La ascensión


Hace tiempo que no estaba con mi papá. Hace un par de días vino a Santiago para una reunión, y nos juntamos a comer en el terminal antes que saliera el bus para Puerto Montt.

Mientras en la tele Al Gore predicaba sobre el calentamiento global y Benedicto XVI sobre, lo que a su juicio, es un ‘peligroso enfriamiento’ planetario, con mi papá ‘copuchábamos’ sobre un primo que se casará a fin de año y de lo complicada que está la pega en su oficina. Ni me acuerdo lo que comimos; lo único importante era estar ahí con él, aunque fuera un rato, y retener ese modo de contar las cosas que me hace sentir en casa.

Cuando se subía al bus, me recordó que mi mamá llegaría a Santiago el día siguiente. Incluso la llamamos por teléfono para confirmar su llegada en el avión de la noche. Ella, ciertamente, me contaría con lujo de detalles todo lo que mi papá sólo me contó a la pasada. Luego de un beso y un abrazo no muy apretado –como siempre- se subió al bus con ‘La segunda’ bajo el brazo. Apenas se sentó, miré a sus vecinos de asiento. No tenían idea que, por los ronquidos de mi papá, vivirían la noche más larga de sus vidas.

En eso estaba cuando partió el bus. Y mientras me despedía, unos carabineros se acercaron hacia los que estábamos ahí y nos dijeron: ¡circulando, por favor!

Mario

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno, ¿y? ¿Cuál es el mensaje de todo esto?

P. Giorgio.

Anónimo dijo...

P. Girogio: no ha cacha'o na!!