Sé que el camino no está libre de heridas, pero creo que la maravilla de recorrerlo, compartirlo con otros, construir o descubrir nuevas rutas, poder reparar aquello que en el viaje se ha quebrado y en alguna forma ser testigo de la resurrección, vale con creces el riesgo.

Al escribir esto no he podido dejar de pensar en muchas cosas que hago o he hecho que a más de alguien le parecen locas o arriesgadas, se han cruzado por mi cabeza y mi corazón miles de imágenes de la cárcel de mujeres, las calles y los habitantes de Parinacota (población de Quilicura), los rostros y las historias de los/as niños/as que atiendo y muchas cosas más. Es verdad que quizás más de una vez corrí un riesgo desmedido, pero hoy solo puedo agradecer que nunca me ha ocurrido nada grave, que he sido profundamente feliz en cada una de estas historias, y que he podido tener en ellas la tranquilidad de estar donde y con quien mi Dios me invita a estar.

Susana Alvarado

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