'Si escriben de París, de donde vienen las guaguas,
hay que ceder el turno.'
Mario
Mario
Fácilmente asociamos el cristianismo al dolor, la ascesis, cargar la cruz, sobriedad, vencerse uno mismo y a la abnegación con sabor a resignación. Espontáneamente pensamos que seguir a Cristo implica sufrimiento, porque Él padeció y murió por nosotros. Como si el dolor y el sufrimiento fueran el lugar privilegiado de la presencia divina y su pedagogía preferida.
Sin embargo, el mandato paulino es claro e insistente: estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres. Según el texto de Sofonías, Israel lanza gritos de gozo, se alegra y exulta de todo corazón porque Dios está en medio de ella y ya no teme. E Isaías, en el salmo, nos invita a dar gritos de gozo y de júbilo. Entonces, ¿Cómo comprender esta insistencia en la alegría?
Con la encarnación, Dios se ha vinculado con toda la realidad, con todo lo humano. También con la experiencia del gozo y la alegría, que en adelante nos pone en contacto con lo divino. "Estén alegres" no es un llamado a la diversión permanente, sino una invitación a organizar nuestras vidas de manera que todos quienes nos rodean vivan en paz, con gusto, profundamente felices.
Vivir para hacer felices a los demás es lo mismo que renunciar a ser uno el centro, porque supone anteponer la alegría compartida a la alegría particular.
En este tercer domingo de Adviento, no olvidemos que la salvación que Jesús nos regala es ante todo y en primer lugar la plenitud del hombre: que viva bien y feliz. Juan Bautista bien lo sabía al anunciar la Buena Noticia al pueblo.
Román Guridi sj
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