Yo soy el buen pastor


Para un pueblo que vivió muchos años del pastoreo es fácil entender la metáfora del piño de ovejas y del pastor. De ahí que esta imagen esté presente tantas veces en el Antiguo Testamento: en el sacrificio de Isaac por parte de su padre Abraham, en la piel que Jacob usa para robar la primogenitura a su hermano Esaú, en la salida de Egipto y la celebración pascual, y en la profecía de Isaías sobre el cordero que será llevado a matadero.

Sin embargo, será Ezequiel quien utilizará esta imagen del rebaño de un modo terrible. Dedica un capítulo entero para enfrentarse a los pastores del pueblo que se han ‘apacentados a sí mismos’ y han descuidado del rebaño (Ezequiel 34). Les reprocha no haber cuidado a las más débiles ni curado a la herida; no han salido a buscar a la descarriada cuando estaba perdida y, en vez de esto, las han tratado con violencia y dureza. Por culpa de ellos, las ovejas andan dispersas y se han convertido en presa fácil de todas las fieras del campo. Se les había confiado el cuidado de todo el pueblo, y sólo han carneado y comido ‘asaditos de cordero’. ¿Qué hará Dios?: ya no enviará pastores que se ‘pasen de listos’, sino que Él mismo vendrá a apacentar su rebaño.

Por eso no es casual que Jesús sea llamado ‘buen pastor’. Siguiendo la profecía de Ezequiel, Dios mismo ha venido a dar la vida por las ovejas. Y no sólo eso: para que ninguna tenga que morir, él mismo se ha hecho cordero pascual.

Como cualquiera, estoy tentado de alegarle a Dios por nuestros pastores. Acusaría a todos quienes nos trasportan apiñados en micros, y a quienes denigran el oficio político-pastoril sin medir las consecuencias que esto significará en el futuro. Que algunos nos tratan de reunir apelando a relamidos valores patrios o deportivos, y que otros hablan en un lenguaje tan extraño que se hace imposible seguirlos. Me cansaría de darle los nombres de cada ‘panzón’ que se aprovecha del esfuerzo ajeno y, más encima, alega cuando no le tienen todo servido. Y cuando tenga listo el cuchillo para trasquilar a alguno de ellos, Jesús me mirará, cerrará un ojo y dirá: ‘Nadie me arrebatará de la mano a mis ovejas (…) Yo y el Padre somos uno’.

Mario

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